miércoles, 22 de junio de 2016

Leyenda africana: El porque las hienas tienen rayas

Hace mucho, mucho tiempo una hiena y una liebre eran muy buenos amigos. Pero la hiena, le engañaba a la liebre y cada vez que ésta pescaba un pez grande era la hiena quien se lo comía. La hiena inventaba juegos extraños y tras acordar que el que ganara se comería el pez, la hiena siempre acababa ganando y comiéndose el pescado.

Un día la liebre pescó un gran pez y le dijo a la hiena:

- ¡Hoy es mi día! ¡Hoy me comeré yo solo este gran pez! .

- Es demasiado grande para un estómago tan pequeño, le dice la hiena. Se pudrirá antes de que puedas comértelo todo.

- Es verdad, dice la liebre. Pero lo pondré a ahumar por la noche para conservarlo en pedazos pequeños. ¡Estará delicioso!

La hiena no aguantaba de envidia y seguía deseando comerse el pescado de la liebre. ¿Me lo comeré yo solo! se decía a sí misma. Y no hacía más que planear para satisfacer su egoísmo.

Llegada la noche, la hiena cruzó sigilósamente el río, acercándose hasta donde dormía la liebre. En ese momento, el pescado, partido en trozos, se asaba lentamente y la grasa que caía sobre las brasas perfumaban el ambiente. La hiena se relamía ya de gusto, riéndose de la liebre por la sorpresa que se llevaría ésta al ver que le habían robado el pescado con el ue tanto soñaba.

Mientras tanto, la liebre estaba acostada haciéndose la dormida pero muy atenta a lo que hacía la hiena. Cuando la hiena agarró el primer trozo de pescado, la liebre se levanto de repente, cogió la parrilla que estaba encima del fuego y corriendo tras la hiena le azotaba con ella mientras la hiena aullaba de dolor, de vergüenza y de rabia.

La hiena acabó con todo el cuerpo marcado con las barras de la parrilla y desde entonces las hienas llevan rayas en la piel y por eso desde entonces las hienas odian a las liebres.

jueves, 16 de junio de 2016

Leyenda africana: El porque la garza tiene el cuello torcido

Un día que el chacal estaba cazando vió una paloma que volaba sobre él. El chacal, gritándole le dijo : "Oye, paloma, tengo hambre. Tírame a una de tus crias".

‘No quiero que te comas a una de mis crias', dijo la paloma.

‘Entonces volaré hasta donde tí, y te comeré a tí también', contestó el chacal. Asustada la paloma, dejó caer a una de sus crias, y el chacal se escapó con ella entre sus tientes. Al día siguiente, el chacal amenazó a la paloma con el mismo destino, y otro bebé pájaro bajó a su garganta.

La mamá paloma lloraba sin consuelo hasta que pasó una garza y al verle llorando le preguntó :

‘¿Por qué lloras? '.

‘Lloro por mis pobres bebés', contestó la paloma. ‘Si yo no se los doy al chacal, él volará hasta aquí y me devorará también. '

‘Eres un pájaro tonto, ' replicó la garza. ‘¿Cómo puede volar hasta aquí si no tiene alas? No debes hacer caso de sus tontas amenazas. '

Al día siguiente, cuando volvió el chacal, la paloma se negó a darle otra de sus crias. ‘La garza me ha dicho que usted no puede volar, ' le dijo.

‘Que la garza tan entrometida, ' murmuró el chacal, ‘ya verá como me las paga por tener la lengua tan larga. '

Cuando el chacal encontró a la garza que buscaba ranas en un estanque, el chacal le dijo:

‘Con ese cuello tan lago que tienes, ¿que haces para evitar que se te rompa por la mitad cuando sopla el vient? '

‘Lo bajo un poco, ' dijo la garza, a la vez que bajaba un poco su cuello.

‘Y ¿cuándo el viento sopla más fuerte? '

‘Entonces lo bajo un poco más. ' dijo la garza, bajando un poco más su cuello.

‘Y ¿cuándo hay un gran vendaval? '

‘Entonces lo bajo aún más, ' dijo la el pájaro tonto bajando la cabeza hasta el borde del agu

Entonces, el chacal saltó sobre su cuello y sonó un crujido al rompérselo por la mitad. Y desde ese día, la garza tiene su cuello torcido.

viernes, 10 de junio de 2016

Cuento Africano: El Espiritu del arbol

Había una vez, una muchacha cuya madre había muerto y que tenía una madrastra que era muy cruel con ella. Un día en que la muchacha estaba llorando junto a la tumba de su madre, vio que la tierra de la tumba salía un tallo que había crecido hasta hacerse un arbolillo y pronto un gran árbol. El viento, que movía sus hojas, le susurró a la muchacha y le dijo que su madre estaba cerca y que ella debía comer las frutas del árbol. La muchacha así lo hizo y comprobó que las frutas eran muy sabrosas y le hacían sentirse mucho mejor.  A partir de entonces, todos los días iba a la tumba de su madre y comía de los frutos del arbol que había crecido sobre ella.

Pero un día, su madrasta le vió y le pidió a su marido que talara el árbol. El marido lo taló y la muchacha lloró durante mucho tiempo junto a su tronco mutilado, hasta que un día, oyó un cuchicheo y vió que algo crecía de la tumba. Creció y creció hasta convertirse en una hermosa calabaza. Había un agujero en ella del de caían gotas de un jugo. La muchacha lamió unas gotas y las encontró muy ricas, pero de nuevo su madrastra se enteró pronto y, una noche oscura, cortó la calabaza y la arrojó lejos. Al día siguiente, la muchacha vió que no estaba la calabaza y lloró y lloró hasta que de pronto, oyó el rumor de un riachuelo que le decía "Bébeme, bébeme". Ella bebió y comprobó que era muy refrescante. Pero un día, la madrasta lo vió y pidió al marido que cubriera el arroyo con tierra. Cuando la muchacha regresó a la tumba, vió que ya no estaba el el riachuelo y ella lloró y lloró.

Llevaba mucho tiempo llorando, cuando un hombre joven salió del bosque. Él vio el árbol muerto y pensó que era justo lo que él necesitaba para fabricar un nuevo arco y flechas, ya que él era un cazador. Habló con la muchacha quien le dijo que el árbol había crecido en la tumba de su madre. La muchacha le gustó mucho al cazador y tras hablar con ella fue donde su padre para pedirle permiso para casarse con ella.

El padre consintió a condición de que el cazador matara una docena de búfalos para la fiesta de la boda. El cazador nunca había matado más de un búfalo de una sola vez. Pero esta vez, tomando su nuevo arco y flechas, se dirigió al bosque, y pronto vió una manada de búfalos que descansan en la sombra. Poniendo una de sus nuevas flechas en el arco, disparó y un búfalo cayó muerto. Y luego, un segundo, un tercero, y así hasta doce. El cazador regresó a decirle al padre que mandara hombres para llevar la carne a la aldea. Se hizo una gran fiesta cuando el cazador se casó con la muchacha que había perdido a su madre. 

sábado, 4 de junio de 2016

Cuento Africano: Kitete el hijo de Shindo

Había una vez, una mujer chagga, llamada Shindo que vivía en un pueblo al pie de una montaña cubierta de nieve. Su marido había muerto sin dejarle ningún hijo y ella estaba muy sola. Siempre estaba cansada, porque no tenía a nadie que le ayudara en los trabajos de la casa.

Todos los días, limpiaba la casa y barría el patio, cuidaba de las gallinas, lavaba la ropa en el río, traía agua, cortaba la leña y cocinaba sus solitarias comidas.

Al final de cada día, Shindo miraba la cumbre nevada del monte y oraba:

"¡Gran Espíritu del Monte!" . "Mi trabajo es demasiado duro. ¡Énvíeme ayuda!"

Un día, Shindo estaba limpiando el huerto de malas hierbas para que crecieran bien las verduras, plátanos y calabazas que cultivaba. De repente, un noble jefe apareció junto a ella.

"Soy un mensajero del Gran Espíritu del Monte," le dijo a la sorprendida mujer, y le dio unas pocas semillas de calabaza. "Siémbralas con cuidado. Ellas son la respuesta a tus oraciones."

Entonces el jefe desapareció.

Shindo se preguntaba, "¿Qué ayuda podré recibir de un manojo de semillas de calabaza?" Pero las sembró y cuidó lo mejor que pudo.

Estaba asombrada de lo rápidamente que crecían. Una semana más tarde, las calabazas ya habían madurado.

Shindo llevó a casa las calabazas, y tras quitarles la pulpa, dejándolas huecas las colgó de una de las vigas de la casa para que se fueran secando. Cuando se secaran se endurecerían y podría venderlas en el mercado para ser usadas como cuencos y jarras.

Como ceneitaba una de las calabazas para su propio uso, tomó una pequeña y la puso junto al fuego para que se secara más rápidamente.

A la mañana siguiente, Shindo se marchó para trabajar la tierra. Pero mientras ella estaba fuera de casa, las calabazas empezaron a cambiar. Les crecieron cabezas, brazos y piernas. En poco tiempo, no eran en absoluto calabazas. ¡Eran niños!

Unu de estos niños estaba junto al fuego, donde Shindo había colocado la calabaza pequeña. Los otros niños le llamaron desde la viga.


    "¡Ki-te-te, ayúdanos!
    Trabajaremos para nuestra madre.
    Venga ayúdanos, Ki-te-te,
    ¡Nuestro hermano favorito!"


Kitete ayudó a bajar a sus hermanos y hermanas de las vigas. Entonces los niños salieron de la casa y empezaron a cantar y jugar en el patio.

Todos menos Kitete, que al haber estado junto al fuego, se convirtió en un niño débil y enfermizo. Mientras sus hermanos y hermanas cantaban y jugaban, Kitete les miraba sonriente, sentado en la puerta de la casa.

Después de un rato, los niños empezaron a hacer los trabajos de la casa. Limpiaron la casa, barrieron el patio, alimentaron a las gallinas, lavaron la ropa, trajeron agua, cortaron la leña y prepararon la comida para cuando Shindo volviera.

Cuando el trabajo estuvo hecho, Kitete ayudó a los otros a subir a la viga y poco después, de nuevo se convirtieron en calabazas.

Por la tarde, cuando Shindo volvió a casa, las otras mujeres del pueblo le preguntaban :

"¿Quiénes eran esos niños que estaban hoy en el patio de tu casa?" . "¿De dónde han venido? ¿Por qué estaban haciendo los trabajos de la casa?"

"¿Qué niños? ¿Os quereis reir de mi?" les decía Shindo, enfadada.

Pero cuando llegó a su casa, se quedó pasmada. ¡El trabajo estaba hecho, e incluso su comida estaba preparada! No podía imaginarse quién le había ayudado.

Al día siguiente, sucedió lo mismo. En cuanto Shindo se hubo marchado, las calabazas se convirtieron en niños, y los que colgaban de la viga gritaban,


    "¡Ki-te-te, ayúdanos!
    Trabajaremos para nuestra madre.
    Venga ayúdanos, Ki-te-te,
    ¡Nuestro hermano favorito!"


Entonces, después de jugar un rato, hicieron todos los deberes de la casa, subieron a la viga, y se convirtieron en calabazas de nuevo.

Una vez más, Shindo se quedó asombrada al ver todo el trabajo hecho. Entonces, decidió encontrar la explicación y conocer a quienes le estaban ayudando.

A la mañana siguiente, Shindo hizo como que se marchaba, pero en vez de ir a trabajar en el campo, se quedó escondida junto a la puerta de la casa, observando lo que sucedía. Y vio a las calabazas convertirse en niños, y les oyó como gritaban,


    "¡Ki-te-te, ayúdanos!
    Trabajaremos para nuestra madre.
    Venga ayúdanos, Ki-te-te,
    ¡Nuestro hermano favorito!"


Cuando los niños salieron de la casa, por poco se encuentran con Shindo, pero ellos siguieron jugando, y seguido comenzaron a hacer los trabajos caseros. Cuando acabaron, empezaron a subir a la viga.

"¡No, no!" decía Shindo llorando. "¡No se transformen en calabazas! Sereis los hijos que yo nunca tuve, y os amaré y os querré."

Y desde entonces los niños se quedaron con Shindo, como sus hijos. Ya nunca más estaba sola. Y los niños eran tan trabajadores, que pronto mejoró la economía de la casa, con muchos campos de verduras y plátanos, y rebaños de ovejas y cabras.

Todos eran muy útiles .... menos Kitete que se quedaba junto al fuego con su sonrisa tonta.

La mayor parte del tiempo, a Shindo no le importaba. De hecho, Kitete realmente era su favorito, porque era como un tierno bebé. Pero a veces, cuando ella estaba cansada o triste por alguna razón, lo pagaba con él.

"¡Eres un niño inútil!" le decía. "¿Por qué no puedes ser más inteligente, como tus hermanos y hermanas, y trabajar tan duro como ellos?"

Kitete sólo sonreía.

Un día, Shindo estaba fuera en el patio, cotando verduras para la comida. Cuando llevaba la olla a la cocina, tropezó con Kitete, se cayó, y la olla de arcilla se hizo añicos. Las verduras y el agua quedaron esparcidos por todas partes.

"¡Muchacho tonto!" gritó Shindo . "¿No te tengo dicho que no te pongas delante de mi camino? ¿Pero qué se puede esperar de tí? No eres un niño de verdad. ¡Solo eres una calabaza!"

Y en ese mismo instante, ella dio un grito al ver que ya no estaba Kitete, y que en su lugar sólo había una calabaza.

"¿Qué he hecho yo?" lloraba Shindo, cuando los niños volvieron a casa. "¡Yo no quise decir lo que dije! Tu no eres una calabaza, tu eres mi propio hijo querido. ¡Oh, hijos mios, por favor haced algo!"

Los niños se miraron entre ellos, y corriendo, comenzaron a subir a la viga. Cuando el último niño, ayudado por Shindo, hubo subido, comenzaron a gritar una última vez,


    "¡Ki-te-te, ayúdanos!
    Trabajaremos para nuestra madre.
    Venga ayúdanos, Ki-te-te,
    ¡Nuestro hermano favorito!"


Pasó un largo rato sin que nada sucediera. Pero de pronto, la calabaza empezó a cambiar. Creció una cabeza, luego unos brazos, y finalmente unas piernas. Por fin, no era en absoluto una calabaza. Era--

¡Kitete!

Shindo aprendió la lección. A partir de entonces, tuvo mucho cuidado y amor para sus hijos.

Y ellos le dieron su consuelo y felicidad, durante el resto de sus días.

viernes, 27 de mayo de 2016

Leyenda de Mallorca: La Bahia de la Madona Vagante

Eran rudos marineros que provenían de la ciudad de Génova. El mar era su casa, su hogar. No era la primera vez que tomaban rumbo a occidente. Su objetivo era la costa de España. 

Gente sencilla, optimista y de buen humor estos marineros de Génova. Por más que el Mediterráneo se comportara de un modo salvaje y caprichoso. Aunque la tempestad y la lluvia azotasen las tablas de la nave. La pequeña imagen blanca de la Madre de Dios, que les acompañaba en todos sus viajes, les preservaría siempre del mal. Así viajaban con la bendición de la Santísima Virgen. Y la Virgen recompensaba esa confianza con su protección y amparo.

Pero vino la noche de la gran tempestad. El mar se enfureció como nunca. El cielo había abierto todas sus esclusas. ¿Se vería impedida esta vez la venerada Patrona de extender su protectora mano sobre los hombres del barco genovés? Los marineros imploraban al cielo, que amenazaba derrumbarse sobre ellos. Dirigían súplicas hacia arriba mientras luchaban contra el temporal furioso y rugiente. Pero el huracán azotaba con fuerza desenfrenada las míseras huestes. 

Entonces el capitán entonó un himno. Entre la furia del mar llegaron las primeras notas de la canción a los oídos de los marineros. La canción se propagó de hombre a hombre. Era el canto de una oración. Una llamada a la Virgen. Un canto de súplica a la Madre de Dios. ¡Una promesa al mismo tiempo! Si nosotros, tus hijos, pisamos una vez más tierra firme, te erigiremos en ese país un lugar de oración. Y la imagen, que nos ha acompañado a través de todos los peligros de nuestra vida, encontrará allí un nuevo hogar.

 Y así cuenta la leyenda que los marineros pusieron pie en suelo firme, en la bahía de Portals Vells. Se acordaron de la promesa que hicieron en las horas del gran peligro. En una cueva, a poca distancia del agua, instalaron la blanca imagen de su Patrona. Y muchos creyentes vinieron en adelante a rezar a la Virgen en la Cova de la Mare de Deu de Portals Vells, cuando iban al ancho mar maridos, hijos y amigos.

En viejas crónicas se habla de la “Madona Sancta María del Carma de Mallorca”. Pero no sólo vinieron hombres llenos de piedad y devoción. La Madona estuvo varias veces expuesta al peligro de caer víctima de ladrones. 

Y como de nada servía tampoco una reja, se decidió asignarle un lugar más seguro. Algunos “viajes” tuvo que emprender de iglesia en iglesia hasta que finalmente, en mayo de 1866, encontró descanso bien merecido en la iglesia parroquial de Portals Nous.

jueves, 19 de mayo de 2016

Leyenda de Mallorca: El Moro enamorado

De esta historia, hace ya muchos años, tantos, que ni la gente mayor de Valldemossa recuerda bien cual era el año. Había un gran señor musulmán que tenia un valle maravilloso que, al llegar los meses de enero y febrero, se llenaban de flores blancas y rosadas que lo perfumaban todo.

Este moro era un hombre joven, alto y delgado, y con una barba tan negra y suave que parecía un cielo de noche lleno de estrellas. Se había hecho construir un palacio maravilloso, lleno de fuentes, jardines, mármoles y riquezas. Cofres de oro llenos de piedras preciosas, alfombras y cortinas de todos los colores de l’arc de Sant Martí…. Esclavos de todas las razas hacían de criados, de músicos y de bailarines. Pero la joya que más quería de todas, la que más llenaba de orgullo a este moro, que se llamaba Mussa, era una cautiva cristiana, una joven de cabellos dorados y ojos azules, de la cual estaba locamente enamorado. También ella le correspondía con su amor, haciéndolo feliz con sus caricias y risa fresca..

A Mussa le gustaba dar largas caminatas por sus dominios, se entrenaba diariamente con el uso de las armas, nadaba bajo agua con una resistencia que ponía la piel de gallina, y ni un solo día dejaba de cabalgar horas y horas montando a “Hijo del desierto”, su caballo. Aquella tarde como era habitual, había salido a dar un paseo a caballo, y como siempre, se había parado a admirar la puesta de sol, una orgía de colores se mezclaban en el cielo: azules, verdes, rojos… Sí, rojos eran los rayos de sol que caían encima de su palacio, demasiado rojos……

A Mussa esto le pareció un mal presagio y, espoleando a su caballo, empezó a correr como un loco. Un mal pensamiento le perseguía. Al llegar, entró en el jardín subiendo los escalones de tres en tres, ella siempre le esperaba en el balcón, pero esta vez no estaba, como tampoco sus esclavas Aixa y Fátima, ni Alí, el eunuco que siempre la defendía. Los perros habían enmudecido, todo estaba en silencio, un silencio que daba miedo.

Entró en la casa y el espectáculo era aterrador. Todo estaba lleno de sangre. Peor todavía, encontró las habitaciones con los cadáveres de los guardias y de sus servidores, los perros habían sido degollados. Habían desaparecido los cofres de oro y las joyas. Había desaparecido todo.

Pensó que solo podían haber sido los piratas que siempre dejaban su sello de salvajes. Se habían aprovechado de su ausencia para atacar y saquear su palacio. Subió a la torre más alta y, según dicen, sus gritos de dolor eran tan fuertes que podían oírse a lo largo de todo el valle. Miró al mar, y vio una galera y tres botes de remos que se le iban acercando. Reconoció la embarcación: era la galera de Lusuf Jalid, terrible pirata que dominaba las costas del Mediterráneo. Hacia tiempo que había jurado vengarse de Mussa por una derrota que no podía olvidar. Tiempo atrás habían hecho una apuesta sobre cual de los dos caballos que tenían era el mejor. Y “Hijo del desierto”, el caballo de Mussa, ganó a “Hijo de Omar”, que era el caballo de Lusuf Jalid. Para poder rescatar a su enamorada, Mussa, corrió al galope hacia la playa y allí vio como la galera se alejaba mar adentro.

Mussa, se puso a pensar el castigo que podría dar al pirata, pero lo dejó para cuando llegara la ocasión. Sin pensarlo más se tiró de cabeza al agua y comenzó a nadar con brazadas largas y seguras. El pirata empezó a temblar cuando lo descubrió, porque conocía muy bien a Mussa, y sabía que sus venganzas eran terribles. Cuando ya estaba cerca de la galera, Lusuf, dio orden a sus hombres que dispararan flechas a Mussa, que de pronto, desapareció bajo el agua. Los piratas le creyeron muerto, pensando que lo habían herido, se pusieron a gritar de alegría. Pero un grito de sorpresa salió de todas las gargantas. Sobre la cubierta de un bote, había subido Mussa, escurriendo agua, con la mirada feroz y un puñal en la mano derecha. Entonces, Mussa, de un salto felino, se lanza encima del pirata y le clava el puñal en el corazón. Los otros piratas cuando vieron aquello, se arrodillaron para pedirle perdón y rogar que los tomaran por esclavos.

La aparición de su enamorada sana y salva, acompañada de su fiel eunuco Alí, le hizo olvidar todos sus proyectos de venganza que, una vez muerto el pirata, ya no tenían fundamento. Y dio orden de orientar la nave hacia la playa para retornar a palacio.

Y en el mismo lugar donde había estado el palacio, aquel palacio maravilloso, la seguridad de un castillo, dominó todo el valle. Y fue este valle el que la gente llamaba “Vall d’en Mussa”, ”Valldemosa”, y que a acabado con el “Valldemossa” de ahora. Y se dice que aquel castillo del moro se convirtió en la actual Cartoixa.


María Dolors Cortey (Llegendes de les nostres terres).

miércoles, 11 de mayo de 2016

Leyenda de Mallorca: Mare de Deu de LLuc "Madre de Dios de Lucas"

Cuenta la leyenda, que poco después de la Reconquista, cuando los cristianos, comandados por el rey Jaime I, lograron arrebatar Mallorca al islam, un matrimonio árabe tuvo que entregar su granja, situada en lo alto de la Serra de Tramuntana, a los nuevos señores. Para sobrevivir, no tardaron en abrazar la fe cristiana y bautizar asimismo a sus hijos. Uno de ellos, el pequeño Lluc, Lucas, se encargaba de llevar a las montañas el rebaño de cabras y ovejas de su padre para que se alimentasen allí.

Un día Lluc observó una extraña luz entre los espesos matorrales del "massís". Movido por la curiosidad, se adentró en ellos y descubrió una pequeña figura de la Virgen María que sobresalía a duras penas del suelo. Sin embargo, lo que realmente le causó sorpresa fue que la Virgen tuviera una piel tan oscura como la suya propia. Preso de una gran excitación, el joven pastor llevó la figura al párroco de la iglesia de Sant Pere d'Escorca, cuya primera referencia documental data del año 1247. El párroco destinó al valioso hallazgo un puesto de honor en la pequeña iglesia, pero al día siguiente, cuando los vientos de la Tramuntana habían difundido la noticia y llegaban fieles para venerarla, la Virgen había desaparecido. Ese mismo día por la tarde, Lluc volvió a encontrarla exactamente en el lugar del día anterior. Se la volvió a llevar al párroco, quien la colocó de nuevo en su hornacina para comprobar con gran asombro al día siguiente que había vuelto a desaparecer. Este juego del escondite continuó hasta que al párroco se le encendió una luz: la Virgen quería estar en el lugar en que, con su resplandor, llamó por primera vez la atención del pastorcillo Lluc e inmediatamente se construyó allí una capilla.

Ésta es la versión romántica y poética y quien se resista a lanzarse en los brazos del racionalismo moderno aceptando, por ejemplo, la versión más prosaica de que en mallorquín "lluc" significa bosque, que todavía abunda en el lugar y que, por tanto, el pequeño Lluc es una invención piadosa con un sobrenombre adecuado - hará bien en creerla a pies juntillas.

Así lo hizo y continúa haciéndolo el pueblo, pues inmediatamente empezaron a afluir peregrinos con tal intensidad que en el año 1260 se puso la primera piedra de la ermita de Nostra Senyora de Lluc, regida entonces por la orden de los Agustinos, posteriormente, la construcción se amplió con un seminario y en la actualidad residen en ella y la atienden monjes del Sagrado Corazón.