martes, 31 de agosto de 2010

El valiente jornalero "cuento ruso"

Un joven entró al servicio de un molinero. El molinero lo mandó echar grano en la tolva, pero el operario, que no entendía de molinos, echó el trigo sobre la muela y cuando ésta empezó a girar, todo el grano quedó esparcido por tierra. Cuando el amo llegó al molino y vio aquello, despidió al jornalero. El pobre joven se volvió a casa, pensando por el camino: "Poco tiempo he trabajado para el molinero". Tan preocupado estaba, que tomó un camino por otro y se perdió entre unas malezas, hasta que un río le privó el paso. Y junto al río había un molino abandonado, donde resolvió pasar la noche.
Ya eran cerca de las doce y aun no había podido conciliar el sueño. Le asustaban todos los ruidos que llegaban a su oído, pero mucho más hubo de asustarle un ruido de pasos que se acercaban al abandonado molino. El pobre trabajador se levantó más muerto que vivo y se escondió en la tolva. Tres hombres entraron al molino y, a juzgar por su aspecto, no eran gente honrada sino ladrones. Encendieron fuego y procedieron a repartirse el botín. Y uno de los ladrones dijo a los otros:
- Esconderé mi parte bajo el molino.
Y el segundo dijo:
- Esconderé la mía bajo la muela.
Y el tercero dijo:
- Yo esconderé mi parte en la tolva.
Pero el jornalero estaba acurrucado en la tolva y pensó: "Nadie puede morir dos veces, pero todos hemos de morir una vez. No sé si podré asustarlos. Lo probaré". Y se puso a gritar con toda la fuerza de sus pulmones:
- ¡Dionisio, ven aquí; y tú, Focas, vigila la ventana, y tú, pequeño, no te muevas de ahí! ¡Cogedlos, que nadie se escape; nada de piedad con ellos!
Los ladrones, presa del pánico, abandonaron el botín y huyeron como alma que lleva el diablo. El jornalero salió de la tolva, cogió todo el botín y se volvió a casa mas que rico.

domingo, 29 de agosto de 2010

La docella sabia "cuento ruso"

Érase un pobre huérfano que se quedó sin padres a los pocos años y carecía de bienes de fortuna y de talento. Su tío se lo llevó a casa, lo sostuvo y cuando lo vio un poco crecido lo puso a guardar un rebaño de ovejas. Y un día, queriendo probar su talento, le dijo:
- Lleva el rebaño a la feria y mira de sacar todo el provecho posible, de modo que con las ganancias tú y el rebaño podáis vivir; pero has de volver a casa con el rebaño completo, sin que falte una cabeza, y con el dinero que hayas sacado de cada oveja.
- ¿Cómo me las arreglaré para eso? -pensaba el huérfano, sentado al lado del camino mientras el rebaño pacía por el campo.
Una hermosa doncella acertó a pasar por allí y viendo al muchacho tan pensativo, le preguntó:
- ¿En qué piensas, buen mozo?
- ¿No he de pensar? Mi tío me ha armado un lazo para perderme. Me ha encargado una cosa que, por más que me devano los sesos, no sé cómo voy a cumplirla.
- ¿Qué te ha encargado?
- Verás. Me ha dicho: "Lleva el rebaño a la feria y saca de él todo el provecho posible, de modo que tú y el rebaño podáis vivir; pero vuelve a casa con el rebaño completo, sin que falte una cabeza, y con el dinero que hayas sacado de cada oveja".
- Eso no es muy difícil -dijo la doncella.- Esquila las ovejas y vende la lana y sacarás provecho de cada una; el rebaño quedará completo y tú podrás vivir con el dinero.
El zagal dio las gracias a la doncella y siguió su consejo. Esquiló las ovejas, vendió la lana en el mercado, volvió con el rebaño a casa y entregó el dinero a su tío.
- Perfectamente - dijo su tío,- pero juraría que no ha salido eso de tu mollera. ¿Quién te lo ha enseñado?
- Es verdad -confesó el joven,- no ha salido de mi mollera; pero me encontré a una hermosa doncella que me lo enseñó.
- Pues harías bien en casarte con esa inteligente doncella. Sería una fortuna para ti, que no tienes dónde caerte muerto ni que esperar mucho de tu talento.
- No me disgustaría casarme con ella -contestó el sobrino.
- Yo lo arreglaré todo, pero antes habrías de hacerme un favor. Coge el trigo y llévalo a vender al mercado. Cuando regreses, si lo has vendido bien te casaré con esa doncella.
El huérfano fue al mercado a vender el trigo de su tío. Por el camino encontró a un rico molinero.
- ¿A qué vas a ir ciudad? -le preguntó el molinero.
- Voy al mercado a vender el trigo de mi tío.
- Entonces iremos juntos.
Y siguieron juntos, el molinero en su birlocha tirado por un caballo castaño y gordo, el huérfano en su carrito tirado por una yegua torda y trasijada. Se detuvieron en campo raso para pasar allí la noche, desengancharon las bestias y los hombres se echaron a dormir. Y sucedió que aquella misma noche, a la yegua le nació un potrillo. El rico molinero se despertó antes que el huérfano, vio el potrillo y lo puso al lado de su yegua castaña. Cuando despertó el huérfano, empezaron a discutir.
- No es tuyo, sino mío -decía el codicioso molinero,- porque tu yegua lo ha dejado debajo de mi castaño.
Siguieron discutiendo hasta que resolvieron llevar el asunto a los tribunales y al llegar a la ciudad se dirigieron al palacio de justicia. Pero el juez les dijo:
- Es costumbre en esta ciudad que cuando alguien quiere resolver un asunto ante los tribunales de justicia, ha de adivinar primero cuatro acertijos. A ver decidme: ¿cuál es la cosa más fuerte y más ligera del mundo; cuál es la cosa más pingüe de este mundo; y cuál es la cosa más blanda y la cosa más dulce de este mundo?
El juez les dio tres días para pensar y dijo:
- Si adivináis mis acertijos seré juez entre vosotros según la ley: de lo contrario no os ofendáis si os mando a freír espárragos.
El molinero fue a ver a su mujer y le contó lo sucedido, repitiéndole los acertijos que se trataba de adivinar.
- Esos acertijos no son un enigma -contestó la mujer.- Si te preguntan qué es lo más fuerte y ligero del mundo, di que mi padre tiene un caballo negro tan fuerte y tan ligero de piernas que corre más que una liebre. Si te preguntan qué es lo más pingüe del mundo, acuérdate del verraco que estamos cebando y que no puede tenerse en pie de tan gordo. Y en cuanto al tercer acertijo, claro está que nada hay tan blando como la almohada. Y si te preguntan por lo más dulce del mundo, contesta: "¿Puede haber para un hombre algo más dulce que la mujer de su corazón?"
Pero el huérfano se alejó de la ciudad y se sentó junto a un camino a reflexionar sobre su desgracia, pues en vano se calentaba los cascos buscando descifrar lo que para él eran verdaderos enigmas. Y he aquí que acertó a pasar por el camino la misma doncella.
- ¿Por qué vuelves a estrujarte los sesos, buen mozo?
- Porque el juez me ha propuesto cuatro acertijos que no lograré descifrar aunque viva mil años.
La doncella se rió y le dijo:
- Preséntate al juez y dile que lo más fuerte y ligero del mundo es el viento, que lo más pingüe es la tierra porque alimenta todo lo que vive y crece sobre ella; que lo más blando es la palma de la mano, pues por blando que duerma el hombre siempre pone la mano bajo la cabeza, y que no hay nada ten dulce en el mundo como un dulce sueño.
El pobre huérfano se inclinó ante la doncella hasta la cintura y le dijo:
- ¡Gracias, oh, la más inteligente de las doncellas, por haberme salvado de una verdadera ruina!
Al tercer día, el molinero y el huérfano se presentaron ante el tribunal a contestar los acertijos. Y dio la casualidad de que el Zar en persona ocupaba la presidencia del estrado y quedó tan admirado de las contestaciones del huérfano, que ordenó que la causa se fallara a su favor y que se expulsara al molinero con vilipendio. Luego el Zar preguntó al huérfano:
- ¿Son hijas de tu ingenio esas contestaciones o te las ha dictado alguien?
- En honor a la verdad he de decir que no son mías; una hermosa doncella me las ha dictado.
- Pues te ha instruido bien; muy sabia debe de ser. Anda y dile de mi parte que si es tan inteligente y sensata, comparezca ante mí mañana: ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida y con un presente en sus manos que no sea un regalo. Si cumple mi deseo, el galardón que obtendrá será digno de un Zar y la elevaré sobre lo más alto.
El huérfano volvió a salir de la ciudad tan apurado como antes, porque se decía: "¡Pero si no tengo la menor idea del lugar donde puedo encontrar a la hermosa doncella! ¡Y vaya un encarguito que tengo para ella!" Apenas acababa de pensar esto, cuando pasó por allí la inteligente y hermosa doncella. El huérfano le contó cómo sus adivinanzas habían complacido al Zar y cómo éste deseaba verle y tener una prueba de su inteligencia, y cómo había prometido galardonarla. La doncella pensó un poco, y luego dijo al huérfano:
- Búscame un chivo de larga barba y una red grande y cógeme un par de gorriones. Mañana nos encontraremos aquí mismo, y si el Zar me da un premio nos lo partiremos.
El huérfano cumplió las órdenes de la doncella y la esperó al día siguiente junto al camino. La doncella se presentó, se quitó la túnica y se envolvió en la red de cabeza a pies; luego se sentó sobre el chivo, cogió un gorrión en cada mano, y ordenó al huérfano que guiase en dirección a la ciudad. El joven la llevó ante el tribunal donde esperaba el Zar, y ella inclinándose ante éste, le dijo:
- Ante ti me presento, soberano Zar, ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida, y te traigo un presente en mis manos que no es un regalo.
- ¿Dónde está? -preguntó el Zar.
- ¡Mira! -dijo ella presentando al Zar los dos gorriones; pero cuando el Zar alargó la mano para tomarlos de manos de la doncella, los gorriones abrieron las alas y escaparon volando.
- Bien dijo el Zar,- veo que puedes competir conmigo en talento. Quédate en la corte y cuida de mis hijos y te daré una buena recompensa.
- No, mi soberano señor y Zar, no puedo aceptar tu gracioso favor, porque he prometido a este joven que nos partiríamos el premio por sus servicios.
- Vamos a ver: eres muy inteligente e ingeniosa, pero en esta ocasión te falla la cabeza y no juzgas conforme a la razón. Te ofrezco un cargo honroso y elevado con una gran recompensa. ¿Por qué no puedes compartir el galardón con ese joven?
- ¿Pero cómo podría compartirlo?
- ¿Cómo, inteligente doncella? Pues, si ese buen mozo no te es indiferente, casándote con él, ya que el honor, la suerte, las penas y las alegrías se comparten entre marido y mujer por igual.
- Veo que eres un sabio, soberano Zar, y no quiero hacerte hablar más -dijo la hermosa doncella.
Se casó, pues, con el huérfano, y aunque éste no tenía mucha cabeza tenía en cambio mucho corazón y vivió con su sabia mujer en continua felicidad y armonía.

viernes, 27 de agosto de 2010

La pluma de Fenist, el halcón radiante "cuento ruso"

Había una vez un viudo que tenía tres hijas. Las dos mayores eran muy dadas a divertirse y a lucir, pero la menor sólo se preocupaba de los quehaceres domésticos, aunque era incomparablemente hermosa. Un día, el padre tenía que ir a la feria de la ciudad y les dijo:
- Queridas hijas, ¿qué queréis que os compre en la feria?
La mayor de las hijas contestó:
- ¡Cómprame un vestido nuevo!
La mediana contestó:
- ¡Cómprame un pañuelo de seda!
La menor contestó:
- ¡Cómprame un clavel rojo!
El viudo fue a la feria y compró un vestido nuevo para la hija mayor y un pañuelo de seda para la mediana; mas, por mucho que buscó, no pudo encontrar un clavel rojo. Ya estaba de regreso cuando se cruzó en el camino con un viejecito a quien no conocía, y el viejecito llevaba un clavel rojo en la mano. El viudo se alegró mucho al verlo y preguntó al viejecito:
- ¿Quieres venderme ese clavel rojo, viejecito? Y el otro le contestó:
- Mi clavel rojo no se vende, no tiene precio porque es inapreciable; pero te lo regalaré si quieres casar a tu hija menor con mi hijo.
- ¿Y quién es tu hijo, viejecito?
- Mi hijo es el apuesto y valiente guerrero Fenist, el halcón radiante. De día vive en el cielo sobra las nubes y de noche baja a la tierra como un hermoso joven.
El viudo reflexionó. Si no tomaba el clavel rojo infligiría un agravio a su hija, y, si lo tomaba, cualquiera sabía el matrimonio que saldría de aquello. Después de mucho cavilar, aceptó el clavel rojo, porque se le ocurrió pensar que si Fenist, el halcón radiante, que había de ser novio de su hija no le gustaba, siempre habría manera de romper el trato. Pero, apenas el desconocido le hubo entregado el clavel, desapareció para no dejarse ver más. El pobre viudo se apretaba la cabeza con las manos y estaba tan confuso, que ni se atrevía a mirar el clavel rojo, y al llegar a casa dio a sus hijas mayores lo que le habían pedido, y a la menor el clavel rojo, mientras le decía:
- No me gusta tu clavel rojo, hija mía, no me gusta.
- ¿Por qué lo desprecias de esa manera, querido padre? -preguntó ella.
Y el padre le explicó, hablándole al oído:
- Porque tu clavel rojo está encantado; no tiene precio y no puede comprarse con dinero. Para adquirirlo he tenido que ofrecerte en matrimonio al hijo del viejecito que encontré en el camino, a Fenist, el halcón radiante. -Y le contó lo que el viejo le había dicho de su hijo.
- No te apenes, papá -dijo la hija,- y no juzgues a mi prometido por las apariencias, pues aunque venga volando, no por eso lo querremos menos.
Y la hermosa joven se encerró en su aposento, puso el clavel rojo en agua, abrió la ventana y se quedó contemplando el cielo. Apenas había el sol traspuesto el bosque, cuando, sin saber de dónde llegó, raudo, ante la ventana, Fenist, el halcón radiante, agitó su plumaje como un manojo de flores, se pasó en el alféizar, entró volando al aposento, cayó al suelo y se transformó en un apuesto guerrero de belleza incomparable. La doncella se asustó y estuvo a punto de gritar, pero él la cogió suavemente de la mano y la miró con ternura en los ojos, diciendo:
- ¡No temas, amada mía! Cada noche, hasta que nos casemos, vendré volando a tu lado. Siempre que pongas en la ventana el clavel rojo acudiré a la cita. Aquí tienes una plumita de mi alita. Siempre que desees alguna cosa, sal a la galería y agita la plumita en el aire, y lo que desees aparecerá ante ti.
Luego Fenist, el halcón radiante, besó a su prometida y salió por la ventana volando. Dejó tan prendada a la doncella, que desde entonces, cada noche ponía ella el clavel en la ventana, y siempre que esto hacía, Fenist, el halcón radiante, acudía a su lado en forma de un joven guerrero.
Así pasó una semana y llegó el domingo. Las hermanas mayores fueron a la iglesia luciendo sus nuevas prendas, y se burlaron de la hermana menor, diciéndole:
- ¿Y tú qué vas a llevar? No tienes nada nuevo qué lucir.
Y ella les contestó:
- Como no tengo nada, me quedaré en casa.
Pero cuando las hermanas hubieron salido, fue a la galería y agitó al aire la pluma, y sin saber cómo ni de dónde, apareció ante ella una carroza de cristal tirada por hermosos caballos y conducida por lacayos con libreas de oro, que le presentaban un vestido de riquísima seda con bordados de piedras preciosas. La hermosa doncella se sentó en la carroza y fue a la iglesia, y todos la miraban al pasar, admirando su belleza y su esplendor deslumbrante.
- Sin duda ha venido a la iglesia una Zarevna. ¡No hay más que verla! -cuchicheaba la gente entre sí.
Cuando el oficio hubo terminado, la hermosa doncella subió a la carroza y volvió a casa, y al llegar a la galería, agitó la pluma por encima del hombro, y carroza, lacayos y atavíos desaparecieron. Al llegar sus hermanas la vieron sentada junto a la ventana como antes y le dijeron:
- ¡Oh, hermana! ¡No tienes idea de la hermosa dama que ha estado en misa esta mañana! Era algo tan maravilloso que en vano trataríamos de describírtelo.
Transcurrieron otras dos semanas y otros dos domingos causó la hermosa doncella la admiración de sus hermanas, de su padre, y de toda la gente del pueblo. Pero la última vez, al desprenderse ella de los atavíos se olvidó de quitarse la peineta de brillantes. Llegaron sus hermanas de la iglesia, y mientras le estaban hablando de la hermosa Zarevna acertaron a mirar su peinado y exclamaron a una voz:
- ¡Ah, hermanita! ¿Qué llevas ahí?
La hermanita lanzó también una exclamación y huyó a su aposento. Y desde entonces las hermanas empezaron a vigilarla, y escuchando de noche a la puerta de su aposento, descubrieron y vieron como al apuntar el alba, Fenist, el halcón radiante, salía de su ventana y desaparecía entre la espesura del bosque. Y las hermanas la envidiaron y para hacerle mal pusieron en la ventana vidrios rotos y cuchillos afilados, para que Fenist, el halcón radiante, al ir a posarse en el alféizar, se hiriera con los cuchillos. Y aquella noche, Fenist, el halcón radiante, descendió volando y batió en vano sus alas ante la ventana, sin lograr otra cosa que herirse con los cuchillos y cortarse las alas, por lo que tuvo que levantar el vuelo, no sin gritar antes a la hermosa doncella:
- ¡Adiós, hermosa doncella; adiós, amada mía! ¡Ya no me verás más en tu aposento! Búscame en la tierra de Tres Veces Nueve, en el imperio de Tres Veces Diez. ¡El camino es largo, gastarás zapatos de hierro, romperás a pedazos un cayado de acero, consumirás riñones de piedra, antes que llegues a encontrarme, buena doncella!
Y en aquella misma hora, un sueño profundo abatía a la doncella, que oía durmiendo estas palabras y no podía despertar. Se despertó por la mañana y ¡cuál no sería su sorpresa al ver la ventana erizada de vidrios y cuchillos y con manchas de sangre! Pálida y desconsolada se retorció las manos exclamando:
- ¡Oh, desgracia la mía! ¡Han querido matar a mi amado!.
Y sin perder tiempo, se arregló y partió en busca de su amado novio blanco, Fenist, el halcón radiante. La doncella anduvo sin parar, cruzando espesos bosques, espantosos páramos, áridos desiertos, hasta que por fin llegó a una choza desvencijada. Llamó a la ventana y dijo:
- ¡Quienquiera que aquí habite, ruégole que dé albergue por esta noche a una pobre doncella!
Una vieja apareció en la puerta:
- ¡Perdona, hermosa doncella! ¿Adónde vas, palomita?
- ¡Ay, abuela! Voy en busca de mi amado Fenist, el halcón radiante. ¿Puedes decirme dónde lo hallaré?
- No, no lo sé; pero puedes ir a ver a mi hermana mediana y ella te enseñará el camino. Y para que no te pierdas, toma esta pelotita; adonde ruede, síguela.
La hermosa doncella pasó la noche en compañía de la vieja, y ésta al despedirla al día siguiente, le hizo un regalo:
- Toma -le dijo,- aquí tienes una rueca de plata y un huso de oro. Hilaras copos de lino y sacarás hebras de oro. Tal vez llegue un día en que te sea útil.
La doncella tomó el regalo y siguió a la pelota. Si corrió mucho o poco tiempo no importa, el caso es que llegó ante otra choza. Llamó a la puerta y salió la segunda vieja, que después de hacerle unas preguntas y de oír las respuestas, le dijo:
- Tienes que andar mucho aún, doncella, y no es cosa fácil encontrar a tu amado; pero cuando encuentres a mi hermana mayor, ella podrá decírtelo mejor que yo. Toma esta salsera de plata y esta manzana de oro. Tal vez llegue un día en que te sea útil mi regalito.
La muchacha pasó la noche en la choza y al día siguiente reanudó la marcha siguiendo la pelota que rodaba ante ella. Iba cruzando bosques que cada vez eran más negros y espesos y las copas de los árboles tocaban el cielo. Por fin llegó a la última choza y la vieja abrió la puerta y le ofreció albergue por aquella noche. La doncella le contó de dónde venía, a dónde iba y qué buscaba.
- Es un mal negocio el tuyo, hija mía -le dijo la vieja.- Fenist, el halcón radiante, está prometido a la Zarevna del mar, y pronto se casarán. Cuando salgas del bosque y llegues a la playa, siéntate en una piedra y coge la rueca de plata y el huso de oro y ponte a hilar. La novia de Fenist, el halcón radiante se acercará a ti y querrá comprarte la rueca, pero tú no has de dársela por dinero sino por dejarte ver el plumaje florido de Fenist, el halcón radiante.
La joven prosiguió su marcha y el camino iba descendiendo poco a poco, hasta que, inesperadamente, apareció el mar a la vista de la caminante, y en lo remoto se distinguían las cúpulas de un suntuoso palacio de mármol.
- ¡Sin duda es el reino de mi amado, visto de muy lejos! -pensó la hermosa doncella. Y se sentó en una piedra, cogió la rueca de plata y el huso de oro y se puso a hilar cáñamo que se convertía en hebras de oro.
De pronto vio que se acercaba por la orilla del mar una Zarevna con muchedumbre de doncellas de compañía, guardias y servidores, y deteniéndose ante ella se quedó observando su trabajo y le entraron deseos de obtener la rueca de plata y el huso de oro.
- ¡Te lo por nada, Zarevna, si me dejas contemplar a Fenist, el halcón radiante!
La Zarevna no quería aceptar esta condición, pero al fin dijo:
- ¡Bueno, ven a contemplarlo mientras duerme después de comer y ahuyenta las moscas de su lado!
Tomó la rueca y el huso de manos de la doncella y se volvió a sus habitaciones. Después de comer embriagó a Fenist, el halcón radiante, arrojando en el vino un narcótico y cuando un sueño profundo lo abatió hizo pasar a la doncella. Esta se sentó junto a las almohadas, y llorando a mares, decía a su amado:
- ¡Despierta y levántate, Fenist, el halcón radiante! ¡Soy tu amada novia llegada de muy lejos. He gastado zapatos de hierro, he roto a pedazos un cayado de acero, he consumido riñones de piedra, y todo el tiempo he ido buscándote, amado mío!
Pero Fenist, el halcón radiante, dormía, sin saber que la hermosa doncella lloraba a su lado dirigiéndole palabras de ternura. Después entró la Zarevna y mandó salir a la hermosa doncella y despertó a Fenist, el halcón radiante.
- He dormido mucho -dijo él a su novia,- y, no obstante, me parece que alguien lloraba y se lamentaba a mi lado.
- Sin duda lo has soñado -contestó la Zarevna.- No me he movido un momento de tu lado para impedir que las moscas te molestasen.
Al día siguiente la doncella volvió a sentarse a la orilla del mar y se distraía haciendo rodar en la salsera de plata la manzana de oro. La Zarevna se acercó paseando por la playa, se detuvo a mirarla y le dijo:
- ¡Véndeme tu juguete!
- Mi juguete no es para vender. Es una herencia. Pero si me dejas contemplar otra vez a Fenist, el halcón radiante, te lo daré como regalo.
- Perfectamente. Ven esta tarde, y ahuyenta las moscas de mi prometido.
Y de nuevo hizo que Fenist, el halcón radiante, bebiese el narcótico y cuando estuvo dormido, admitió a la hermosa doncella a su lado. Y la hermosa doncella empezó a llorar sobre su amado, en cuya mejilla cayó por fin una de sus ardientes lágrimas. Entonces Fenist, el halcón radiante, despertó de su profundo sueño y exclamó:
- ¿Quién me ha quemado?
- ¡Oh, amado de mis anhelos! -dijo la hermosa doncella.- Soy yo, que he venido de muy lejos. He gastado zapatos de hierro, he roto cayados de acero, he consumidos riñones de piedra y te he buscado por todas partes, amado mío. ¡Este es el segundo día que lloro a tu lado y tú no despertabas ni contestabas mis palabras!
Sólo entonces reconoció Fenist, el halcón radiante, a su amada y experimentó una alegría inefable. La doncella le contó cuanto había sucedido, la envidia que le tenían sus hermanas, lo mucho que había andado y cómo su prometida lo había cambiado por regalos. Fenist se prendó de ella con más ardor que antes, la besó en los labios de miel y ordenó que echasen al vuelo las campanas y que se reuniesen los boyardos, los príncipes y la gente de todas las condiciones sociales en la plaza del mercado. Y él les preguntó:
- Decidme, buena gente, y contestadme conforme a vuestro buen sentido: ¿qué novia he de tomar por esposa para compartir con ella las penas de la vida, la que me vendió o la que volvió a buscarme?
Y el pueblo sentenció por unanimidad:
- ¡La que volvió a buscarte!
Y así lo hizo Fenist, el halcón radiante. Aquel mismo día se unió ante el altar en lazo matrimonial con la hermosa doncella. La boda fue magnífica y la fiesta transcurrió en continuo alborozo. Yo también me divertí, bebiendo vino y aguamiel, y las copas entrechocaban y todos se hartaron, y las barbas estaban húmedas cuando las bocas estaban secas.