jueves, 6 de mayo de 2010

La nave voladora "cuento ruso"

Vivía una vez un matrimonio anciano que tenía tres hijos: dos de ellos eran listos, pero el otro era tonto. La madre quería a los dos primeros y casi los viciaba, pero al otro lo trataba siempre con dureza. Supieron que el Zar había hecho publicar un bando que decía: "Quien construya una nave que pueda volar se casará con mi hija, la Zarevna". Los dos mayores decidieron ir en busca de fortuna y pidieron la bendición de sus padres. La madre les preparó las cosas para el viaje y comida para el camino y una botella de vino. El tonto quería también acompañarlos, pero su madre le negó el permiso.
- ¿Adónde irías tú, necio? -le dijo- ¿No sabes que los lobos te devorarían?
Pero el tonto no cesaba de repetir:
- ¡Quiero ir, quiero ir!
Viendo la madre que no sacaría nada de él, le dio un pedazo de pan seco y una botella de agua y le puso de patatas en la calle.
El tonto empezó a andar y más andar, hasta que, por fin, encontró a un anciano. Se cruzaron los saludos y el anciano preguntó al tonto:
- ¿Adónde vas?
- ¿No lo sabes? -dijo el tonto.- El Zar ha prometido dar su hija al que construya una nave que vuele.
- ¿Y tú eres capaz de hacer semejante nave?
- ¡Claro que no, pero en alguna parte hallaré quien me la haga!.
- ¿Y dónde está esa parte?.
- Sólo Dios lo sabe.
- Entonces, siéntate y come un bocado. Saca lo que tienes en la alforja.
- Es tan poca cosa que me da vergüenza enseñarlo.
- ¡Tonterías! ¡Lo que Dios nos da es bastante bueno para comer! ¡Sácalo!
El tonto abrió la alforja y apenas daba crédito a sus ojos. En vez de un pedazo de pan duro contenía los más exquisitos manjares, que compartió con el anciano. Comieron juntos y el anciano dijo al tonto:
- Anda al bosque y ante el primer árbol que encuentres santíguate tres veces y da un hachazo en el tronco, luego échate al suelo de bruces. Cuando te despiertes verás una nave completamente aparejada; siéntate en ella y vuela a donde quieras y recoge todo lo que encuentres por el camino.
El tonto, después de dar las gracias y despedirse del anciano, se encaminó al bosque.
Se acercó al primer árbol e hizo lo que se le había ordenado, se santiguó tres veces, descargó un hachazo en el tronco y, echado de bruces en el suelo, se quedó dormido. No tardó mucho en despertar, se levantó y vio un barco apercibido para la marcha. Sin pensarlo poco ni mucho, el tonto se subió a él y apenas se hubo sentado, la nave empezó a volar por el aire. Vuela que vuela, el tonto vio a un hombre que, tendido en el camino, estaba aplicando una oreja al duro suelo.
- ¡Buenos días, tío!
- Buenos días.
- ¿Qué haces ahí?
- Escuchar lo que pasa por el mundo.
- Sube a la nave y siéntate a mi lado.
El hombre no se hizo rogar y se sentó en la nave que siguió volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre que andaba brincando con una pierna mientras tenía la otra fuertemente atada a una oreja.
- Buenos días, tío; ¿Por qué andáis brincando con una pierna?
- Porque si desatase la otra, en dos trancos daría la vuelta al mundo.
- Sube y siéntate a nuestro lado.
El hombre se sentó y siguieron volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre que estaba apuntando su escopeta a un punto que no podían ver.
- ¡Buenos días, tío! ¿Adónde apuntas, que no se ve ni un pájaro?
- ¡Bah! Tiro a poca distancia. Atino a cualquier pájaro o bestia que se me ponga a cien leguas. ¡A eso llamo yo tirar!
- Ven con nosotros.
También el cazador subió a la nave, que siguió volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre cargado con un saco de pan.
- ¡Buenos días, tío! ¿Adónde vas?
- A ver si encuentro un poco de pan para comer.
- ¿Pero no llevas ya un saco lleno de pan?
- ¡Bah! ¡Con esto no tengo ni para un bocado!
- Sube y siéntate a nuestro lado.
El tragón se sentó en la nave, que siguió volando. Vuela que vuela, vieron a un hombre que andaba alrededor de un lago.
- Buenos días, tío. ¿Qué buscas?
- Tengo sed y no encuentro agua.
- ¿No tienes ahí un lago? ¿Por qué no bebes en él?
- ¿Esto? ¡Con esto no tengo ni para un sorbo!
- Pues, sube y ven con nosotros.
Se sentó y la nave siguió volando. Vuela que vuela, encontraron a un hombre que atravesaba un bosque con una carga de leña a su espalda.
- ¡Buenos días, tío! ¿Estás cogiendo leña en el bosque?
- Ésta no es como todos las leñas
- ¿Pues qué clase de leña es?
- Es de una clase que, si se disemina sale de ella todo un ejército.
- Pues, ven con nosotros.
Una vez que se hubo sentado, la nave siguió volando. Vuela que vuela, vieron a un hombre que llevaba un saco de paja.
- ¡Buenos días, tío! ¿Adónde llevas esa paja?
- A la aldea.
- ¿Hay poca paja en la aldea?
- No, pero ésta es de una clase que, si se disemina en los días más calurosos de verano, inmediatamente viene el frío con nieves y heladas.
- ¿Quieres subir, pues?
- Gracias, subiré.
Pronto llegaron al patio del Palacio del Zar. En aquel momento se hallaba el Zar sentado a la mesa y cuando vio la nave voladora, se quedó muy sorprendido y mandó un criado que fuese a ver quién volaba en aquella nave. El criado salió a ver y volvió al Zar con la noticia de que quien conducía la nave no era más que un pobre y mísero campesino. El Zar reflexionó. No le gustaba la idea de dar su hijo a un simple campesino y empezó a pensar cómo podría desembarazarse de aquel indeseable yerno durante un año. Y se dijo: "Le exigiré que realice antes varias hazañas de difícil cumplimiento". Y mandó decir al tonto que, para cuando acabase la imperial comida, le trajese agua viva y cantante.
Cuando el Zar daba esta orden al criado, el primero de los compañeros a quien el tonto había encontrado, es decir, aquel que estaba escuchando lo que pasaba en el mundo, oyó lo que el Zar ordenaba, y se lo dijo al tonto.
- ¿Qué puedo hacer yo? -dijo el tonto.- Aunque busque un año y toda la vida no encontraré esa agua.
- No te apures -le dijo el Pierna Ligera,- yo lo arreglaré.
El criado se acercó a transmitir la orden del Zar.
- Dile que la buscaré -contestó el tonto, y su compañero desató la otra pierna de la oreja y emprendió tan veloz carrera, que en un abrir y cerrar de ojos llegó al fin del mundo, donde encontró el agua viva y cantante.
- Ahora -se dijo- he de darme prisa y volver enseguida.
Pero se sentó junto a un molino y se quedó dormido.
Ya llegaba a su fin la comida del Zar, cuando aun no había vuelto, y todos los de la nave lo esperaban impacientes. El primer compañero bajó al suelo y aplicando el oído a la tierra escuchó.
- ¡Ah, ah! ¿Conque estás durmiendo junto al molino?
Entonces, el tirador cogió el arma, apuntó al molino y despertó a Pierna Ligera con sus disparos. Pierna Ligera echó a correr y en un momento llegó con el agua. El Zar aun no se había levantado de la mesa, de modo que su orden quedó exactamente cumplida. Pero de poco sirvió. Porque impuso otra condición. Le mandó decir: "Ya que eres tan listo, pruébamelo. Tú y tus compañeros habéis de devorar en una sola comida veinte bueyes asados y veinte grandes panes de hogaza". El primer compañero lo oyó y se lo dijo al tonto. El tonto se asustó y dijo:
- ¡Pero si no puedo tragar ni un panecillo en una sola comida!
- No te apures -dijo el Tragón,- eso no será nada para mí.
El criado salió y comunicó la orden del Zar.
- Está bien -dijo el tonto,- traed todo eso y nos lo comeremos.
Y le sirvieron veinte bueyes asados y veinte grandes panes de hogaza. El Tragón lo devoró todo en un momento.
- ¡Uf! -exclamó.- ¡Qué poca cosa! ¡Bien podrían servirnos algo más!
El Zar mandó decir al tonto que habían de beberse cuarenta barriles de vino de cuarenta cubos cada uno. El primer compañero oyó las palabras del Zar y se lo comunicó al tonto.
- ¡Pero si no podría beberme ni un solo cubo! ­dijo el tonto, lleno de miedo.
- No te apures -dijo el Bebedor,- yo me lo beberé todo y aun será poca cosa para mí.
Vaciaron los cuarenta barriles y el Bebedor se los bebió todos de un trago, y después de apurar las heces, dijo:
- ¡Uf! ¡qué poca cosa! ¿No podrían traerme otro tanto?
Después de esto, el Zar ordenó que el tonto se preparase para la boda y que antes se diese un buen baño. El cuarto de baño era de hierro colado y el Zar ordenó que lo calentasen a tan alto grado, que el tonto no podría menos de quedar asfixiado en un instante. El tonto fue a bañarse y detrás de él entró el campesino con la paja.
- He de esparcir paja por el suelo -dijo.
Los dos se encerraron en el cuarto, y apenas el campesino esparció por el suelo unos manojos de paja, se produjo una temperatura tan baja, que el tonto apenas pudo lavarse, porque el agua del baño se heló. Se encaramó a la estufa y allí pasó todo la noche. Al día siguiente abrieron el baño y hallaron al tonto echado sobre la estufa, lleno de vida y de salud y contando canciones. El Zar estaba disgustado por no saber cómo desembarazarse del tonto. Después de mucho reflexionar ordenó que crease un ejército con sus propios medios. Porque pensaba: "¿Cómo es posible que un campesino forme un ejército? ¡Esto sí que no lo podrá hacer!"
Cuando el tonto se enteró de lo que exigían de él, se mostró muy alarmado y exclamó:
- ¡Estoy perdido sin remedio! Me habéis sacado de muchos apuros, amigos míos; pero esta vez está bien claro que nada podréis hacer por mí.
- ¡Lindo amigo estás hecho! -dijo el hombre del haz de leña.- ¿Cómo has podido olvidarte de mí hasta ese extremo?
El criado fue y te comunicó la orden del Zar:
- Si quieres tener a la Zarevna por mujer, has de poner en pie de guerra todo un ejército para mañana a primera hora.
- De acuerdo. Pero si después de esto también se niega, conquistaré todo su imperio y tomaré la Zarevna a viva fuerza.
Aquella noche, el compañero del tonto salió al campo con su haz de leña y empezó a diseminarla en todas direcciones. Inmediatamente apareció un ejército innumerable, de a pie y de a caballo. Cuando lo vio el Zar al levantarse al día siguiente, se asustó mucho y se apresuró a mandar al tonto un precioso ropaje y vistosos atavíos con la orden de que lo condujesen a la corte para casarlo con la Zarevna. El tonto se puso las ricas prendas y estaba con ellos más hermoso de lo que ninguna lengua puede expresar. Se presentó al Zar, se casó con la Zarevna, recibió un rico presente de bodas y desde entonces fue el hombre más listo y perspicaz. El Zar y la Zarina le tomaron un afecto que cada día aumentaba, y la Zarevna vivió con él toda su vida, amándolo como a la niña de sus ojos.

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