miércoles, 26 de agosto de 2009

La laguna durmiente (escritor Chileno)

Había una vez un joven pino que vivía en un bosque dominado por elegantes alerces. El árbol se llamaba Eladar y sus ramas siempre eran las elegidas por las aves para armar sus nidos. Por lo que en primavera sus hojas se cubrían de poemas, cantos y arrullos de amor. Cerca del árbol una pequeña laguna durmiente alimentaba con su belleza la flora del lugar. Se llamaba Esmeralda y sus aguas eran tan transparentes que muchas estrellas se acercaban a sus lindes y se quedaban contemplando hasta que el sol marchitaba sus figuras.
Cierta noche, cuando la luna lavaba sus cabellos plateados en la parte más profunda de la laguna, Eladar abrió los párpados y se quedó observando el rostro de Esmeralda. Como era costumbre, muchos sueños flotaban sobre la superficie de la laguna. Sin embargo ninguno era lo suficientemente hermoso para opacar su apacible rostro. Poco a poco el árbol se fue inclinando. Deseaba observarla de más cerca. Junto a su copa, muchas ramas también se inclinaron. El pino no pudo reprimir el impulso de alargar una de sus ramas y acariciar su faz. Pero más que sentir el roce de las aguas sintió cómo si tocara su propio corazón. Su sabia se volvió fría, haciéndole que extraños temblores sacudieran sus hojas. Temeroso de sus sentimientos retiró la rama y trató de erguirse, pero en el momento que lo hacía una suave voz lo retuvo.
“¿Por qué te alejas?”, indicó la laguna.
“Discúlpame bella laguna. Fue un accidente. No quise tocarte con mis ramas”, trató de excusarse el árbol.
“Pero no fue el rose de tus ramas que me despertó”.
“¿Entonces qué fue?
“Fue la tibieza de tu sabia que lo hizo”.
Desde esa noche Esmeralda dejó atrás sus sueños e inició un hermoso romance con Eladar. Por la sabia del pino corrían sonrisas, la que hizo florecer maravillosas flores, que cada tarde, cuando los rayos del sol declinaban en el horizonte, dejaba caer sobre las aguas de la laguna. Esmeralda sonreía al observar los lindos obsequios de su amado. Su sonrisa estaba acompañaba por bellos destellos que enceguecían a quienes la miraban fijamente. Y fue uno de esos destellos que llamó la atención del gran coloso que vivía en las montañas. Era un terrible volcán llamado Llaima, quien se creía el dueño de los valles y el bosque que lo circundaba. El volcán siempre había deseado a la laguna. Por largos siglos esperó que despertara para declararle su amor. Utilizando a negras aves como espías, averiguó con pesar que Esmeralda había iniciado un romance con un árbol que vivía en sus inmediaciones.
La noticia irritó al Llaima. Desde ese momento sus ojos no se movieron del lugar donde habitaba Esmeralda. Con angustia era testigo de los hermosos destellos que brotaban de sus aguas y los murmullos de felicidad que se agitaban en el viento. Poco a poco los celos carcomieron su corazón, invadiéndolo con espesos nubarrones, cargados de truenos y relámpagos. Una tarde unos de sus mensajeros le comunicó de la pronta boda de la laguna con su prometido. La funesta noticia lo cegó de ira. Torrentes de lava hirviente fluyeron desde su corazón y se ramificaron por sus venas. Densas nubes negras brotaron de sus horrorosas fauces y se esparcieron por el diáfano cielo.
A lo lejos, en medio de los preparativos de la boda, Esmeralda y Eladar escucharon aterrados el pavoroso rugido del volcán. En pocos minutos el cielo se cubrió de cenizas y espantosos temblores sacudieron los cimientos de la tierra. Pero eso sólo era el principio, pues Llaima no tardó en arrojar grandes torrentes de lava que se abrieron camino en dirección al bosque. Todo lo que tocaban lo transformaban en llamaradas y muerte.
Ante el avance de la lava el árbol y la laguna se miraron largamente. En sus ojos brotaban lágrimas y palabras de amor inconclusas. Al ver que un río de lava se abría paso en dirección a su amada, el árbol empezó a ladearse. Por más suplicas de Esmeralda, el joven pino continuó con su tarea hasta que se liberó por completo de sus raíces, arrojándose sobre la rivera de la laguna.
Cuando llegó la hiriente lava a los márgenes de la laguna se encontró con un fornido y esbelto tronco que le impedía el paso. Llena de furia, la lava laceró con látigos de fuego la corteza del pino. Pero por más que insistía, ninguna herida era suficientemente nociva para hacerlo desistir. Cansada de la lucha la lava se fue adormeciendo hasta convertirse en roca.
Esmeralda se aproximó al árbol. Gran parte de su corteza estaba quemada. La tibia sabia que acostumbraba a fluir por sus venas había cesado. La laguna socavó la tierra y tomó el cuerpo inerte de Eladar. Lentamente lo fue llevando hasta al fondo donde lo abrazó con sus lágrimas. Dándole la espalda al sol abrió una grieta en su corazón y dejó escapar su alegría. Esmeralda cerró sus párpados y volvió a dormirse. Una extraña niebla cubrió sus aguas. Sus sueños errantes volvieron donde ella, cubriendo sus aguas de extraños espejismos. En uno de los cuales una princesa dormía apaciblemente a los pies de un esbelto pino, mientras cientos de mariposas revoloteaban alrededor de una larga rama que acariciaba el cabello dorado de la bella mujer.

Fin

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