domingo, 30 de mayo de 2010

La alforja encantada "cuento ruso"

Había una vez un hombre casado con una mujer extraordinariamente pendenciera. El pobre hombre no tenía un momento de tranquilidad, pues por cualquier nadería lo abrumaba a denuestos su mujer, y si él se atrevía alguna vez a replicar, lo echaba a escobazos de la cocina. Al desgraciado no le quedaba otro consuelo que ir al campo a cazar conejos con lazo y pájaros con trampas que colgaba de los árboles, porque cuando llevaba buena caza, su mujer se calmaba y dejaba de atormentarlo durante uno o dos días y él gustaba unas horas de paz.
Un día salió al campo, preparó sus armadijos cogió una grulla.
- ¡Qué suerte la mía! -pensó el buen hombre.­ Cuando vuelva a casa con esta grulla y mi mujer la mate y la ase, dejará de molestarme por algún tiempo.
Pero la grulla adivinó su pensamiento y le dijo con voz humana:
- No me lleves a tu casa ni me mates; déjame vivir en libertad, y serás para mí como un padre querido y yo seré tan buena para ti como una hija.
El hombre se quedó atónito y soltó a la grulla, pero al volver a casa con las manos vacías, lo abroncó su mujer de tal manera, que el infeliz hubo de pasar la noche en el patio, bajo la escalera. Al día siguiente, muy temprano, se marchó al campo y estaba preparando sus armadijos, cuando vio a la grulla del día antes que se le acercaba con una alforja en el pico.
- Ayer -dijo la grulla- me diste la libertad y hoy te traigo un regalito. Ya me lo puedes agradecer. ¡Mira!.
Dejó la alforja en el suelo y gritó:
- ¡Los dos fuera de la alforja!
Y he aquí que, sin saber cómo, saltaron de la alforja dos jóvenes, que en un momento prepararon una mesa llena de los manjares más exquisitos que puedan imaginarse. El hombre se hartó de comer las cosas más sabrosas que en su vida había probado, y sólo se levantó de la mesa cuando la grulla gritó:
- ¡Los dos a la alforja!
Y jóvenes, mesa y manjares desaparecieron como por encanto.
- Toma esta alforja -dijo la grulla,- y llévasela a tu mujer.
El hombre dio las gracias y se encaminó a su casa, pero de pronto le entró el deseo de lucir su adquisición ante su madrina y fue a verla. Preguntó por su salud y la de sus tres hijos y dijo:
- Dame algo de comer y Dios te lo pagará.
La madrina le dio lo que tenía en la despensa, pero el ahijado hizo una mueca de disgusto y dijo a su madrina:
- ¡Vaya una triste comida! Es mejor lo que yo traigo en la alforja. Voy a obsequiarte.
- Bueno, venga.
El hombre cogió la alforja, la puso en el suelo y gritó:
- ¡Los dos fuera de la alforja!
Y al momento saltaron de la alforja dos jóvenes que prepararon una mesa y la llenaron de platos exquisitos como la madrina no había visto en su vida.
La madrina y las tres hijas comieron hasta que se hartaron; pero la madrina tenía malas ideas y pensaba quedarse con la alforja del ahijado. Lo halagó con palabras lisonjeras y le dijo:
- Mi querido hijo de pila, veo que estás hoy muy cansado y te sentaría muy bien un baño. Todo lo tenemos preparado para calentarlo.
Al ahijado no le desagradaba un baño y aceptó de mil amores. Colgó la alforja de un clavo y se fue a bañar. Pero la madrina dio prisa a sus hijas para que cosieran una alforja idéntica a la de su ahijado y cuando la tuvieron lista la cambió por la que estaba colgada. El buen hombre nada notó de aquel cambio y con la alforja recién cosida se dirigió a su casa, contento como unas pascuas. Cantaba y silbaba y antes de llegar a la puerta llamó a gritos a su mujer, diciendo:
- ¡Mujer, mujer, felicítame por el regalo que me ha hecho la grulla!
La mujer lo miró, pensando: "Tú has estado bebiendo en alguna parte y buena la has pillado. ¡Yo te enseñaré a no emborracharte!"
El hombre entró y sin perder tiempo, dejó la alforja en el suelo y gritó:
- ¡Los dos fuera de la alforja!
Pero de la alforja no salió nada, y volvió a gritar:
- ¡Los dos fuera de la alforja!
Y... ¡nada!. La mujer, al ver aquello, se puso como una fiera y se arrojó sobre su marido, cogiendo de paso un estropajo, y mal lo hubiera pasado el hombre sin la precaución de escaparse de casa.
El desgraciado se encaminó al mismo lugar del campo, porque pensaba: "Tal vez encuentre a la grulla y me dé otra alforja". Y en efecto, la grulla ya lo esperaba en el mismo lugar del campo con otra alforja.
- Aquí tienes otra alforja que te hará tan buen servicio como la primera.
El hombre se inclinó hasta la cintura y se volvió a casa corriendo. Pero, mientras corría, le asaltó esta duda: "Si esta alforja no fuese lo mismo que la primera se armaría la gorda con mi mujer y no me libraría de ella ni ocultándome bajo tierra". Vamos a probar:
- ¡Los dos fuera de la alforja!
Inmediatamente salieron de la alforja dos jóvenes que empuñaban sendos garrotes y se pusieron a apalearlo gritando: "¡No vayas a casa de tu madrina ni te dejes engatusar con palabras melosas!" Y siguieron descargando garrotazos sobre el hombre, hasta que éste gritó:
- ¡Los dos a la alforja!
Los jóvenes desaparecieron en la alforja.
- Bueno -pensó el buen hombre,- llevé la primera alforja a casa de la madrina como un imbécil; pero no seré tan tonto de no llevar ésta también. ¡A ver si me la cambiará! ¡Entonces sí que quedaría bien lucida!
Se dirigió bien contento a casa de su madrina, colgó la alforja en el clavo de la pared y dijo:
- Te agradeceré que me calientes el baño, madrina.
- Con mucho gusto, ahijado.
El hombre se cerró en el cuarto de baño, dispuesto a permanecer mucho rato. La mujer llamó a sus hijas, las hizo sentar a la mesa y dijo:
- ¡Los dos fuera de la alforja!
Y de la alforja salieron de un salto los dos jóvenes con los garrotes que empezaron a descargar golpes a diestro y siniestro, gritando:
- ¡Devolved al hombre su alforja!
La mujer ordenó a su hija mayor:
- Llama a mi ahijado que está en el baño, y dile que estos dos me están moliendo a palos.
Pero el ahijado contestó desde el baño:
- Aun no he acabado de bañarme.
La mujer mandó a su hija menor, pero el ahijado contestó desde el baño:
- Aun no he acabado de secarme.
Y los dos jóvenes no cesaban de descargar garrotazos diciendo:
- ¡Devuelve al hombre su alforja!
La madrina no pudo soportar más golpes y mandó a sus hijas que cogiesen la alforja y se la llevasen a su ahijado al cuarto de baño. Éste entonces salió del baño y gritó:
- ¡Los dos a la alforja!
Los dos jóvenes de los garrotes desaparecieron para siempre. Entonces el hombre cogió las dos alforjas y se fue a casa. Y de nuevo gritó antes de llegar:
- ¡Felicítame, mujer, por el regalo que me a hecho el hijo de la grulla!
La mujer se enfureció al oír aquello y se asomó con la escoba. Pero el hombre, apenas entró en casa gritó:
- ¡Los dos fuera de la alforja!
Inmediatamente apareció la mesa ante la mujer, y los dos jóvenes la llenaron de platos de los más exquisitos manjares. La mujer comió, bebió y se mostró tierna y sumisa.
- ¡Bueno, vida mía, ya no te molestaré más!
Pero el hombre, después de comer, cogió la alforja sin que su mujer la viera, y la escondió, dejando en su lugar la otra. La mujer, llena de curiosidad, quiso probar por sí misma cómo funcionaba la alforja, y gritó:
- ¡Los dos fuera de la alforja!
Inmediatamente aparecieron los dos jóvenes empuñando sendos garrotes y empezaron a descargar garrotazos sobre la mujer, mientras gritaban:
- ¡No maltrates a tu marido! ¡No maldigas a tu marido!
La mujer chillaba como una condenada, gritando a su marido que acudiese en su auxilio. El buen hombre se compadeció de ella, entró y dijo:
- ¡Los dos a la alforja!
Y los dos desaparecieron en la alforja.
Desde entonces el matrimonio vivió en tan dulce paz, que el hombre no se cansa de poner a su mujer por las nubes, y el cuento se acabó.

jueves, 27 de mayo de 2010

El campesino Demyan "cuento ruso"

En cierta aldea, ignoro si hace poco o mucho tiempo, vivía un campesino testarudo y violento, llamado Demyan. Era duro, bronco y colérico y siempre buscaba la ocasión de disgustarse con cualquiera. Imponía su voluntad a puñetazos cuando no bastaban las palabras. Invitaba a un vecino a su casa, y le obligaba a comer, y si el vecino rehusaba un bocado por vergüenza o cortesía, el campesino se disgustaba y le gritaba: "¡En casa ajena obedece al dueño!"
Y un día sucedió que un mocetón entró como convidado a casa de Demyan, y el campesino le puso una mesa llena de exquisitos manjares y de los mejores vinos. El joven comía a dos carrillos y despachaba plato tras plato. El campesino estaba admirado y cuando vio la mesa limpia y las botellas vacías, se quitó la levita y le dijo:
- ¡Quítate la blusa y ponte mi levita! -porque pensaba: "Rehusará y entonces sabrá para qué tengo los puños".
Pero el joven se puso la levita, se la ciñó bien y haciendo una reverencia, dijo:
- ¡Y bien, padrecito! Gracias por el regalo. No me niego a aceptarlo, porque en casa ajena hay que obedecer al dueño.
El campesino estaba furioso. Deseaba provocar una pendencia a toda costa y con tal objeto condujo al mozo al establo y le dijo:
- Nada es poco para ti. ¡Ea, monta en mi caballo y llévaselo como si fuera tuyo! -porque pensaba: "Rehusará y habrá llegado el momento de darle una lección".
Pero el joven volvió a decir:
- ¡En casa ajena hay que obedecer siempre al dueño!
Y cuando estuvo bien montado, se volvió al campesino Demyan y gritó:
- ¡Hasta la vista, amigo! ¡Nadie te ha obligado, pero has caído en tu misma trampa! -Y dicho esto, salió galopando.
El campesino se quedó moviendo la cabeza y dijo: "La guadaña ha dado contra una piedra", con lo que quería decir que había hallado por fin la horma de su zapato.

lunes, 24 de mayo de 2010

La rana zarevna "cuento ruso"

En cierto reino de cierto Imperio vivían un Zar y una Zarina que tenían tres hijos, los tres jóvenes, valerosos y solteros, el menor de los cuales se llamaba Iván. Un día el Zar les habló y les dijo:
- Queridos hijos, coged cada uno una flecha y un arco, salid en diferentes direcciones y disparadla con toda vuestra fuerza y dondequiera que caiga la flecha, elegid allí vuestra esposa.
El mayor disparó y la flecha fue a parar precisamente al aposento de la hija de un boyardo. La flecha del segundo hermano fue a parar a la casa de un rico comerciante y se quedó clavado en una galería donde se paseaba en aquel momento una hermosa doncella, que era la hija de¡ comerciante. El hermano menor disparó su flecha, que fue a caer a una charca y la cogió una rana que todo el día estaba croando.
El Zarevitz Iván dijo a su padre:
- ¿Cómo quieres qué acepte por esposa a semejante charlatana? ¿Yo casarme con una rana?
- ¡Cásate con ella - replicó su padre,- ese es tu destino!
Los tres hermanos se casaron. El mayor, con la hija del noble, el segundo, con la hija del comerciante y el menor con la rana charlatana. Y el Zar los llamó y les dijo:
- Mañana han de cocerme vuestras esposas pan blanco,
El Zarevitz Iván se retiró de la presencia de su padre tan afligido, que la cabeza, siempre erguida, te caía por debajo de los hombros.
- ¡Croá, croá! ¿Por qué estás tan afligido, Iván el Zarevitz? -preguntó la rana.
- ¡Bien se ve que no has oído las palabras de mi padre el Zar. ¿Cómo no he de estar triste si mi padre y soberano señor quiere que mañana le cuezas pan blanco?
- ¡No te aflijas por tan poca cosa, Zarevitz; acuéstate y duerme, que la almohada es buena consejera!
Hizo que el Zarevitz se acostase y cuando estuvo dormido, se arrancó la piel de rana y se transformó en una doncella de sin igual hermosura. Basilisa Premudraya salió a la galería y gritó con voz penetrante:
- ¡Nodrizas, nodrizas! ¡Venid! ¡Poneos a trabajar y hacedme pan blando y blanco como el que solía comer en casa de mi querido padre!
Cuando se levantó el Zarevitz Iván, al día siguiente, ya estaba el pan hecho y era un pan tan magnífico que ni la lengua puede expresarle ni la fantasía imaginarlo; sólo se puede hablar en un cuento de cómo era. Los repulgos hacían unos dibujos fantásticos y los cuernos de que estaba rodeado representaban castillos con fosos y todo. El Zar se deshizo en elogios del Zarevitz Iván a causa del pan que le presentó y ordenó a sus tres hijos:
- Vuestras esposas han de fabricarme una alfombra en una noche.
El Zarevitz Iván salió de la presencia de su padre tan afligido que la cabeza, siempre erguida, le caía por debajo de los hombros.
- ¡Croá, croá! ¿Por qué estás tan afligido, Iván el Zarevitz? ¿Te ha dirigido tu padre el Zar palabras de censura?
- ¿Cómo no he de estar triste si mi padre y soberano señor te ordena que le fabriques un tapiz de seda en una noche?
- No te apures por eso, Zarevitz; acuéstate y duerme, que la almohada es una buena consejera.
Hizo que el Zarevitz se acostase y cuando vio que dormía se desprendió de la piel de rana y quedó transformada en una hermosa doncella. Basilisa Premudraya salió a la galería y gritó con voz penetrante:
- ¡Nodrizas, nodrizas! ¡Venid! ¡Poneos a trabajar y tejedme una alfombra de seda como aquellas en que me solía sentar en casa de mi querido padre!
Dicho y hecho. Cuando se levantó el Zarevitz al día siguiente, ya estaba la alfombra lista, y era tan magnífica, que sólo es para decir en cuentos cómo era, mas no para imaginarlo ni soñarlo. La alfombra estaba bordada en oro y plata y en los más vivos colores. El Zar llenó de elogios al Zarevitz Iván a causa de la alfombra, y enseguida ordenó a los tres hijos que al día siguiente compareciesen ante él con sus respectivas esposas.
De nuevo se retiró el Zarevitz Iván de la presencia de su padre tan afligido, que la cabeza, siempre erguida, le caía por debajo de los hombros.
- ¡Croá, croá! ¿Por qué estás tan afligido, Iván el Zarevitz? ¿Te ha dirigido tu padre el Zar palabras de censura?
- ¿Cómo no he de estar triste, si mi padre soberano y señor me ha ordenado que me presente mañana contigo? ¿Qué dirá la gente si te ve?
- No te apures, Zarevitz. Preséntate solo ante tu padre y yo llegaré detrás de ti. Cuando oigas ruido y llamen a la puerta, sólo has de decir: "¡Aquí viene mi querida Ranita, metida en su cestita!"
Y he aquí que los hermanos mayores se presentaron con sus esposas magníficamente ataviadas y se reían del Zarevitz Iván, diciendo:
- Hermano, ¿por qué has venido sin tu mujer? Podías haberla traído en paño de cocina. ¿De dónde sacaste semejante belleza? ¡Sin duda la buscaste por todos los pantanos del país de las hadas!
Y he aquí que se oyó un gran ruido y que llamaban a la puerta con tan recios golpes, que temblaba todo el palacio. Los invitados se asustaron tanto, que dejaron su puesto y no sabían donde meterse; pero el Zarevitz Iván los tranquilizó diciendo:
- ¡No temáis, señores! ¡Eso no es más que mi Ranita que vienen en su cestita!
Y una carroza de oro tirada por seis caballos se detuvo a la entrada del palacio, y de ella bajó Basilisa Premudraya de tan singular belleza, que sólo es para decir en cuentos, pero no para imaginarla ni soñarla. El Zarevitz Iván la cogió de la mano y la condujo a la mesa de bordado mantel. Los convidados empezaron a comer y a divertirse. Basilisa Premudraya bebía vino pero arrojaba las heces de la copa en el interior de su manga izquierda. También comió cisne asado, pero arrojaba los huesos en el interior de su manga derecha. Las mujeres de los hermanos mayores, que se fijaron en aquellos que creían estratagemas, hicieron lo mismo. Luego cuando Basilisa Premudraya bailó con el Zarevitz Iván, agitó su mano izquierda y apareció un lago; agitó su mano derecha y aparecieron cisnes blancos deslizándose por la superficie del agua. El Zar y sus huéspedes se quedaron atónitos ante tales maravillas. Después bailaron las mujeres de los hermanos mayores. Agitaron la mano izquierda y todos los invitados quedaron rociados de agua; agitaron la mano derecha y los huesos fueron a dar en los mismos ojos del Zar. Éste se indignó y las arrojó de la corte a cajas destempladas.
Y sucedió que un día el Zarevitz Iván aprovechando una ocasión, salió de casa, encontró la piel de rana y la echó al fuego. Basilisa Premudraya fue a buscar la piel y al no hallarla se apenó en gran manera y, hecha un mar de llanto, fue a ver al Zarevitz y le dijo:
- ¿Qué has hecho, desgraciado Zarevitz Iván? Si hubieras esperado un poco más, hubiese sido tuya para siempre. Pero ahora, ¡adiós! Búscame más allá del país Tres Veces Nueve, en el imperio de Tres Veces Diez, en casa de Koshchei Bezsmertny (el esqueleto inmortal).
Dicho esto se transformó en un cisne blanco y salió volando por la ventana.
El Zarevitz Iván lloró amargamente, se volvió a los cuatro puntos cardinales rogando a Dios que dirigiera sus pasos y por fin emprendió la marcha en una dirección.
Anda que andarás, ando que andarás, sin que importe los días que estuvo andando, encontró por fin un viejo, muy viejo, que le dijo:
- ¡Hola, buen joven! ¿Qué buscas y adónde vas?
El Zarevitz le contó toda su desgracia.
- ¡Ay, Zarevitz Iván! ¿Por qué quemaste aquella piel de rana? ¡No debiste hacerlo! Basilisa Premudraya era más lista y más inteligente que su padre, y éste por envidia la condenó a vivir como una rana por espacio de tres años. Aquí tienes una pelota, tírala y síguela donde vaya.
Iván el Zarevitz dio las gracias al viejo y siguió la pelota. Al pasar por un llano encontró a un oso y pensó:
- ¡Vaya! Mataré a este oso.
Pero el oso le rogó:
- ¡No me mates, Zarevitz! ¡Yo también puedo hacerte algún favor en alguna ocasión!.
Siguieron andando y he aquí que venía en su dirección contoneándose un pato. El Zarevitz tendía ya el arco para tirarle, cuando el animal gritó con voz humana:
- ¡No me mates, Zarevitz Iván! ¡Tal vez también yo pueda darte alguna prueba de amistad!
Le tuvo compasión y siguieron adelante, y una liebre cruzó corriendo el camino. El Zarevitz preparó el arco y ya estaba a punto de disparar la flecha cuando la liebre gritó con voz humana:
- ¡No me mates, Zarevitz! Yo también puedo darte alguno prueba de amistad!
Iván el Zarevitz le tuvo compasión y siguieron andando hasta que llegaron al mar, y he aquí que en la arena agonizaba un pez, que suspiró:
- ¡Zarevitz Iván! Compadécete de mí y vuélveme al agua.
El joven echó el pez al agua y siguió andando por la playa. La pelota dando vueltas y más vueltas, llegó por fin ante una mísera choza que se sostenía y giraba sobre unas patas de gallina. El Zarevitz Iván le dijo:
- ¡Chocita, chocita, ponte como te puso tu madrecita, de cara a mí y de espalda al mar!
Y la chocita dio una vuelta y se puso de cara a él y de espalda al mar. El Zarevitz entró y se halló en presencia de la Baba Yaga piernas de hueso, echada en la estufa sobre nueve ladrillos y puliéndose los dientes.
- ¡Hola, buen joven! ¿A qué debo el honor de tu visita?
- ¡Calla, bruja! Me llamas buen joven y más valdría que me dieras algo de comer y de beber y me preparases un baño. Luego podrías preguntarme lo que quieras.
La Baba Yaga lo dio de comer y de beber y le preparó un baño, y luego el Zarevitz le dijo que iba en busca de su esposa, Basilisa Premudroyo,
- La conozco- dijo la Baba Yaga.- Ahora está con su padre Koshchei Bezimertny. Es difícil llegar allí y no es fácil arreglar las cuentas a Koshchei. Su muerte depende de la punta de un aguja, la aguja la lleva una liebre, la liebre está en un cofre, el cofre en la cima de un alto roble, y Koshchei guarda el roble como la niña de sus ojos.
Baba Yaga le enseñó entonces en qué parte se hallaba el roble. EI Zarevitz se dirigió adónde le indicó, pero no sabía cómo apoderarse del cofre. De pronto, sin saber cómo, el oso se abrazó al árbol y lo arrancó de cuajo; el cofre cayó y se hizo pedazos; la liebre de un salto se puso en salvo. Pero he aquí que la otra liebre se lanzó tras ella, la cogió y la descuartizó; de dentro de la liebre salió un pato que echó a volar por el aire; pero el otro pato lo persiguió, le dio alcance y lo abatió, y al caer, el pato dejó caer un huevo y éste se perdió en el mar. El Zarevitz ante aquella irreparable pérdida del huevo lloraba desconsolado, cuando el pez se acercó nadando a la orilla con el huevo en la boca. El joven tomó el huevo, lo rompió, sacó la aguja y rompió la punta. Entonces atacó a Koshchei, que se defendió cuanto pudo, pero por más esfuerzos que hizo no le tocó más que sucumbir. El Zarevitz Iván se dirigió a casa de Koshchei, cogió a Basilisa Premudraya y se volvió a casa. Y en adelante vivieron juntos largos años y en completa felicidad.

sábado, 22 de mayo de 2010

El pato blanco "cuento ruso"

Un Príncipe muy rico y poderoso casó con una Princesa de sin igual hermosura y, sin tiempo para contemplarla, sin tiempo para hablarle, sin tiempo para escucharla, se vio obligado a separarse de ella dejándola bajo la custodia de personas extrañas. Mucho lloró la Princesa y muchos fueron los consuelos que procuró darle el Príncipe. Le aconsejó que no abandonara sus habitaciones, que no tuviera tratos con gente mala, que no prestara oídos a malas lenguas y no hiciese caso de mujeres desconocidas. La Princesa prometió hacerlo así y cuando el Príncipe se alejó de ella se encerró en sus habitaciones. Allí vivía y nunca salía.
Transcurrió un tiempo más o menos largo, cuando un día, que estaba sentada junto a la ventana, bañada en llanto, acertó a pasar por allí una mujer. Era una mujer de sencillo y bondadoso aspecto que se detuvo ante la ventana y, encorvada sobre su báculo y apoyando su barba en las manos, dijo a la Princesa con voz dulce y cariñosa:
- Querida Princesita, ¿por qué estás siempre triste y afligida? Sal de tus habitaciones a contemplar un poco el hermoso mundo de Dios, o baja a tu jardín, y entre los verdes follajes se disiparán tus penas.
Durante buen espacio de tiempo, la Princesa se negó a seguir aquel consejo y no quería escuchar las palabras de la mujer; pero al fin pensó: "¿Qué inconveniente ha de haber en ir al jardín? Otra cosa sería pasar el arroyo." La Princesa ignoraba que aquella mujer era una hechicera y quería perderla porque la envidiaba, de modo que salió al jardín y estuvo escuchando sus palabras lisonjeras. Cruzaba el jardín un arroyo de aguas cristalinas y la mujer dijo a la Princesa:
- Hace un día abrasador y el sol quema como el fuego, pero este arroyo es fresco y delicioso. ¿Por qué no bañarnos en él?
- ¡Ah! ¡No! -exclamó la Princesa. Pero luego pensó: "¿Por qué no? ¿Qué inconveniente puede haber en tomar un baño?"
Se quitó el vestido y se metió en el agua, pero no bien se hubo mojado toda, la hechicera le tocó la espalda con el cayado diciendo:
- ¡Ahora nada como un pato blanco!
Y la hechicera se puso enseguida los vestidos de la Princesa, se ciñó a las sienes la diadema, se pintó y fue a las habitaciones de la Princesa a esperar al Príncipe. En cuanto oyó ladrar el perro y tocar la campanilla de la puerta, corrió a recibirlo, se le arrojó al cuello y lo besó en un abrazo. El Príncipe estaba tan radiante de gozo, que fue el primero en abrirle los brazos y ni un momento sospechó que no era a su mujer sino a una malvada bruja a quien abrazaba.
Y sucedió que el pato, que como es de suponer era hembra, puso tres huevos, de los que nacieron dos robustos polluelos y un canijo, porque se anticipó a romper la cáscara. Sus hijos empezaron a crecer y ella los criaba con esmero. Los paseaba a lo largo del río, les enseñaba a pescar pececillos de colores, recogía pedacitos de ropa y les cosía botitas, y desde la orilla del arroyo les enseñaba los prados y les decía:
- ¡No vayáis allá, hijos míos! Allá vive la malvada bruja que me perdió a mí y os perdería a vosotros.
Pero los pequeños no hacían caso de su madre y un día jugaban por la hierba, y otro perseguían hormigas, y cada día se alejaban más hasta que llegaron al patio de la Princesa. La hechicera los conoció por instinto y rechinó los dientes de rabia; pero se transformó en una belleza y los llamó al palacio, y les dio exquisitos manjares y excelentes, bebidas. Después de haberlos mandado a dormir, ordenó a sus criados que encendieron fuego en el patio, pusieran a hervir una caldera y afilaran los cuchillos. Los hermanos dormían, pero el nacido a destiempo y a quien por orden de la madre habían de llevar los otros en el seno para que no se enfriase, no dormía, sino que lo veía y lo escuchaba todo. Y aquella noche la hechicera fue al cuarto que ocupaban los hermanos y dijo:
- ¿Estáis durmiendo, pequeñitos?
Y el nacido a destiempo contestó por sus hermanos:
- No estamos durmiendo, pero pensamos en nuestros pensamientos que nos quieres hacer pedazos. Los montones de ramas de arce están ardiendo, las calderas están hirviendo, los cuchillos están afilados.
- No duermen -dijo la hechicera y se alejó de la puerta. Dio unas vueltas por el palacio y se acercó de nuevo a la puerta:
- ¿Estáis durmiendo, hijos míos?
Y el nacido a destiempo sacó la cabecita de debajo de la almohada y contestó:
- No soñamos durmiendo, pero pensamos en nuestros pensamientos que nos quieres hacer pedazos. Los montones de ramas de arce están ardiendo, las calderas están hirviendo, los cuchillos están afilados.
- ¿Cómo es que siempre me contesta la mismo voz? -pensó la hechicera.- Voy a ver.
Abrió la puerta poco a poco, miró y vio que dos de los hermanos estaban profundamente dormidos. Entonces los mató a los dos.
Al día siguiente, el pato blanco empezó a llamar a sus hijos, pero sus queridos hijos no contestaron a su llamamiento. Enseguida sospechó que algo malo había sucedido. Se estremeció de miedo y voló al patio de la Princesa, donde, tan blancos como pañuelitos blancos, tan fríos como pececitos escamados, yacían uno al lado de otro los tres hermanitos. Abatió su vuelo sobre ellos, agitó desesperadamente sus alas, daba vueltas en torno a sus queridos hijos y gritaba con voz maternal:

"¡Cuá, cuá, cuá, mis queridos hijitos!
¡Cuá, cuá, cuá, mis tiernos pichoncitos!
Yo bajo mis alas siempre os protegí,
y el pan de mi boca solícita os di.
Por veros felices yo nunca dormía,
pensando en vosotros de noche y de día."

El Príncipe oyó aquellos lamentos y llamó a la hechicera, a la que creía su esposa, a su presencia.
- ¿Mujer, has oído eso, eso tan inaudito?
- Debe de ser tu imaginación. ¡Eh, criados! ¡Arrojad ese pato del patio!
Los criados salieron a ahuyentar al pato, pero éste volaba dando vueltas sin parar de decir a sus hijos:

¡"Cuá, cuá, cuá, mis queridos hijitos!
¡Cuá, cuá, cuá, mis tiernos pichoncitos!
Causó vuestra ruina la viejo hechicera,
la astuta serpiente, la gran embustera.
Que bajo la hierba se arrastra cruel.
Ella a vuestro padre, mi marido fiel,
nos quitó y a un río nos ha condenado
y en blancos patitos nos ha transformado.
Vistiendo su crimen de falso oropel,
para que lo ignore mi marido fiel."

El Príncipe comprendió entonces que en todo aquello había algún misterio y gritó:
- ¡Traedme aquí ese pato blanco!
Todos se apresuraron a obedecer, pero el pato estaba girando en círculos y nadie podía cogerlo. Por fin salió el mismo Príncipe a la galería, y el ave voló a sus manos y cayó a sus pies. El Príncipe la cogió suavemente por las alas y dijo:
- ¡Blanco abedul ponte detrás, y hermosa dama ponte delante!
Al momento, el pato blanco volvió a tomar la forma de la bellísima Princesa, dio órdenes para que fueran a buscar un frasco de agua de la vida y del habla, al nido de una urraca, roció a sus hijos con el agua de vida y se movieron, luego los roció con agua del habla, y empezaron a hablar. El Príncipe se vio rodeado de sus hijos, sanos y salvos y todos vivieron felices, practicando el bien y evitando el mal.
Pero a la bruja, por orden del Príncipe, la ataron a la cola de un caballo que la arrastró por la inmensa estepa. Las aves del aire le arrancaron la carne a picotazos y los vientos del cielo esparcieron sus huesos, y no quedó de ella ni vestigios ni memoria.

jueves, 20 de mayo de 2010

Tomás Berennikov "cuento ruso"

Una vez vivía en una aldea un pobre campesino llamado Tomás Berennikov, muy suelto de lengua y fanfarrón como nadie; a feo no todos le ganaban y en cuanto a trabajador, nadie tenía que envidiarle. Un día fue al campo a labrar, pero el trabajo era duro y su yegua, floja y escuálida, apenas podía con el arado. El labrador se desanimó y fue a sentarse a una piedra para dar rienda suelta a sus tristes pesares. Inmediatamente acudieron verdaderos enjambres de tábanos y mosquitos que volaron como una nube sobre su infeliz jamelgo acribillándolo a picaduras. Tomás cogió un haz de ramas secas y lo sacudió contra su pobre bestia para librarla de aquellos insectos que se la comían viva. Los tábanos y los mosquitos cayeron en gran número. Tomás quiso saber a cuántos había matado y contó ocho tábanos, pero no pudo contar los mosquitos. Puso una cara de satisfacción y se dijo:
"¡Acabo de hacer algo grande! ¡He matado ocho tábanos de un solo golpe y los mosquitos son incontables! ¿Quién dirá que no soy un gran guerrero? ¿Que no soy un héroe? No aro más en el campo. Lucharé. ¡Soy un héroe y como tal buscaré fortuna!"
Arrojó la hoz, se ciñó la alforja y colgó de su cinto la guadaña, y de esta guisa, montó su escuálida yegua y salió por el mundo en busca de aventuras.
Mucho tiempo hacía que cabalgaban cuando llegó a un poste donde habían inscrito sus nombres muchos héroes que por allí pasaron. No quiso ser menos y escribió con yeso en el mismo poste: "El valiente Tomás Berennikov que mató de un golpe a ocho de los grandes e incontables de los pequeños, ha pasado por aquí". Escrito esto, siguió caminando.
No se había alejado media legua, cuando dos jóvenes y fornidos campeones acertaron a pasar por allí galopando en sus cabalgaduras, leyeron la inscripción y se dijeron el uno al otro:
- ¿Quién será este héroe desconocido? Nadie nos ha hablado de su brioso corcel ni nos ha dado noticias de sus caballerescas hazañas.
Picaron espuelas y no tardaron en dar alcance a Tomás, a cuya vista quedaron sorprendidos.
- ¿Pero qué caballo monta ese hombre? -exclamaron.- ¡Si no es más que un rocín trasijado! ¡Eso quiere decir que su fuerza no estriba en su cabalgadura sino en el mismo héroe!
Se acercaron, pues, a Tomás y lo saludaron en tono humilde y de sumisión:
- ¡La paz sea contigo, buen hombre!
Tomás los miró por encima de¡ hombro y, sin mover la cabeza, preguntó:
- ¿Quiénes sois vosotros?
- Ilia Muromets y Alesha Popovich, que desean ser tus compañeros.
- Bien; si tal es vuestro deseo, seguidme.
Llegaron a los dominios del vecino Zar y se dirigieron al vedado real, donde levantaron sus tiendas para descansar mientras dejaban que sus caballos paciesen libremente. El Zar mandó a cien caballeros de su guardia con la orden de expulsar a los forasteros de su vedado. Ilia Muromets y Alesha Popovich dijeron a Tomás:
- ¿Quieres salir tú contra ellos o quieres enviarnos a nosotros?
- ¡Sí, claro! ¿Pensáis que voy a ensuciarme las manos luchando contra esa basura? Anda tú, Ilia Muromets y dales una lección de tu valor.
Ilia Muromets montó su brioso corcel y cargó contra la caballería del Zar como un halcón contra una bandada de palomas y los exterminó sin dejar a uno solo con vida. Enfurecido el Zar, reunió todos los soldados de la ciudad, infantería y caballería, y ordenó a sus capitanes que expulsaran de su vedado a los forasteros sin contemplación alguna.
El ejército del Zar avanzaba al son de trompetas y levantando nubes de polvo. Ilia Muromets y Alesha Popovich se acercaron a Tomás y le dijeron:
- ¿Quieres salir tú contra el enemigo o quieres mandar a uno de nosotros?
Tomás que estaba acostado de un lado, ni siquiera se volvió para decir:
- ¿Os figuráis que yo puedo ir a golpes con esa gentuza, que voy a manchar mis heroicas manos con semejante porquería? ¡Nunca! Ve tú, Alesha Popovich, y enséñales nuestro estilo en la pelea, y yo miraré desde aquí y veré si tienes el valor que aparentas.
Alesha cayó como un huracán sobre las huestes del Zar, blandiendo la maza y gritando con su voz de clarín entre el retronar de su armadura:
- ¡Os mataré y os despedazaré a todos sin piedad!
Empezó a derribar jinetes a mazazos y los capitanes advirtieron enseguida que todos volvían grupas ante aquel guerrero, e impotentes para impedirlo, mandaron tocar retirada y buscaron refugio en la ciudad, para dirigir luego al vencedor el siguiente mensaje: "Dinos, poderoso e invencible campeón, cómo hemos de llamarte y dinos también el nombre de tu padre para que podamos honrarlo. ¿Qué tributo exiges de nosotros para que no nos molestes más y dejes en paz nuestra tierra?"
- ¡No es a mí a quien debéis rendir tributo! ­contestó Alesha.- No soy más que un subordinado. Hago lo que me manda mi hermano mayor, el famoso campeón Tomás Berennikov. Con él habéis de tratar. Os perdonará si quiere, pero si no, arrasará vuestro reino y os someterá a cautiverio.
El Zar oyó estas palabras y envió a Tomás los más ricos regalos y una embajada de las más distinguidas personalidades de la corte, encargados de decirle: "Te rogamos, famoso campeón Tomás Berennikov, que vengas a visitarnos, que habites en nuestra corte real y nos prestes tu ayuda en la guerra contra el Emperador de la China. ¡Oh, héroe! Si logras derrotar al innumerable ejército chino, te daré a mi propia hija por esposa, y después de mi muerte, serás dueño de todos mis dominios".
Tomás puso una cara muy larga y dijo:
- ¿Pero qué pasa aquí? Bueno, poco me importa. Después de todo me parece que puedo aceptar.
Montó en su rocín, ordenó a los dos jóvenes que lo siguieran y se dirigió como huésped al palacio del Zar.
Aun no había saboreado del todo Tomás los exquisitos manjares de la mesa del Zar, aun no había tenido tiempo para descansar, cuando llegó la amenazadora embajada del Emperador de la China, exigiendo que todo el reino lo reconociera como a su señor feudatario y el Zar le mandase su única hija.
- Decid a vuestro Emperador -replicó el Zar- que ya no le temo, que ahora tengo la protección y ayuda del famoso campeón Tomás Berennikov, capaz de matar a ocho de un golpe y un sinnúmero de los pequeños. Si están cansados de la vida vuestro Emperador y vuestros hermanos chinos, invadid mis dominios y tendréis un recuerdo de Tomás Berennikov.
Dos días después, la ciudad del Zar estaba sitiada por un ejército chino innumerable, y el Emperador de la China le mandó decir:
- Tengo un campeón invencible que no se conoce igual en el mundo; manda contra él a tu Tomás. Si tu héroe gana, me someteré y te pagaré un tributo de todo mi imperio, pero si gana el mío, has de darme tu hija y pagarme un tributo de todo tu reino.
A Tomás Berennikov le había llegado el turno de demostrar su valor y sus dos jóvenes compañeros le dijeron:
- Poderoso campeón y hermano mayor nuestro, ¿cómo podrás luchar con ese chino sin armadura? Toma nuestra mejor armadura y nuestro mejor caballo.
A lo que contestó Tomás Berennikov:
- ¿Por qué decís eso? ¿Queréis que me esconda de ese cabezudo en una armadura? Un brazo me basta para acabar con él de un golpe. ¿No dijisteis vosotros mismos, al verme por vez primera, que no había que mirar al caballo sino al guerrero?
Pero Tomás pensaba para su sayo: "¡En buen avispero me he metido! ¡Bueno, que me mate si quiere el chino; no estoy dispuesto a que nadie se burle de mí en este negocio!" Entonces le trajeron su yegua, montó a manera de campesino y salió al campo a trote ligero.
El Emperador de la China había armado a su campeón como una fortaleza; la armadura que le dio pesaba cuatrocientas ochenta libras, le enseñó el manejo de todas las armas, puso en sus manos una maza de guerra que pesaba ochenta libras, y le dijo antes de despedirlo:
- Atiende lo que he de decirte y no olvides mis palabras. Cuando un campeón ruso no puede vencer por la fuerza, recurre a la astucia; si no estás en astucia más fuerte que él, ten cuidado y haz todo lo que haga el ruso.
Los dos campeones salieron a campo abierto el uno contra el otro, y Tomás vio al chino que avanzaba contra él enorme como una montaña y con la cabeza grande como un tonel, cubierto en su armadura como una tortuga en su concha, de modo que apenas podía moverse. Tomás recurrió enseguida a una estratagema. Se apeó de la yegua y sentándose en una piedra se puso a afilar su guadaña. Al ver esto el chino, saltó de su caballo, lo ató a un árbol y se puso a amolar su hacha contra una piedra también. Cuando Tomás hubo acabado de afilar su guadaña, se acercó al chino y lo dijo:
- Los dos somos poderosos y valientes campeones y hemos salido el uno contra el otro en singular combate; pero antes de asestarnos el primer golpe hemos de manifestarnos un respeto mutuo y saludarnos según la costumbre del país.
Dicho esto se inclinó profundamente ante el chino.
- ¡Ah, ah! -pensó éste.- He aquí una astucia magistral; pero no le valdrá porque me inclinaré aun más profundamente que él.
Y si el ruso se había inclinado hasta la cintura, el chino se inclinó hasta el suelo. Pero antes que pudiera levantarse con lo mucho que le pesaba la armadura, Tomás corrió a su lado y de dos tajos le cortó la cabeza. Inmediatamente saltó sobre el brioso caballo del chino, se agarró como Dios le dio a entender y le sacudió los ijares con su rama de abedul, tratando de coger las riendas, sin acordarse de que el caballo estaba atado a un árbol. Apenas el fogoso animal sintió el peso de un jinete empezó a tirar y a forcejear hasta que arrancó el árbol de cuajo, y emprendió veloz carrera hacia el ejército chino, arrastrando el corpulento árbol como si se tratase de una pluma.
Tomás Berennikov estaba horrorizado y se puso a gritar: "¡Socorro! ¡Socorro!" Pero el ejército chino empezó a temblar como si se les echase encima un alud, y se figuraron que les gritaba: "¡Ya podéis correr! ¡Ya podéis correr!", y pusieron pies en polvorosa sin mirar atrás. Pero el veloz caballo los alcanzó y se abrió paso entre ellos, derribando con el árbol a cuantos encontraba al paso y cambiando a cada momento de dirección, dejando así el campo sembrado de soldados.
Los chinos juraron que no volverían nunca más a luchar con aquel hombre terrible, resolución que fue una suerte para Tomás. Volvió a la ciudad a caballo en su rocín y encontró a toda la corte llena de admiración por su valor, por su fuerza y por su victoria.
- ¿Qué quieres de mí, -le preguntó el Zar,- la mitad de mis riquezas de oro y mi hija por añadidura, o la mitad de mi glorioso reino?.
- Bueno, aceptaré la mitad de tu reino si quieres, pero no me enfadaré si me das la mano de tu hija y la mitad de tu tesoro como dote. Pero una cosa te pido: cuando me case invita a la boda a mis dos jóvenes compañeros Ilia Muromets y Alesha Popovich.
Y Tomás se casó con la sin par Zarevna, y celebraron la boda con tales banquetes y festejos, que a los convidados les ardía la cabeza dos semanas después. Yo también estuve allí y bebí hidromiel y cerveza y me hicieron ricos presentes y el cuento ha terminado.

lunes, 17 de mayo de 2010

La acusadora "cuento ruso"

Una vez vivía un matrimonio anciano. Ella, sin que fuera una mala mujer, tenía el defecto de no sujetar su lengua, y todo el pueblo se enteraba por ella de lo que su marido le contaba y de lo que en casa sucedía, y no satisfecha con esto, exageraba todo de tal modo, que decía cosas que nunca ocurrieron. De vez en cuando, el marido tenía que castigarla y las costillas de la mujer pagaban las culpas de su lengua.
Un día, el marido fue al bosque por leña. Apenas había penetrado en él, notó que se le hundía un pie en la tierra, y el buen viejo pensó:
- ¿Qué será esto? Voy a remover la tierra y tal vez tenga la suerte de encontrar algo.
Se puso a hurgar y al poco rato descubrió una caldera llena de oro y plata.
- ¡Que suerte he tenido! ¿Pero qué haré con esto? No puedo ocultarlo a mi buena mujer, aunque estoy seguro que todo el mundo se enterará por ella de mi feliz hallazgo y yo habré de arrepentirme hasta de haberlo visto.
Después de largas reflexiones llegó a una determinación. Volvió a enterrar el tesoro, echó encima unas cuantas ramas y regresó al pueblo. Enseguida fue al mercado y compró una liebre y un besugo vivos, volvió al bosque y colgó el besugo en lo más alto de un árbol y metió la liebre en una nasa que dejó en un puesto poco profundo del río.
Hecho esto se dirigió al pueblo haciendo trotar su caballejo por pura satisfacción y entró en su cabaña.
- ¡Mujer, mujer -gritó,- acabo de tener una suerte loca!
- ¿Qué te ha pasado, qué te ha pasado, hombre? ¿Por qué no me lo cuentas?
- ¿Qué te he de contar, si enseguida propalarías el secreto?
- Palabra de honor que no diré nada a nadie. Te lo juro. Si no me crees, estoy dispuesta a descolgar la santa imagen de la pared y a besarla.
- ¡Bueno, bueno; escucha! -consintió el hombre. Y acercando los labios al oído de su mujer le susurró: -He hallado en el bosque uno caldera llena de oro y plata.
- ¿Por qué no la has traído aquí?
- Porque será mejor que vayamos los dos juntos a buscarla.
Y el buen hombre fue con su mujer al bosque. Por el camino el labrador dijo a su mujer:
- Por lo que he oído y según me contaron el otro día, parece que ahora no es raro que los árboles den peces ni que los animales del bosque vivan en el agua.
- ¿Pero, qué estás diciendo, mentecato? La gente de hoy día no hace más que mentir.
- ¿Y a eso llamas tú mentir? Pues mira y te convencerás por ti misma.
Y señaló al árbol de donde colgaba el besugo.
- ¡Es maravilloso! -exclamó la mujer.- ¿Cómo ha podido subir ahí el besugo? ¿Será verdad lo que dice la gente?
El campesino permanecía como clavado en el puesto, moviendo los brazos, encogiéndose de hombros y agitando la cabeza como si no pudiera dar crédito a lo que estaba viendo.
- ¿Qué haces ahí parado? -dijo la mujer.- Sube al árbol y coge el besugo. Nos lo comeremos para cenar.
El labrador cogió el besugo y siguieron andando. Al llegar al río, el hombre detuvo el caballo. Pero la mujer empezó a chillarle, diciendo:
- ¿Qué estás mirando, papanatas? Démonos prisa.
- No sé qué decirte, pero mira. Veo que algo se mueve dentro de mi nasa. Voy a ver que pez ha caído.
Fue en una corrida a la orilla, miró dentro de la nasa y llamó a su mujer:
- ¡Ven y mira que hay aquí, mujer! ¿Pues no ha caído una liebre en la nasa?
- ¡Cielos! Después de todo, no te dijeron más que la verdad. Sácala enseguida, y tendremos comida para el domingo.
El marido cogió la liebre y luego condujo a su mujer al lugar de¡ tesoro. Levantó las ramas, removió la tierra, sacó la caldera y se la llevaron a casa.
El matrimonio fue rico desde aquel día y vivió alegremente, pero la mujer no se enmendó; cada día invitaba gente y les daba tales banquetes, que al marido casi se le hacía aborrecible su casa. El hombre trató de corregirla.
- ¿Pero en qué piensas? -le decía.- ¿No quieres hacerme caso?
- No recibo órdenes ni de ti ni de nadie -replicó ella.- Yo también encontré el tesoro y tengo tanto derecho como tú a divertirme como él me permite.
El marido estuvo desde entonces algún tiempo sin decirle nada, pero al fin le dirigió la palabra diciendo:
- ¡Haz lo que te dé la gana, pero no estoy dispuesto a que tires más dinero por la ventana!
La mujer se enfureció y contestó en mal tono:
- Ya sé lo que quieres: guardar todo el dinero para ti. Antes te arrojaré por el despeñadero para que los cuervos te dejen sólo con los huesos. ¡No te lucirá mucho mi dinero!
El marido le hubiese dado un golpe, pero la mujer huyó y acudió al juez y presentó una querella contra aquél.
- Vengo a ponerme en manos de tu piadosa justicia y a presentar una demanda contra mi inútil marido. Desde que encontró el tesoro no es posible vivir con él. No quiere trabajar y pasa el tiempo bebiendo y pindongueando. Quítale todo el dinero padre. ¡El oro que así pervierte a una persona es cosa vil!
El magistrado se apiadó de la mujer y envió a su escribano más antiguo para que fuese juez entre el marido y su esposa. El escribano reunió a todos los ancianos del pueblo y cuando se presentó el campesino le dijo:
- El magistrado me ha mandado venir y ordena que me entregues todo tu tesoro.
El campesino se encogió de hombros y preguntó:
- ¿Qué tesoro? No sé nada de mi tesoro.
- ¿Que no sabes nada? Pues tu mujer acaba de ir a quejarse al magistrado, y yo te digo, amigo, que si niegas, peor para ti. Si no entregas todo tu tesoro a¡ magistrado, habrás de responder por tu osadía de encontrar tesoros y no descubrirlos a la autoridad.
- Perdonadme, honorables señores. ¿De qué tesoro me estáis hablando? Tal vez mí mujer haya visto ese tesoro en sueños, os habrá dicho un cúmulo de insensateces y le habéis hecho caso.
- No se trata de insensateces -le gritó la mujer,- sino de una caldera llena de plata y oro.
- Tú has perdido el juicio, querida esposa. Perdonad, honorables señores. Haced el favor de interrogarla minuciosamente sobre el asunto, y si puede probar lo que dice contra mi, estoy dispuesto a responder con todos mis bienes.
- ¿Y tú crees que no puedo probar lo que digo contra ti? ¡Lo probaré, granuja! Le diré cómo sucedió todo, señor escribano. Lo recuerdo perfectamente sin olvidar detalle. Fuimos al bosque y en un árbol vimos un besugo.
- ¿Un besugo? -interrumpió el escribano.- ¿0 pretendes burlarte de mí?
- No, señor, no quiero burlarme de nadie sino decir la verdad.
- Pero, honorables señores -advirtió el marido,- ¿cómo podéis darle crédito si dice tales desatinos?
- ¡No digo desatinos, cabeza de alcornoque! Digo la verdad. ¿O ya no recuerdas que luego encontramos una liebre en la nasa del río?
Todos los asistentes se retorcían de risa y el mismo escribano se sonreía alisándose la barba. El campesino, dirigiendose a su mujer, la aconsejó:
- Frena tu lengua. ¿No ves que todo el mundo se te ríe? Y vosotros, honorables señores, ¿no os habéis convencido ya de que no se le puede creer?
- Realmente -contestaron los ancianos a una voz,- somos viejos y nunca habíamos oído hablar de peces que cuelguen de los árboles ni de liebres que vivan en el río.
El mismo escribano comprendió que se le presentaba un asunto insoluble y levantó la sesión con un ademán desdeñoso.
Y todo el pueblo se reía tanto de la mujer, que ésta optó por morderse la lengua y hacer caso de su marido. Éste compró mercancías con su tesoro, fue a vivir a la ciudad donde se dedicó al comercio, se enriqueció más y más y fue feliz todo el resto de su vida.

sábado, 15 de mayo de 2010

Kuzma Skorobogati "cuento ruso"

Una vez vivía un matrimonio campesino que tenía un hijo, y éste, aunque buen chico, era tonto de capirote e inútil para los trabajos del campo.
- Marido mío -dijo un día la mujer,- no haremos nada bueno con este hijo y se nos comerá casa y hacienda; mándalo a paseo, que se gane la vida y se abra camino en el mundo.
Lo sacaron, pues, de casa, y le dieron un rocín, una cabaña destartalada del bosque y un gallo con cinco gallinas. Y el pequeño Kuzma vivía solo, completamente solo en medio del bosque.
La raposa olió las aves de corral que le ponían casi bajo las narices en el bosque y resolvió hacer una visita a la cabaña de Kuzma. Un día el pequeño Kuzma salió a cazar y apenas se había alejado de la cabaña, la raposa que estaba vigilando la ocasión, entró, mató una de las gallinas, la asó y se la comió. Al volver el pequeño Kuzma quedó desagradablemente sorprendido al ver que faltaba una gallina, y pensó: "Se la habrá llevado un buitre". Al día siguiente volvió a salir de caza, encontró por el camino a la raposa y ésta le preguntó:
- ¿Adónde se va, pequeño Kuzma?.
- ¡Voy a ver que cazo, raposita!
- ¡Buena suerte!
E inmediatamente se deslizó hasta la cabaña, mató otra gallina, la coció y se la comió. El pequeño Kuzma volvió a casa, contó las gallinas y vio que faltaba otra. Y se le ocurrió pensar: "¿No será la raposilla la que está probando mis gallinas?" Y al tercer día dejó bien cerradas la ventana y la puerta y salió como de costumbre. Se tropezó con la raposa, la cual le dijo:
- ¡Hola, pequeño Kuzma! ¿Dónde vamos?
- ¡A cazar, raposita!
- ¡Buena suerte!
Y corrió a la cabaña de Kuzma, pero éste se volvió tras ella. La reposa dio la vuelta a la casita y vio que la puerta y la ventana estaban, tan bien cerradas que no le era posible entrar. Entonces se encaramó hasta el tejado y entró dejándose caer por la chimenea. Entonces entró Kuzma y cogió a la raposa.
- ¡Ah, ah! ¿Conque me honran las ladrones con sus visitas? Espera un poco, señorita, que no saldrás viva de mis manos.
Entonces la raposita empezó a rogar a Kuzma:
- No me mates y te daré una novia muy rica en matrimonio. ¡Pero habrás de asarme otra gallinita, la más gorda, con unos chorritos del mejor aceite!
El pequeño Kuzma reflexionó y luego mató una gallina para la raposita.
- ¡Toma, raposita, come y que te aproveche!
La raposa comió, se lamió el hocico y dijo:
- Detrás de este bosque se hallan los dominios del grande y terrible Zar Ogon (Fuego), su esposa es la Zarina Molnya (Relámpago), y tienen una hija, una bellísima Zarevna; con ella te casaré.
- ¿Quién va a querer a un pobre diablo como yo?
- Calla, eso no es cosa tuya.
La raposita fue a ver al Zar Ogon y la Zarina Molnya. Corrió sin parar hasta el palacio, entró, hizo una profunda reverencia y dijo:
- ¡Salud, poderoso Zar Ogon y terrible Zarina Molnya!
- ¡Salud, raposa! ¿Qué nuevas te traen por aquí?
- Vengo como agente de matrimonio. Vosotros tenéis la novia y yo tengo el novio, Kuzma Skorobogati.
- ¿Dónde está sepultado, que no viene él mismo?
- No puede abandonar su principado. Gobierna a los animales salvajes y se complace en vivir con ellos.
- ¿Y esa es la clase de novio que nos ofreces?. Bueno, dile que nos mande cuarenta cuarentenas de lobos grises y lo aceptaremos como novio.
Entonces la raposita bajó corriendo a las praderas que se extienden por la falda del bosque y empezó a revolcarse por la hierba. Un lobo se le acercó corriendo y le dijo:
- Adivino que acabas de darte un gran atracón en alguna parte; de lo contrario no te revolcarías así.
- Ojalá no hubiera comido tanto. Me siento demasiado llena. He estado en un banquete con el Zar y la Zarina. ¿Quieres decir que no te han invitado a ti? ¡Imposible! Todos los animales salvajes estaban allí, y en cuanto a las martas y los armiños, eran incontables. ¡Los osos aun estaban sentados cuando me marché y comían como si tal cosa!
El lobo empezó a rogar a la raposa humildemente:
- Raposita, ¿podrías llevarme al banquete del Zar?
- ¿Por qué no?. Escucha. Cuídate tú mismo de reunir para mañana a cuarenta cuarentenas de tus hermanos, los lobos grises, y yo os acompañaré a todos hasta allí.
Al día siguiente, los lobos se reunieron y la raposa los condujo al palacio de piedra blanca del Zar, los puso en filas, y anunció:
- Poderoso Zar Ogon y terrible Zarina Molnya, vuestro futuro yerno os envía un presente. Aquí tenéis toda una manada de lobos grises que vienen a rendiros homenaje, y su número es de cuarenta cuarentenas.
El Zar hizo pasar a todos los lobos a un encierro y dijo a la raposa:
- Si mi futuro yerno ha podido mandarme lobos como presente, que me traiga ahora otros tantos osos.
La raposa corrió al lado del pequeño Kuzma y le pidió que le asase otra gallina, la devoró en un instante y salió corriendo hacia las praderas del Zar. Junto al bosque empezó a revolcarse y no tardó en salir de la espesura un hirsuto oso, que, viendo a la raposa, se le acercó diciendo:
- ¡Hola, comadre! Bien se ve que te has hartado, de otra manera no te revolcarías tan contenta.
- ¡No lo sabes tú bien! Figúrate que vengo del banquete del Zar; había allí un sinfín de bestias y las martas y los armiños eran innumerables. Allí he dejado comiendo a los lobos, y que tienen una comida que hay para lamerse los dedos.
El oso empezó a rogar a la raposa que lo dejase ir allí:
- Raposita, ¿podrías llevarme al banquete del Zar?
- Con mucho gusto. Escucha. Reúne para mañana cuarenta cuarentenas de osos negros, y entonces os llevaré de mil amores; porque, de ti solo, el Zar no haría caso.
El oso recorrió todos los bosques pregonando la noticia y pronto pudo reunir el número de osos que la raposa exigía, y ésta los condujo al palacio de piedra blanca del Zar, los puso en filas y anunció:
- Poderoso Zar Ogon y terrible Zarina Molnya, vuestro futuro yerno os envía un presente de cuarenta cuarentenas de osos negros.
El Zar hizo pasar también a los osos al encierro y dijo a la raposa:
- Si mi futuro yerno puede mandarme tantos lobos y osos como presente, que me mande otras tantas martas y garduñas.
La raposa se apresuró a volver a lado de Kuzma, le mandó asar la último gallina y el gallo por añadidura, y cuando se los hubo comido en su honor, corrió a revolcarse por la hierba en las praderas del Zar. Una marta y una garduña acertaron a pasar por allí y preguntaron:
- ¿Dónde has comido tan opíparamente, señora Raposa?
- ¿Cómo? ¿Vosotros vivís en el bosque y no sabéis que me veo honrada con la amistad del Zar? Hoy mismo le he llevado al banquete a los lobos y a los osos, y los muy tragones no saben cómo separarse de aquellos manjares tan exquisitos como en su vida habían probado.
Entonces la garduña y la marta empezaron también a suplicarle:
- ¡Queridita comadre! ¿Por qué no nos presentas también al Zar? Nos contentaremos con mirar mientras los otros comen.
- Si queréis reunir cuarenta cuarentenas de garduñas y de martas, os prepararan un banquete para todas. Pero a un par sólo de vosotras os negarían la entrada en la corte.
Al día siguiente, las garduñas y las martas estaban reunidas sin faltar una, y la raposa las condujo a presencia del Zar Ogon; le ofreció los respetos en nombre de su futuro yerno y le hizo el presente de las cuarenta cuarentenas de garduñas y de martas. El Zar aceptó el obsequio y dijo:
- ¡Gracias! Di a mi futuro yerno que venga en persona; deseamos verle y ya es hora de que conozca a su prometida.
Al día siguiente, la raposita se presentó de nuevo en la corte, y el Zar le preguntó:
- Y bien ¿dónde está nuestro futuro yerno?
A lo que contestó la raposa:
- Me ha ordenado que os presente sus respetos y que os diga que hoy le será imposible de todo punto venir.
- ¿Cómo así?
- Está abrumado de trabajo, recogiendo todas sus cosas para venir, y ahora mismo acabo de dejarlo contando su tesoro. Precisamente os ruega que le prestéis un almud, porque ha de contar sus monedas de plata; sus almudes los tiene llenos de oro.
El Zar entregó a la raposa el almud sin comentario, pero dijo para sus adentros: "¡Magnífico, raposa! ¡Eso es caernos en suerte un buen yerno! ¡No todos pueden contar en almudes el oro y la plata, en estos tiempos que corremos!"
Al día siguiente, la raposa se presentó de nuevo en la corte y devolvió al Zar su almud (en cuyos ángulos había tenido la precaución de pegar unas moneditas de plata), y dijo:
- Vuestro futuro yerno, Kuzma Skorobogati, me ordena que os presente sus respetos y os diga que hoy estará entre vosotros con todas sus riquezas.
El Zar estaba encantado y ordenó que lo preparasen todo para la recepción de tan estimable huésped. Pero la raposa corrió a la cabaña de Kuzma, donde hacía dos días que el desgraciado estaba echado sobre la estufa, muerto de hambre y esperando. La raposa le dijo:
- ¿Por qué estás tan abatido? ¿No sabes que ya tengo para tu novia a la hija del Zar Ogon y de la Zarina Molnya? ¡Vamos a verlos en calidad de huéspedes y a celebrar la boda!
- Pero, raposa, ¿estás en tu sano juicio? ¿Cómo he de ir si no tengo ropa que ponerme?
- Haz lo que te digo. ¡Ensilla tu rocín y no te preocupes de nada!
Kuzma sacó el rocín del cobertizo, le echó encima una manta vieja, le puso las riendas, lo montó y siguió a la raposa a trote ligero. Ya llegaban cerca del castillo, cuando encontraron un puente que cruzaba un río.
- ¡Baja del caballo! -dijo la raposa a Kuzma.­ ¡Sierra los pilares de este puente!
El pequeño Kuzma se puso a serrar con todas sus fuerzas los pilares, hasta que el puente se vino abajo con un crujido.
- ¡Ahora desnúdate, arroja el caballo y todas tus prendas al agua y revuélcate por la arena hasta que yo vuelva!
Dicho esto, la raposa echó a correr hacia el castillo donde esperaban el Zar y la Zarina, y se puso a gritar desde lejos:
- ¡Eh, padrecito! ¡Qué desgracia! ¡Socorro, socorro!
- ¿Qué sucede, raposita? -Preguntó el Zar.
- Que los puentes de vuestros dominios no son bastante fuertes. ¡Vuestro futuro yerno venía con todas sus riquezas y ese dichoso puente se hundió bajo el peso y toda la riqueza y toda la gente se ha ido al agua, y mi mismo amo yace junto al puente más muerto que vivo!
El Zar promovió un gran alboroto y chilló a los criados gritando:
- ¡Daos prisa, daos prisa, no perdáis tiempo; tomad de mi guardarropa lo necesario para Kuzma Skorobogati y preservadlo de todo mal!
Los criados del Zar corrieron cuanto les permitieron las piernas hacia el puente y vieron a Kuzma todo envuelto en arena. Lo levantaron, lo lavaron bien, lo vistieron con las ropas reales, le rizaron los cabellos, y lo condujeron con el mayor respeto a palacio. El Zar, lleno de gozo al ver a su futuro yerno libre de tan gran peligro, mandó tocar todas las campanas y disparar todos los cañones, y quiso que se celebrase la boda enseguida. Coronaron a Kuzma como esposo de la Zarevna, y vivió en compañía de su suegro, cantando canciones todo el día. La raposa recibió los más altos honores de la corte y cuando la vida cortesana dejó de aburrirla, ya no sintió deseos de volver a los bosques.

jueves, 13 de mayo de 2010

Verlioka "cuento ruso"

Una vez vivía un matrimonio anciano con dos nietos huérfanos, tan hermosos, tan dóciles y buenos, que el matrimonio los quería sin medida. Un buen día se le ocurrió al abuelo llevar a los nietos al campo para enseñarles un plantío de guisante, y vieron que los guisantes crecían espléndidos. El abuelo se regocijó al ver aquella bendición y dijo:
- No hallaréis guisantes mejores en todo el mundo. Cuando estén bien granados, haremos de vez en cuando sopa y tortilla de guisantes.
Al día siguiente, el abuelo mandó a su nieta, diciendo:
- ¡Anda y ahuyenta a los gorriones de los guisantes! La nieta se sentó junto al plantío, agitando una rama seca y diciendo:
- ¡Fuera, fuera, gorriones que picoteáis los guisantes del abuelo hasta que os hartáis!
De pronto oyó un retumbar de pasos en el bosque y se le presentó Verlioka, un gigante de enorme estatura, con un ojo, nariz ganchuda, barbas como zarzas, bigotes de una cana de largo, pelos como cerdas, cojeando de un pie, apoyándose en una muleta, enseñando los dientes y sonriendo. Se acercó a la preciosa niña, la cogió y se la llevó detrás del lago.
El abuelo espera que espera, y al ver que la nieta no volvía mandó al nieto en su busca. Pero Verlioka se lo llevó también. El abuelo espera que espera, hasta que dijo a su mujer:
- ¡Cuánto tardan nuestros nietos! ¡Se habrán entretenido retozando por el campo o cazando estorninos con algún muchacho, y entretanto los gorriones darán cuenta de nuestros guisantes! ¡Anda, mujer, y enséñales a tener juicio!
La anciana dejó el fogón, cogió el palo que guardaba en un rincón y se alejó; pero no volvió. En cuanto Verlioka la vio en el campo, se le acercó gritando:
- ¿Qué buscas aquí, bruja? ¿Vienes a desgranar guisantes? ¡Si tanto te gustan, voy a dejarte entre los guisantes para siempre!
Y levantando la muleta, empezó a golpear a la anciana hasta que la pobre perdió el sentido y se quedó tumbada en el suelo, más muerta que viva.
El abuelo esperó en vano la vuelta de los nietos y de su mujer, y empezó a murmurar contra ellos, diciendo: "¿Dónde, demonios, estarán? Bien dicen que un hombre nada bueno puede esperar de su costilla". El viejo resolvió ir en persona al plantío de guisantes, y allí encontró a su mujer en tan lastimoso estado, que apenas la conocía; pero de sus nietos no vio ni rastro. El abuelo gritó, cogió a la anciana y poco a poco la arrastró hasta casa. Allí le roció el rostro con agua fría y la reanimó. La abuela abrió los ojos, y contó al marido lo que le había pasado. El abuelo se puso furioso contra Verlioka y gritó:
- ¡Eso pasa de broma! Espera un poco, amigo, y te demostraré que también tenemos brazos. ¡Ten mucho cuidado, Verlioka, y procura que no te retuerza los bigotes! ¡Tú has hecho el mal con tus manos y lo pagarás con tu cabeza!
Y como la abuela no trató de retenerlo, el abuelo cogió su bastón de hierro y salió en busca de Verlioka.
Anda que andarás, anda que andarás, llegó ante un pequeño estanque donde nadaba un pato sin cola, que al ver al abuelo dijo:
- ¡Cuac, cuac, cuac! ¡Dios te conserve la vida cien años, abuelo! ¡Hace mucho tiempo que te esperaba aquí!
- ¡Salud, pato! ¿Por qué me esperabas?
- ¡Sé que buscas a tus nietos y que quieres ajustar las cuentas con Verlioka!
- ¿Cómo conoces a ese monstruo?
- ¡Cuac, cuac, cuac! -graznó el pato-. ¿Cómo quieres que no lo conozca, si fue él quien me arrancó la cola?
- Entonces, tal vez puedas decirme dónde vive.
- ¡Cuac, cuac, cuac! No soy más que un ave pequeñita, pero me daré el gusto de hacerle pagar mi cola. Te diré dónde vive.
- ¿Quieres ir delante y enseñarme el camino? ¡Aunque te falte la cola veo que no te falta cabeza!
El pato salió del agua y se puso a caminar contoneándose.
Anda que andarás, anda que andarás, llegaron ante un trozo de cuerda tirado en el camino, que dijo:
- ¡Hola, abuelito juicioso!
- ¡Hola, cuerdecita!
- ¿De dónde vienes, y adónde vas?
- Vengo de tal y tal parte y voy a vérmelos con Verlioka, que ha pegado a mi mujer y se ha llevado a mis dos nietos, y ¡qué nietos, si los vieses!
- Llévame y tal vez pueda ayudarte.
El abuelo pensó: "Podría llevármela y quizá me serviría para ahorcar a Verlioka". Y contestó a la cuerda:
- Ven con nosotros, si sabes el camino.
Y he aquí que la cuerda se puso en movimiento ante ellos arrastrándose como una culebra.
Anda que andarás, anda que andarás, llegaron ante un molino de agua, que dijo:
- ¡Hola, abuelito juicioso!
- ¡Hola, molinito de agua!
- ¿De dónde vienes y adónde vas?
- Vengo de tal y tal parte a ajustarle las cuentas a Verlioka. Figúrate que ha molido a palos a mi mujer y se ha llevado a mis nietos, y ¡qué nietos, si los vieses!
- ¡Llévame contigo y tal vez pueda ayudarte!
Y el abuelito pensó: "El molino de agua también puede ser útil".
Entonces el molino se levantó y apoyándose en la turbina echó a andar delante del abuelo.
Anda que andarás, anda que andarás, llegaron ante una bellota tirada en el camino, que dijo:
- ¡Hola, abuelito narizotas!
- ¡Hola, bellota robliza!
- ¿Dónde vas tan aprisa?
- Voy a zurrar a Verlioka. ¿Lo conoces?
- ¡Ya lo creo! ¡Llévame contigo y te ayudaré!
- ¿Pero en qué puedes ayudarme?.
- ¡No escupas en el pozo si no quieres tenerte que beber tú solo el agua!
El abuelo pensó: "Por qué no llevármela?" Y dijo a la bellota:
- ¡Síguenos rodando!
Pero aquello fue un rodar extraordinario, porque la bellota se puso de pie y marchó dando brincos delante de todos.
Llegaron a un espeso bosque tan tenebroso que daba horror, y en el bosque había una cabaña solitaria, ¡y tan solitaria! La estufa estaba apagada y había un potaje de trigo cocido con leche para seis. La bellota que sabía de qué se trataba, dio un salto y se metió en el potaje. La cuerda se puso tirante en el umbral. El abuelo colocó el molinito en el banco. El pato se situó sobre la estufa, y el abuelo fue a colocarse en un rincón.
De pronto se oyó un retumbar que venía del bosque, y Verlioka apareció caminando sobre un pie calzado de madera y apoyándose en la muleta; entró en la cabaña, dejó en el suelo una carga de leña que traía y se puso a encender la estufa. Pero la bellota que estaba en el potaje se puso a silbar una canción:
¡Pi, pii, piii!
¡Para moler a Verlioka estamos aquí!
Verlioka se enfureció y cogió la olla por el asa, pero el asa se rompió y todo el potaje se esparció por el suelo. La bellota dio un brinco y vació a Verlioka el único ojo. Verlioka lanzó un rugido, agitó el aire con los brazos y de buena gana hubiera salido de allí corriendo. Pero por vueltas que daba, no podía encontrar la puerta. Entonces la cuerdecita se le enredó entre las piernas y lo hizo caer de espaldas contra el umbral, derribando sobre él el molino que cayó con fuerza del banco. Entonces el abuelo salió del rincón y con su bastón de hierro empezó a darle golpes con toda su alma, mientras el pato gritaba desde la estufa con toda la fuerza de sus pulmones: "¡cuac, cuac, cuac! ¡Mátalo, mátalo!" Ni valor ni fuerza fueron de ninguna utilidad para Verlioka. El abuelo le dio golpes hasta dejarlo muerto y luego derribó la cabaña y abrió el calabozo y del calabozo sacó a sus nietos. Luego recogió todo el tesoro de Verlioka y se lo llevó a su mujer. Y vivió feliz con ella y sus nietos, cultivando los guisantes y cerniéndolos en paz y tranquilidad. Y yo que lo conté y vosotros que lo escuchasteis también merecemos probarlos.

lunes, 10 de mayo de 2010

Gore-Gorinskoe "cuento ruso"

Una vez vivían en un pueblo dos hermanos, uno rico y otro pobre. Al rico todo le salía a pedir de boca y la suerte le acompañaba en todos los negocios que emprendía, pero al pobre parecía huirle la fortuna por más que se esforzase en trabajar como un esclavo.
En pocos años, se vio el rico tan acaudalado y en un estado de prosperidad tan abundante, que se trasladó a la ciudad, se hizo construir la casa más grande y se estableció como comerciante, mientras el pobre pasaba tales apuros, que a veces no tenía en casa ni un pedazo de pan que dar a un racimo de hijos, todos pequeños, que lloraban a un tiempo pidiendo algo que comer o beber. El pobre hombre empezó a desanimarse, maldiciendo su suerte y su desgraciada cabeza empezó a hundírsele entre los hombros.
Fue a visitar a su hermano de la ciudad y le dijo: -¡Socórreme! ¡Estoy completamente aniquilado!
- ¿Por qué no? -contestó el rico.- Medios no me faltan, pero has de trabajar conmigo toda esta semana.
- ¡De mil amores! -accedió el pobre. Y puso manos a la obra. Barrió el establo, dio de comer a los caballos y cortó leña para el fuego.
Al fin de la semana, el hermano rico le dio tres monedas y un trozo de pan.
- Gracias, aunque sea por tan poca cosa -dijo el pobre. Y ya se volvía a casa cuando su hermano, sin duda sintió remordimientos de conciencia y le dijo:
- ¿Por qué te marchas tan pronto? Mañana es mi cumpleaños. Quédate a celebrarlo con nosotros.
El pobre hombre se quedó al banquete que se había preparado, pero, por desgracia para él, se reunieron en casa de su hermano gran número de hombres ricos, a quienes el hermano recibía con grandes muestras de alegría, rogándoles como un gran favor que le hiciesen el honor de compartir su mesa.
El hermano pobre se vio completamente olvidado y sólo pudo mirar desde lejos cómo los amigos de su hermano comían y bebían y gritaban alegres y satisfechos. Terminado el banquete, los invitados se levantaron dando la enhorabuena al anfitrión y a su esposa y el pobre hermano también se inclinaba ante ellos hasta la cintura. Todos los comensales se marcharon a casa muy divertidos, riendo, bromeando y cantando canciones. Y el hermano pobre también se dirigió a su casa más hambriento que nunca. Pero reflexionó por el camino y se dijo:
- ¡Caramba! También yo iré cantando para que la gente sepa que he pasado el día en casa de mi hermano y se figure que he comido hasta hartarme y he bebido hasta emborracharme como todos ellos.
Y el campesino se puso a cantar una canción, pero enseguida desfalleció su voz. Oía claramente que detrás de él iba alguien imitando su canción como silbándola. Enmudeció y la voz dejó de oírse. Volvió a cantar y de nuevo oyó que lo imitaban.
- ¡Eh, tú, cantor! ¡Acércate! -chilló el pobre. Y se le presentó un hombre monstruoso, de rostro arrugado y pálido, que apenas daba muestras de vida, envuelto en andrajos y calzado con un manojo de esparto. El campesino se quedó petrificado de horror y preguntó al monstruo:
- ¿Quién eres?
- Soy Gore-GorinskoeDoliente el Dolorido: la autocompasión por la mala suerte. Me has dado lástima y quiero ayudarte a cantar.
- Bueno, Gore, vamos a recorrer los dos juntos el mundo, de bracete; ya veo que aquí no puedo contar con amigos ni parientes.
- Vamos, pues, amo; nunca te abandonaré.
- ¿Y en qué viajaremos?
- No sé en qué viajarás tú, pero yo viajaré sobre ti.
Y esto diciendo, dio un brinco y se subió a la espalda del campesino, agarrándose con tal fuerza, que éste no pudo quitárselo de encima. El campesino no tuvo más remedio que seguir andando llevando a cuestas a Gore, aunque apenas podía él mismo dar un paso firme, y el monstruo no hacía más que contar y arrearlo golpeándole con una varita.
- Oye, amo, ¿quieres que te enseñe la canción que más me gusta?

"¡Soy Gore-Gorinskoe, Doliente el dolorido!
Soy un andrajo. Vivo en una pieza.
¡Tu suerte une a mi suerte, amo querido
Y nunca más sabrás lo que es tristeza!.
Si el dinero que tienes no te basta,
Búscalo donde sea y no te apures;
Pero cuando lo tengas, gasta, gasta,
Y no pienses ni cuentes ni mesures."

Y además -añadió Gore, el Dolorido- aun te quedan esas monedas para un mal día, y un pedazo de pan. Vamos, pues, a beber y a divertirnos.
Anda que andarás y bebe que beberás, llegaron a casa. Allí estaban la madre y los hijos llorando de hambre, pero el Dolorido hizo bailar el campesino. Al día siguiente Doliente empezó a contar y dijo:
- ¡Me duele la cabeza de tanto beber!
Y obligó a su amo a que lo llevase a echar una copa.
- No tengo dinero -dijo el campesino.
- ¿No te tengo dicho que siempre puedes encontrarlo, querido? Empeña la azada y el arado, el trineo y el carro, y bebamos; hemos de pasar un día alegre, sea como sea.
¿Qué podía hacer el pobre? le era imposible desprenderse de Doliente que se agarraba a él tan fuerte, que parecía que iba a romperle los huesos, y se dejó conducir de taberna en taberna bebiendo todo el día en vez de trabajar,
Al día siguiente, el Dolorido se quejó aún más y empezó a gruñir diciendo:
- Vamos a dar una vuelta. Nos beberemos todo lo que tengas por empeñar. Véndete en esclavitud y tendrás dinero para beber.
Viendo el campesino que su perdición era inevitable, recurrió a la astucia y dijo a Doliente el dolorido:
- He oído decir a los ancianos del pueblo que no lejos de aquí se enterró un tesoro hace mucho tiempo, pero le pusieron encima piedras tan pesadas, que mis solas fuerzas no bastarían a levantarlas. Si pudiéramos sacar ese tesoro, queridito Gore, ¡qué vida de regalo podríamos llevar juntos!
- Pues vamos a sacarlo, que Gore tiene fuerzas para todo.
Llegaron a un paraje solitario y se detuvieron ante una piedra muy grande y pesada, que cinco campesinos no hubieran podido mover ni uniendo sus fuerzas; pero nuestro amigo Gore la levantó sin el menor esfuerzo. Y, ¡Oh, maravilla! bajo la piedra apareció un arca negra y maciza en cuyo fondo resplandecían numerosos objetos. Y el campesino dijo a Gore:
- Anda, baja el arca y saca el oro mientras yo sostengo la piedra.
Gore bajó al fondo con gran alegría y gritó:
- ¡Amo! ¡Aquí hay riquezas incalculables! ¡Veinte jarras llenas de monedas de oro, puestas en fila! ¡Ahí va una! - y alargó al campesino la primera jarra.
El campesino cogió la jarra con una mano y al mismo tiempo dejó caer la piedra sepultando al Doliente dolorido en el arco, con todo el oro restante.
- ¡Ahí te pudras con todas tus riquezas! -pensó el campesino,- ¡Nada bueno puedo esperar de ti!
Se volvió a casa andando y con el dinero de la jarra compró madera, reparó su vivienda, adquirió nuevas tierras, trabajó con más afán que nunca, se dedicó al comercio y todo le iba bien. En un año acrecentó su riqueza y en vez de la cabaña se construyó una hermosa casa de madera. Entonces fue a la ciudad e invitó a su hermano y a su cuñada a la inauguración de su nueva vivienda.
- ¿Cómo ha sido esto? -dijo el hermano rico con una sonrisa burlona.- ¡Hace poco estabas desnudo y te morías de hambre y ahora inauguras un palacio y das banquetes!
- Sí, hubo un tiempo en que nada tenía que comer; pero ahora a Dios gracias, no estoy peor que tú. Ven y verás.
Al día siguiente el hermano rico se dirigió al campo a ver a su pobre hermano y se quedó admirado ante las magníficas construcciones de madera, de que ningún rico comerciante podía jactarse. El hermano pobre obsequió al rico con un banquete en que no faltaron los manjares más exquisitos y cuando se le desató la lengua con las abundantes libaciones, contó de qué manera había llegado a ser tan rico. La envidia se apoderó del rico comerciante, quien pensó:
- Qué tonto es mi hermano. De veinte jarras que había, sólo cogió una. Con tanto dinero como allí queda ni el mismo Doliente es temible. Iré allá, apartaré la piedra, cogeré el dinero y dejaré en libertad a Doliente el dolorido. ¡Qué se vengue de mi hermano con la mismo muerte!
Y dicho y hecho. El rico se despidió de su hermano, pero en vez de volver a casa se dirigió a la famosa piedra. Apelando a todas sus fuerzas, logró removerla hasta dejar espacio para poder mirar el arco. Pero antes que él pudiera sacar la cabeza, el Doliente se escabulló del agujero y en un instante se le subió a la espalda y se le agarró el cuello.
El rico sintió el peso en la espalda, volvió la cabeza y vio al monstruo colgado de él y murmurándole al oído:
- ¡Lindo compañero estás hecho! ¡Conque querías matarme de hambre! Pues te juro que no te desprenderás de mí tan fácilmente. ¡Nunca te dejaré!
- No seas insensato, Doliente -chilló el rico.- No soy yo quien te dejó encerrado bajo la piedra, y no hay razón para que te prendas a mí, que soy el rico; ve a atormentar a mi hermano, que te ha encerrado.
Pero el otro no quiso escucharlo.
- ¡Mientes! -gruñó.- Una vez me engañaste y no volverás a hacerlo.
Y el rico no tuvo más remedio que llevar a cuestas a Doliente el dolorido hasta su casa y por todos los días de su vida. Sus riquezas se extinguieron y su opulencia se convirtió en humo y cenizas. El pobre hermano vive en paz y en la abundancia y canta cantinelas divertidas de Doliente, el que era más listo que todos.

sábado, 8 de mayo de 2010

El gnomo bigotudo y el caballo blanco "cuento ruso"

En cierto reino de cierto Imperio vivía una vez un Zar. En su corte había unos arreos con jaeces de oro, y he aquí que el Zar soñó que llevaba estos arreos un caballo extraño, que no era precisamente blanco como la lana, sino brillante como la plata, y en su frente refulgía una luna. Al despertar el Zar por la mañana, mandó lanzar un pregón por todos los países, prometiendo la mano de su hija y la mitad de su imperio a quien interpretase el sueño y descubriese el caballo. Al oír la real proclama, acudieron príncipes, boyardos y magnates de todas partes, mas por mucho que pensaron, ninguno supo interpretar el sueño y mucho menos saber el paradero del caballo blanco. Por fin se presentó un campesino viejecito de blanca barba, que dijo al Zar:
- Tu sueño no es sueño, sino la pura realidad. En ese caballo que dices haber visto ha venido esta noche un Gnomo pequeño como tu dedo pulgar y con bigotes de siete verstas de largo y tenía intención de raptar a tu hermosa hija, sacándola de la fortaleza.
- Gracias por tu interpretación, anciano. ¿Puedes decirme ahora quién es capaz de traerme ese caballo?
- Te lo diré, mi señor Zar. Tres hijos tengo de extraordinario valor. Nacieron los tres en una misma noche: el mayor, al oscurecer; el segundo, a media noche, y el tercero, a punta del alba, y por eso los llamamos Zorka, Vechorka y PolunochkaDiminutivos de Zorya, Vecher y Polunoch: Aurora, Crepúsculo y Medianoche. Nadie puede igualárseles en fuerza y en valor. Ahora, mi padrecito y soberano señor, manda que ellos te busquen el caballo.
- Que vayan, amigo mío, y que tomen de mi tesoro cuanto necesiten. Yo cumpliré mi palabra de Rey: al que encuentre ese caballo le daré la Zarevna y la mitad de mi imperio.
Al día siguiente muy temprano, los tres bravos hermanos, Zorka, Vechorka y Polunochka, llegaron a la corte del Zar. El primero tenía el más hermoso semblante, el segundo, las más anchas espaldas y el tercero, el más apuesto continente. Los condujeron a presencia del Zar, rezaron ante los santos inclinándose devotamente, y ante el Zar hicieron la más profunda reverencia, antes de decir:
- ¡Que nuestro soberano y Zar viva muchos años sobre la tierra! Hemos venido, no para que nos obsequies con banquetes, sino para acometer una ardua empresa, ya que estamos dispuestos a buscarte ese extraño caballo por lejos que se encuentre, ese caballo sin igual que se te apareció en sueños.
- Que la suerte os acompañe, buenos mozos, ¿Qué necesitáis para el camino?
- Nada necesitamos, ¡oh, Emperador! Pero no olvides a nuestros buenos padres. Atiéndelos en su senectud y dales lo necesario para vivir.
- Si no pedís más que eso, id en nombre de Dios. Mandaré conducir a vuestros padres a mi corte y serán mis huéspedes; comerán de lo que yo coma y beberán de lo que yo beba; se vestirán y calzarán de mi guardarropa y los colmaré de atenciones.
Los buenos mozos emprendieron su largo viaje. Uno, dos, tres días anduvieron sin ver otra cosa que el cielo azul sobre sus cabezas y la anchurosa estepa a cada lado. Por fin dejaron la estepa y penetraron en una densa selva, y se regocijaron grandemente. En un claro de la selva hallaron una cabaña diminuta y junto a ella un redil lleno de carneros.
- ¡Vaya! -se dijeron.- Por fin encontramos un lugar donde reclinar la cabeza y descansar de nuestro viaje.
Llamaron a la puerta y nadie contestó; miraron dentro y vieron que no había nadie. Entraron los tres, dispuestos a pasar la noche, rezaron las oraciones y se echaron a dormir. Al día siguiente, Zorka y Polunochka fueron a cazar por el bosque y, dijeron a Vechorka:
- Quédate y prepáranos la comida.
El hermano mayor se conformó, arregló la cabaña, fue luego al corral, escogió el carnero más gordo, lo degolló, lo limpió y lo sacó para la comida. Pero, apenas había puesto la mesa y se había sentado junto a la ventana a esperar a sus hermanos, se produjo en el bosque un ruido como de trueno, la puerta se abrió como si la arrancasen de sus goznes, y el Gnomo pequeño como el dedo pulgar y con bigotes de siete verstas de largo entró en la cabaña arrastrando los bigotes por la espalda. Miró a Vechorka desde sus espesas cejas y chilló con voz terrible:
- ¿Cómo te atreves a entrar en mi cabaña como si fueras el amo? ¿Cómo te atreves a matar a mis carneros?
Vechorka le dirigió una mirada de desprecio y sonrió diciendo:
- Habías de crecer un poco más para chillarme así. Vete y no vuelvas por aquí, si no quieres que coja una cucharada de sopa y un pellizco de pan v haga una gelatina de tus ojos.
- Ya veo que no sabes que, aunque pequeño, soy valiente como el que más -replicó el Gnomo bigotudo, que cogiendo al héroe, lo arrancó del asiento, lo arrastró de un lado a otro, le golpeó la cabeza contra la pared y lo arrojó más muerto que vivo contra el banco. Luego cogió el carnero asado, se lo comió con huesos y todo y desapareció. Al volver los hermanos preguntaron:
- ¿Qué ha pasado? ¿Por qué llevas la cabeza vendada?
A Vechorka le dio vergüenza confesar que un ser tan insignificante lo había maltratado de aquella manera y contestó a sus hermanos:
- Me entró dolor de cabeza al encender el fuego y por eso no he podido asar ni hervir nada.
Al día siguiente, Zorka y Vechorka salieron de caza, y Polunochka se quedó a preparar la comida.
Apenas lo tenía todo dispuesto, se oyó en el bosque un estruendo formidable y entró en la cabaña el Gnomo, pequeño como el dedo pulgar y con bigotes de siete verstas de largo, se dirigió a Polunochka, lo zarandeó de lo lindo, y lo arrojó bajo el banco; luego devoró toda la comida y desapareció. Al volver los hermanos preguntaron:
- ¿Qué ha pasado, hermanito? ¿Por qué llevas esos trapos en la cabeza?
- Me entró dolor de cabeza al encender el fuego, hermano -contestó Polunochka,- y parecía que me iba a estallar, de modo que no pude prepararos la comida.
Al tercer día, los hermanos mayores fueron a cazar y se quedó en la cabaña Zorka, quien se dijo:
- Aquí pasa algo singular. Si mis hermanos se han quejado del calor del fuego dos días seguidos por algo será.
Se puso a arreglarlo todo sin dejar de escuchar un momento, para no estar desprevenido si alguien entraba. Cogió un carnero, lo degolló, lo asó y lo puso en la mesa. Inmediatamente se oyó un ruido como de trueno que corriera por el bosque, se abrió la puerta de la cabaña y apareció el Gnomo, pequeño como el dedo pulgar, con un bigote de siete verstas de largo. Llevaba un haz de heno sobre la cabeza y un cubo de agua en la mano. Dejó el cubo en medio del corral, esparció el heno por el suelo y empezó a contar sus carneros. Al comprobar que le faltaba otra cabeza, montó en violenta ira y se arrojó como un loco sobre Zorka. Pero éste no era como sus hermanos. Cogió al Gnomo por los bigotes y empezó a arrastrarlo por la cabaña, dándole golpes, mientras gritaba:
Si no conoces el vado
No camines por el río.
El Gnomo se sacudió de las férreas manos de Zorka, aunque dejando las puntas de su bigote en sus puños, y se escapó a todo correr. De nada sirvió que Zorka lo persiguiese, porque se elevó en el aire como una pluma ante sus ojos y desapareció en las alturas. Zorka volvió a la cabaña y se sentó junto a la ventana a esperar a sus queridos hermanos. Éstos se sorprendieron de hallar a su hermanito sano y salvo y con la comida preparada. Pero Zorka sacó de su cinto las puntas del bigote que había arrancado al monstruo y dijo a sus hermanos sonriendo:
- Hermanos míos, permitid que me ría del dolor de cabeza que os ha producido el fuego. Ahora se ha visto que ni en fuerza ni en valor sois compañeros dignos de mí. Voy, pues, sólo en busca del caballo prodigioso. Vosotros podéis volver a la aldea a cavar la tierra.
Se despidió de sus hermanos y prosiguió el viaje solo.
Estaba a punto de salir del bosque cuando vio una choza desvencijada de la que salían lamentos dolorosos.
- A quien me dé de comer y de beber, a ése serviré -decía el ser humano que se quejaba.
El compasivo joven se acercó a la choza y encontró a un hombre cojo y manco que no cesaba de gemir, hambriento y sediento. Zorka le dio de comer y de beber y le preguntó quién era.
- Has de saber que yo era un héroe y no valía menos que tú, pero, ¡ay! me comí uno de los carneros del Gnomo, pequeño como el dedo pulgar, y me lisió para el resto de mi vida. Pero ya que te has portado bien conmigo dándome de comer y de beber, te diré cómo podrás descubrir el paradero del caballo prodigioso.
- Dímelo, buen hombre; te lo ruego.
- Ve al río que pasa no muy lejos de aquí, coge una barca y traslada a la orilla opuesta durante un año a todos los que quieran cruzarlo; no aceptes dinero a nadie y... verás lo que sucede.
Zorka llegó al río, se hizo dueño de una barco de pasaje y durante un año condujo a la orilla opuesta a cuantos quisieron cruzarlo. Y sucedió que en cierta ocasión hubo de pasar a tres viejos peregrinos. Al llegar a la orilla los viejos desataron sus alforjas y el primero sacó un puñado de oro, el segundo una sarta de perlas puras y el tercero las piedras más preciosas.
- Toma esto para ti en pago de habernos pasado, buen mozo -dijeron los viejos.
- Nada puedo aceptar de vosotros -contestó Zorka,- porque estoy aquí cumpliendo el voto de pasar a todo el mundo sin aceptar dinero.
- ¿Entonces por qué haces esto?
- Busco al caballo prodigioso que no es blanco como la lana, sino brillante como la plata, y no lo hallo en ninguna porte; por eso me aconsejaron que hiciese de barquero y esperase los acontecimientos.
- Has hecho perfectamente, buen mozo, en cumplir fielmente tu promesa. Te daremos algo que puede serte útil en tu viaje. Aquí tienes un anillo que no tiene ningún valor. No tienes que hacer otra cosa que cambiarlo de dedo y se cumplirán todos tus deseos.
Apenas los tres ancianos prosiguieron el viaje, Zorka cambió el anillo de mano y dijo:
- ¡Quiero estar inmediatamente en los parajes donde el Gnomo pequeño como el pulgar apacienta a su caballo!
Inmediatamente lo arrebató la tempestad, y en un abrir y cerrar de ojos, se encontró en una profunda quebrada, entre peñascos gigantescos, y al extremo de la quebrada pudo divisar al Gnomo pequeño como el dedo pulgar y con bigotes de siete verstas de largo, y a su lado estaba paciendo el caballo prodigioso, no blanco como la lana, era brillante como la plata, en su frente resplandecía una luna y de su crin colgaban muchas estrellas.
- Bien venido, joven -chilló el monstruo dirigiéndose a Zorka.- ¿Qué te trae por aquí?
- Vengo a quitarte el caballo.
- Ni tú ni nadie puede quitarme el caballo. Si lo cojo de las crines y lo llevo al borde de estos precipicios, nadie del mundo podrá arrancarlo de allí por más que se esfuerce.
- Siendo así, hagamos un trato.
- Con mucho gusto. No me importa negociar contigo. Si me traes la hija de tu Zar podrás llevarte caballo.
- Trato hecho -dijo Zorka, y empezó a reflexionar cómo sacaría mejor partido de la situación. Cambió el anillo de dedo y dijo:
- Quiero que la hermosa Zarevna comparezca inmediatamente ante mí.
En un santiamén la Zarevna se apareció ante él pálida y temblorosa, y arrojándose a sus pies le imploró:
- Buen joven, ¿por qué me has arrancado del lado de mi padre? ¡Ten piedad de mi tierna juventud!
Pero Zorka le susurró:
- Quiero sacar ventaja de ese monstruo. Le haré creer que te cambio por el caballo y que te dejo con él para que seas su mujer; pero toma este anillo y cuando quieras volver a casa no tienes más que cambiártelo de dedo y decir: "Quiero transformarme en alfiler y clavarme en la solapa de Zorka", y verás lo que sucede.
Y sucedió tal como Zorka dijo. Entregó la Zarevna al monstruo a cambio del caballo prodigioso, enjaezó el animal, lo montó y se alejó de allí al galope; pero el Gnomo pequeño como el dedo pulgar corrió tras él riendo y gritándole:
- ¡Está bien, buen mozo, has cambiado una hermosa doncella por un caballo!
Apenas se había alejado Zorka dos o tres verstas, sintió que algo se le clavaba en la solapa. Se llevó la mano allí, y efectivamente, encontró un alfiler. Lo arrojó al suelo y ante él apareció una hermosa doncella que lloraba suplicándole que la volviese a casa de su querido padre. Zorka la sentó a su lado y se alejó galopando como sólo los héroes saben galopar. Llegó a la corte y encontró al Zar de muy mal humor.
- No me causa ninguna alegría, buen mozo, que me hayas servido tan fielmente, ni quiero yo el caballo que has ido a buscarme ni te recompensaré conforme a tus méritos.
- ¿Y por qué, mi querido padre el Zar?
- Porque, amigo mío, mi hija se ha marchado sin mi consentimiento.
- Ruégote, mi soberano señor y Zar, que no gastes esas bromas conmigo: la Zarevna acaba de darme la bienvenida en el patio de armas.
El Zar corrió enseguida el patio de armas, donde encontró a su hija. La abrazó y la condujo al lado del joven.
- Aquí está tu recompensa y mi alegría.
Y el Zar tomó el caballo y dio su hija a Zorka por mujer y la mitad de su imperio, según promesa. Y Zorka aun vive con su mujer a quien ama más cada día y goza de su buena fortuna sin vanas ostentaciones ni jactancias.

jueves, 6 de mayo de 2010

La nave voladora "cuento ruso"

Vivía una vez un matrimonio anciano que tenía tres hijos: dos de ellos eran listos, pero el otro era tonto. La madre quería a los dos primeros y casi los viciaba, pero al otro lo trataba siempre con dureza. Supieron que el Zar había hecho publicar un bando que decía: "Quien construya una nave que pueda volar se casará con mi hija, la Zarevna". Los dos mayores decidieron ir en busca de fortuna y pidieron la bendición de sus padres. La madre les preparó las cosas para el viaje y comida para el camino y una botella de vino. El tonto quería también acompañarlos, pero su madre le negó el permiso.
- ¿Adónde irías tú, necio? -le dijo- ¿No sabes que los lobos te devorarían?
Pero el tonto no cesaba de repetir:
- ¡Quiero ir, quiero ir!
Viendo la madre que no sacaría nada de él, le dio un pedazo de pan seco y una botella de agua y le puso de patatas en la calle.
El tonto empezó a andar y más andar, hasta que, por fin, encontró a un anciano. Se cruzaron los saludos y el anciano preguntó al tonto:
- ¿Adónde vas?
- ¿No lo sabes? -dijo el tonto.- El Zar ha prometido dar su hija al que construya una nave que vuele.
- ¿Y tú eres capaz de hacer semejante nave?
- ¡Claro que no, pero en alguna parte hallaré quien me la haga!.
- ¿Y dónde está esa parte?.
- Sólo Dios lo sabe.
- Entonces, siéntate y come un bocado. Saca lo que tienes en la alforja.
- Es tan poca cosa que me da vergüenza enseñarlo.
- ¡Tonterías! ¡Lo que Dios nos da es bastante bueno para comer! ¡Sácalo!
El tonto abrió la alforja y apenas daba crédito a sus ojos. En vez de un pedazo de pan duro contenía los más exquisitos manjares, que compartió con el anciano. Comieron juntos y el anciano dijo al tonto:
- Anda al bosque y ante el primer árbol que encuentres santíguate tres veces y da un hachazo en el tronco, luego échate al suelo de bruces. Cuando te despiertes verás una nave completamente aparejada; siéntate en ella y vuela a donde quieras y recoge todo lo que encuentres por el camino.
El tonto, después de dar las gracias y despedirse del anciano, se encaminó al bosque.
Se acercó al primer árbol e hizo lo que se le había ordenado, se santiguó tres veces, descargó un hachazo en el tronco y, echado de bruces en el suelo, se quedó dormido. No tardó mucho en despertar, se levantó y vio un barco apercibido para la marcha. Sin pensarlo poco ni mucho, el tonto se subió a él y apenas se hubo sentado, la nave empezó a volar por el aire. Vuela que vuela, el tonto vio a un hombre que, tendido en el camino, estaba aplicando una oreja al duro suelo.
- ¡Buenos días, tío!
- Buenos días.
- ¿Qué haces ahí?
- Escuchar lo que pasa por el mundo.
- Sube a la nave y siéntate a mi lado.
El hombre no se hizo rogar y se sentó en la nave que siguió volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre que andaba brincando con una pierna mientras tenía la otra fuertemente atada a una oreja.
- Buenos días, tío; ¿Por qué andáis brincando con una pierna?
- Porque si desatase la otra, en dos trancos daría la vuelta al mundo.
- Sube y siéntate a nuestro lado.
El hombre se sentó y siguieron volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre que estaba apuntando su escopeta a un punto que no podían ver.
- ¡Buenos días, tío! ¿Adónde apuntas, que no se ve ni un pájaro?
- ¡Bah! Tiro a poca distancia. Atino a cualquier pájaro o bestia que se me ponga a cien leguas. ¡A eso llamo yo tirar!
- Ven con nosotros.
También el cazador subió a la nave, que siguió volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre cargado con un saco de pan.
- ¡Buenos días, tío! ¿Adónde vas?
- A ver si encuentro un poco de pan para comer.
- ¿Pero no llevas ya un saco lleno de pan?
- ¡Bah! ¡Con esto no tengo ni para un bocado!
- Sube y siéntate a nuestro lado.
El tragón se sentó en la nave, que siguió volando. Vuela que vuela, vieron a un hombre que andaba alrededor de un lago.
- Buenos días, tío. ¿Qué buscas?
- Tengo sed y no encuentro agua.
- ¿No tienes ahí un lago? ¿Por qué no bebes en él?
- ¿Esto? ¡Con esto no tengo ni para un sorbo!
- Pues, sube y ven con nosotros.
Se sentó y la nave siguió volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre que atravesaba un bosque con una carga de leña a su espalda.
- ¡Buenos días, tío! ¿Estás cogiendo leña en el bosque?
- Ésta no es como todos las leñas
- ¿Pues qué clase de leña es?
- Es de una clase que, si se disemina sale de ella todo un ejército.
- Pues, ven con nosotros.
Una vez que se hubo sentado, la nave siguió volando. Vuela que vuela, vieron a un hombre que llevaba un saco de paja.
- ¡Buenos días, tío! ¿Adónde llevas esa paja?
- A la aldea.
- ¿Hay poca paja en la aldea?
- No, pero ésta es de una clase que, si se disemina en los días más calurosos de verano, inmediatamente viene el frío con nieves y heladas.
- ¿Quieres subir, pues?
- Gracias, subiré.
Pronto llegaron al patio del Palacio del Zar. En aquel momento se hallaba el Zar sentado a la mesa y cuando vio la nave voladora, se quedó muy sorprendido y mandó un criado que fuese a ver quién volaba en aquella nave. El criado salió a ver y volvió al Zar con la noticia de que quien conducía la nave no era más que un pobre y mísero campesino. El Zar reflexionó. No le gustaba la idea de dar su hijo a un simple campesino y empezó a pensar cómo podría desembarazarse de aquel indeseable yerno durante un año. Y se dijo: "Le exigiré que realice antes varias hazañas de difícil cumplimiento". Y mandó decir al tonto que, para cuando acabase la imperial comida, le trajese agua viva y cantante.
Cuando el Zar daba esta orden al criado, el primero de los compañeros a quien el tonto había encontrado, es decir, aquel que estaba escuchando lo que pasaba en el mundo, oyó lo que el Zar ordenaba, y se lo dijo al tonto.
- ¿Qué puedo hacer yo? -dijo el tonto.- Aunque busque un año y toda la vida no encontraré esa agua.
- No te apures -le dijo el Pierna Ligera,- yo lo arreglaré.
El criado se acercó a transmitir la orden del Zar.
- Dile que la buscaré -contestó el tonto, y su compañero desató la otra pierna de la oreja y emprendió tan veloz carrera, que en un abrir y cerrar de ojos llegó al fin del mundo, donde encontró el agua viva y cantante.
- Ahora -se dijo- he de darme prisa y volver enseguida.
Pero se sentó junto a un molino y se quedó dormido.
Ya llegaba a su fin la comida del Zar, cuando aun no había vuelto, y todos los de la nave lo esperaban impacientes. El primer compañero bajó al suelo y aplicando el oído a la tierra escuchó.
- ¡Ah, ah! ¿Conque estás durmiendo junto al molino?
Entonces, el tirador cogió el arma, apuntó al molino y despertó a Pierna Ligera con sus disparos. Pierna Ligera echó a correr y en un momento llegó con el agua. El Zar aun no se había levantado de la mesa, de modo que su orden quedó exactamente cumplida. Pero de poco sirvió. Porque impuso otra condición. Le mandó decir: "Ya que eres tan listo, pruébamelo. Tú y tus compañeros habéis de devorar en una sola comida veinte bueyes asados y veinte grandes panes de hogaza". El primer compañero lo oyó y se lo dijo al tonto. El tonto se asustó y dijo:
- ¡Pero si no puedo tragar ni un panecillo en una sola comida!
- No te apures -dijo el Tragón,- eso no será nada para mí.
El criado salió y comunicó la orden del Zar.
- Está bien -dijo el tonto,- traed todo eso y nos lo comeremos.
Y le sirvieron veinte bueyes asados y veinte grandes panes de hogaza. El Tragón lo devoró todo en un momento.
- ¡Uf! -exclamó.- ¡Qué poca cosa! ¡Bien podrían servirnos algo más!
El Zar mandó decir al tonto que habían de beberse cuarenta barriles de vino de cuarenta cubos cada uno. El primer compañero oyó las palabras del Zar y se lo comunicó al tonto.
- ¡Pero si no podría beberme ni un solo cubo! ­dijo el tonto, lleno de miedo.
- No te apures -dijo el Bebedor,- yo me lo beberé todo y aun será poca cosa para mí.
Vaciaron los cuarenta barriles y el Bebedor se los bebió todos de un trago, y después de apurar las heces, dijo:
- ¡Uf! ¡qué poca cosa! ¿No podrían traerme otro tanto?
Después de esto, el Zar ordenó que el tonto se preparase para la boda y que antes se diese un buen baño. El cuarto de baño era de hierro colado y el Zar ordenó que lo calentasen a tan alto grado, que el tonto no podría menos de quedar asfixiado en un instante. El tonto fue a bañarse y detrás de él entró el campesino con la paja.
- He de esparcir paja por el suelo -dijo.
Los dos se encerraron en el cuarto, y apenas el campesino esparció por el suelo unos manojos de paja, se produjo una temperatura tan baja, que el tonto apenas pudo lavarse, porque el agua del baño se heló. Se encaramó a la estufa y allí pasó todo la noche. Al día siguiente abrieron el baño y hallaron al tonto echado sobre la estufa, lleno de vida y de salud y contando canciones. El Zar estaba disgustado por no saber cómo desembarazarse del tonto. Después de mucho reflexionar ordenó que crease un ejército con sus propios medios. Porque pensaba: "¿Cómo es posible que un campesino forme un ejército? ¡Esto sí que no lo podrá hacer!"
Cuando el tonto se enteró de lo que exigían de él, se mostró muy alarmado y exclamó:
- ¡Estoy perdido sin remedio! Me habéis sacado de muchos apuros, amigos míos; pero esta vez está bien claro que nada podréis hacer por mí.
- ¡Lindo amigo estás hecho! -dijo el hombre del haz de leña.- ¿Cómo has podido olvidarte de mí hasta ese extremo?
El criado fue y te comunicó la orden del Zar:
- Si quieres tener a la Zarevna por mujer, has de poner en pie de guerra todo un ejército para mañana a primera hora.
- De acuerdo. Pero si después de esto también se niega, conquistaré todo su imperio y tomaré la Zarevna a viva fuerza.
Aquella noche, el compañero del tonto salió al campo con su haz de leña y empezó a diseminarla en todas direcciones. Inmediatamente apareció un ejército innumerable, de a pie y de a caballo. Cuando lo vio el Zar al levantarse al día siguiente, se asustó mucho y se apresuró a mandar al tonto un precioso ropaje y vistosos atavíos con la orden de que lo condujesen a la corte para casarlo con la Zarevna. El tonto se puso las ricas prendas y estaba con ellos más hermoso de lo que ninguna lengua puede expresar. Se presentó al Zar, se casó con la Zarevna, recibió un rico presente de bodas y desde entonces fue el hombre más listo y perspicaz. El Zar y la Zarina le tomaron un afecto que cada día aumentaba, y la Zarevna vivió con él toda su vida, amándolo como a la niña de sus ojos.