domingo, 17 de octubre de 2010

La tortuga charlatana "Cuentos de la india"

Un soberano de la India muy amado de su pueblo, tenía un defecto enorme: era muy charlatán.
Su Gran Visir, hombre de gran sabiduría y discreción, estaba enormemente preocupado por el defecto del Rajá. Un día, mientras paseaba por los jardines del palacio, habló así:
- ¿Queréis que os cuente una historia, Majestad?
- Cuenta -replicó el soberano, que por rara casualidad aquel día no tenía muchas ganas de hablar.
- Hace muchos años -empezó el Visir,- vivía en un lago del Himalaya una tortuga. Dos patos silvestres que habían descendido a aquel lago para descansar un poco se hicieron amigos de la tortuga y le dijeron:
" - Amiga tortuga: el lugar donde nosotros vivimos, el Lago Hermoso, del Himalaya, es maravilloso, ¿Por qué no nos acompañas allí?
" - Pero ¿cómo podré llegar allí? -preguntó la tortuga.- Yo no puedo volar.
" - Te llevaremos nosotros -replicaron los patos.­ Pero has de conservar la boca cerrada y no hablar ni una sola vez.
" - ¡Oh, eso es muy sencillo!
" - Perfectamente, cógete con la boca a este palo, y nosotros sostendremos los extremos.
" Y diciendo esto, los dos patos cogieron con el pico un fuerte palo, de cuyo centro se colgó la tortuga.
" Volaron, volaron los dos patos, y de pronto unos campesinos que los vieron exclamaron:
" - ¡Dos patos llevan una tortuga colgada de un palo!
" Al oír esto la tortuga no pudo contenerse y fue a replicar:
" - Si mis amigos han escogido este sistema de transporte, ¿qué os importa a vosotros, míseros esclavos?
" Apenas había empezado a pronunciar estas palabras, perdió la presa que hacía en el palo, y cayó, cayó, hasta llegar al suelo, donde quedó completamente destrozada.
" En verdad os digo, Majestad, que aquellos que no saben contener la lengua, por muy grandes que sean sus cualidades, terminan todos como la tortuga del cuento."
El Rajá no contestó nada y continuó su paseo por los jardines; sin embargo, desde aquel día habló mucho menos y todo fue mejor en el reino.

viernes, 15 de octubre de 2010

El Harisarman "cuento de la India"

En cierto poblado vivía un Bracmán llamado Harisarman. Era pobre y tonto, lo cual le impedía conseguir un trabajo con el cual poder alimentar a sus numerosos hijos. Así, para conseguir algún sustento iba pidiendo limosna de casa en casa.
Un día llegó a una importante ciudad y quiso su suerte que entrase al servicio de un hombre muy rico, llamado Estuladata. Sus hijos guardaron los ganados del dueño, y su mujer cuidó de preparar las comidas. En cuanto a él, vivió cerca de la casa de su patrón y se ocupó del cuidado de sus propiedades.
Un día celebróse una gran fiesta en la casa, en ocasión del casamiento de una hija de Estuladata, a la misma asistieron todos los amigos del potentado. Harisarman tenía la confianza de poderse hinchar de cosas buenas; pero nadie en la casa se acordó de él ni de su familia.
Esto le molestó mucho, y aquella noche al acostarse, le dijo a su mujer:
- Es a causa de mi pobreza y estupidez que me tratan de esta manera. Voy a fingir que poseo un poder mágico, y así Estuladata me respetará. En cuanto se te presente una ocasión, dile que tengo poderes mágicos.
Reflexionando sobre esto, pasó gran parte de la noche, y al fin, cercana ya el alba, levantóse de la cama y cogió el caballo del cuñado de Estuladata y lo escondió a cierta distancia de la casa.
A la mañana siguiente, los amigos del novio no pudieron encontrar el caballo por más que buscaron, y mientras Estuladata ordenaba a sus criados que buscaran en todas direcciones hasta encontrar el caballo y el ladrón, la mujer de Harisarman fue a verle, diciéndole:
- Mi marido está muy versado en la Astrología y en las ciencias mágicas. Estoy segura de que podría devolveros el caballo. ¿Por qué no vais a interrogarle?
Al oír esto, Estuladata mandó llamar a Harisarman, quien dijo:
- Ayer fui olvidado, pero ahora que han robado el caballo os acordáis de mí.
- Me olvidé de ti, perdóname -dijo humildemente Estuladata.- Te pido por favor que me digas quién ha robado el caballo de mi yerno, y dónde está.
Harisarman asintió en silencio y marcó unas líneas en el suelo, donde se sentó a reflexionar. Al cabo de un rato de permanecer sumido en fingidas meditaciones, dijo:
- El caballo ha sido dejado por los ladrones en el bosquecillo que hay a una legua de aquí. Lo han colocado allí para trasladarlo a otro lugar en cuanto anochezca.
Al escuchar estas palabras, los criados de Estuladata se dirigieron al sitio indicado y regresaron con el caballo, alabando grandemente la sabiduría de Harisarman, a quien calificaron de sabio y le concedieron infinidad de honores.
Pasó el tiempo y llegó un día en que del palacio del Rajá se llevaron gran cantidad de joyas de oro y plata. Como no se pudo encontrar el ladrón, el Rajá mandó llamar a Harisarman, cuyo conocimiento de los ciencias ocultas era conocido en toda la población.
- Mañana os contestaré a vuestra pregunta -dijo Harisarman al verse ante el soberano.
Su único deseo era ganar tiempo, en la esperanza de que sucediera algún milagro.
El Rajá ordenó que le prepararan una habitación en el palacio y Harisarman se trasladó a ella, lleno de pesar por haber pretendido conocer lo que ignoraba.
Una de las sirvientas del palacio, llamada Lenua, era quien, con ayuda de su hermano, había robado las joyas. Alarmada por la presencia de Harisarman, fue a medianoche a escuchar por la cerradura de la habitación del falso mago. Este se hallaba en aquellos momentos maldiciendo su lengua, con la que había formulado la mentira de que era práctico en las ciencias mágicas.
- ¿Qué has hecho, lengua, qué has hecho? ¡Malvada, pronto recibirás por entero el castigo que te mereces!
Lenua, que oyó estas palabras, creyó que Harisarman decía Lenua en vez de lengua, y loca de terror por haber sido descubierta, entró en la estancia y postrándose ante el sabio mago, le dijo con voz entrecortada:
- Bracmán, yo soy Lenua a quien habéis descubierto. Soy la ladrona del tesoro, que escondí en el jardín de palacio, debajo de un granado. Os pido por favor que no me descubráis y aceptéis la pequeña cantidad de oro que tengo.
Al oír esto Harisarman replicó vivamente:
- Retírate; sé todo lo que me dices; conozco el presente, pasado y futuro; pero no te denunciaré, porque eres una miserable criatura que ha implorado mi protección. Sin embargo, es necesario que me entregues todo el oro que tienes en tu poder.
La criada aceptó muy agradecida y se retiró de la habitación, dejando a Harisarman grandemente asombrado.
- El Destino es inquebrantable -se dijo.- Está decidido que yo sea un sabio mago y a pesar de haber estado a dos pasos de la muerte, he salido bien librado. Mientras maldecía mi lengua, la ladrona Lenua se ha arrojado a mis pies, suplicándome que no la descubra. ¡Cuántos delitos hace descubrir el miedo!
Con estos pensamientos, Harisarman pasó alegremente la noche, y cuando al llegar la mañana fue conducido ante el Rajá hizo unos cuantos movimientos extraños y al fin declaró haber descubierto que lo robado se encontraba en el jardín, debajo del único granado que en él había. Declaró también que el ladrón había huido con parte de lo robado.
Tanta admiración produjo al soberano la sabiduría de Harisarman, que le entregó en soberanía, diversos pueblos del reino.
Pero un ministro llamado Devajnanin susurró al oído del Rajá:
- ¿Cómo es posible que un simple Bracmán posea un poder mágico que sólo se obtiene después de muchos años de estudios? Tened la seguridad de que ese hombre está de acuerdo con los ladrones y todo lo que ha hecho ha sido valerse de los informes que le han dado. Antes de entregarle esos pueblos, será mejor que lo pongáis de nuevo a prueba.
El Rajá quedó convencido por las cuerdas palabras de su ministro, y cogiendo una taza de porcelana la llenó de agua, metiendo en ella una cría de ranas. La cubrió luego con un paño y se la presentó a Harisarman, pidiéndole dijese lo que había allí dentro.
Al oír esto, el Bracmán cerró los ojos, pensando que había llegado su última hora, y recordando lo que le decía su padre cuando hacía algo malo, murmuró:
- ¡Dónde te has metido, renacuajo!
El Rajá y los cortesanos prorrumpieron en aplausos al oír estas palabras del Bracmán, ya que en un momento había adivinado el contenido de la taza. El soberano añadió otros pueblos a los que ya le había donado, además, un saco de rupias y una hermosa sombrilla.
Y así, gracias a la costumbre de su padre de llamarle renacuajo, Harisarman se convirtió en uno de los hombres más ricos de la India.

miércoles, 13 de octubre de 2010

El anillo encantado "cuento de la india"

Un mercader entregó trescientas rupias a un hijo suyo y le dijo que se trasladara a otro país y probara allí fortuna en el comercio.
El hijo obedeció y a las pocas horas de haberse puesto en camino, llegó junto a un grupo de hombres que se peleaban por un perro que uno de ellos quería matar.
- Por favor, no maten al perro -dijo el joven.- Les daré cien rupias por él.
La oferta fue aceptada enseguida y el alocado joven recibió el perro, con el cual continuó su camino. Poco después tropezó con unos hombres que se disponían a matar un gato.
- No lo maten -les pidió.- Les daré cien rupias por él.
El cambio fue aceptado enseguida y el joven recibió el gato a cambio de su oro. Siguió adelante con los dos animales hasta llegar a un grupo de personas que se preparaban para matar a una serpiente.
- No maten a esa serpiente -suplicó el hijo de¡ comerciante.- Les daré cien rupias por ella.
Desde fuego, los campesinos no se hicieron repetir la oferta, y el joven se vio dueño de tres animales, con los cuales no sabía qué hacer. Como no le quedaba ni un céntimo, resolvió volver a casa de su padre, quien al ver cómo había gastado su hijo el dinero que le entregara, exclamó:
- ¡Loco, más que loco! Ve a vivir a un establo para que te arrepientas de lo que has hecho. Nunca más entrarás en mi casa.
El joven lo hizo así. Su lecho era la hierba cortada para el ganado y sus compañeros eran el perro, el gato y la serpiente, que tan caros había comprado. Los tres animales le querían con locura y no se apartaban de él ni un segundo. De noche dormían el perro a su cabeza, el gato a sus pies y la serpiente sobre su pecho.
Un día la serpiente dijo a su amo:
- Soy la hija del Rey de las serpientes. Un día que salí de la tierra a respirar el aire puro, fui cogida por aquellos hombres que querían matarme, y tú me salvaste. No sé cómo podré pagarte tu bondad. ¡Ojalá conocieras a mi padre; tendría una gran alegría en conocer al salvador de su hija!
- ¿Dónde vive? -preguntó el hijo del mercader.­ Me gustaría verle.
- Podríamos ir los dos -replicó la serpiente.- En el fondo de la montaña que se ve allá a lo lejos, hay un pozo sagrado. Saltando dentro de él, se llega al país de mi padre. ¡Si vamos se pondrá muy contento y te premiará!... -La serpiente pareció reflexionar un instante.- Pero, ¿cómo te premiará? -preguntó.­ ¡Ah, sí! Óyeme bien. Si te pregunta qué deseas como premio por haberme salvado, dile que quisieras el anillo mágico y el famoso tazón y la cuchara encantados. Con esas dos cosas no necesitarías nunca nada, pues el anillo tiene una propiedad tal, que con sólo pedírselo entrega enseguida una hermosa casa amueblada con todo el lujo posible; y el tazón y la cuchara con tanta comida como se desee.
Acompañado por sus tres amigos, el joven fue al pozo y se dispuso a saltar dentro.
Al ver lo que iba a hacer, el perro y el gato le dijeron:
- ¿Qué vamos a hacer sin ti? ¿Dónde iremos? -Esperadme aquí. No voy lejos, y por lo tanto, no tardaré.- Y al decir esto, el joven saltó al agua y desapareció de la vista de los dos animalitos.
- ¿Qué haremos? -preguntó el perro.
- Quedémonos aquí -replicó el gato.- Debemos obedecer a nuestro amo. No te preocupes por la comida, pues yo iré al pueblo y traeré cuanta podamos necesitar.
Y así lo hizo, y durante el tiempo que tardó en volver su amo, a los dos animalitos no les faltó nada en absoluto.
El joven y la serpiente llegaron a su destino en completa salud y fueron despachados mensajeros que anunciaron al Rey su llegada. El soberano ordenó que su hija y el forastero aparecieran ante él. Pero la serpiente se negó, diciendo que no podía hacerlo hasta ser puesta en libertad por el forastero, cuya esclava era desde el momento en que la salvó de una muerte horrible.
Al oír esto, el Rey fue al encuentro de su hija y del joven, a quien saludó, ofreciéndole cuanto contenía el palacio. El hijo del comerciante agradeció las finezas del rey y pasó varios días en su compañía. Al marcharse lo hizo con el anillo mágico y el tazón encantado.
Cuando salió del pozo sintió una gran alegría al encontrar a su perro y a su gato, quienes le contaron sus aventuras y escucharon asombrados el relato de su amo. Juntos, los tres pasearon por la orilla de¡ río y al llegar a un paraje muy hermoso, el joven decidió comprobar la eficacia del anillo. Lo cogió fuertemente y le pidió una casa. Al momento apareció una maravillosa casita, con una no menos maravillosa princesa de cabellos de oro, dientes de perlas y labios de rubíes. El joven habló entonces al tazón e inmediatamente aparecieron fuentes de la más deliciosa comida.
Locamente enamorado de la princesa, el hijo del comerciante se casó con ella y durante varios años fueron muy felices. Sin embargo, un día, mientras la princesa se peinaba, metió algunos de los cabellos que le cayeron, en una cajita de nácar, que pensaba tirar al río. Dio la casualidad que esta cajita llegó a manos de un príncipe que vivía a muchas leguas de distancia, río abajo, quien curioso por ver lo que contenía, la abrió, quedando al momento enamorado de la mujer que tenía aquellos cabellos. No la había visto nunca, pero se imaginaba que debía de ser muy hermosa.
Loco de amor, el príncipe se encerró en sus habitaciones y no quiso salir de ellas para comer ni beber; tampoco quiso dormir, y el Rajá, su padre, intranquilo por lo que le ocurría, no supo qué hacer. Su mayor temor era que su hijo muriese, dejándole sin herederos. Al fin decidió pedir ayuda a su tía, que era una maga muy famosa.
La vieja consintió en ayudarle, asegurando que descubriría el motivo de la tristeza de su hijo. Cuando se enteró de lo que le ocurría al príncipe, se transformó en una abeja y después de husmear los cabellos de oro, se fue río arriba, siguiendo el rastro hasta llegar a la casa de la hermosísima princesa. Allí se transformó en una noble dama y se presentó a la princesa, diciendo:
- Soy tu tía; me marché de aquí cuando tú acababas de nacer, y por eso no me reconoces.
Después de esto, abrazó y besó a la hermosa joven, quien quedó convencida de que aquella mujer era en realidad su tía.
- Quedaos tantos días como queráis. Esta casa es vuestra y yo soy vuestra servidora.
La hechicera sonrió complacida, diciéndose:
"La he engañado. Pronto haré de ella lo que quiera."
Al cabo de tres días, empezó a hablar del anillo mágico, aconsejando a la princesa que se lo pidiera a su marido, ya que éste estaba siempre de caza y podría perderlo. La princesa siguió la indicación de la que ella creía su tía y pidió el anillo, que su marido le entregó al momento.
La hechicera aguardó un día más antes de pedir ver la maravillosa joya. Sin sospechar nada, la princesa se la entregó. La maga transformóse inmediatamente en abeja y con el anillo voló hasta el palacio del príncipe, a quien dijo:
- Levántate y no llores más. La mujer de quien te has enamorado aparecerá ante ti tan pronto como quieras -y al decir esto entregó el anillo que quitara a la princesa.
Loco de alegría, el príncipe cogió el anillo y le pidió que trajese ante él a la princesa. Sonó un trueno y la casa, con su bellísima ocupante, descendió en el jardín del palacio.
El joven entró en la casa y cayendo de rodillas ante la princesa de los cabellos de oro, le pidió que consintiese en ser su esposa. La princesa, viendo que no había ningún medio para huir, accedió a lo que se le pedía, poniendo, no obstante, la condición de que el príncipe aguardaría un mes.
Entretanto, el hijo del mercader que había vuelto de caza, quedó muy sorprendido y desesperado al ver que su casa y su mujer habían desaparecido. Ante él se extendía el terreno tal como lo viera antes de comprobar el poder del anillo mágico que le regaló el Rey de las serpientes.
Loco de dolor el joven se sentó a la orilla del río, decidido a aguardar allí la llegada de la muerte. El gato y el perro, que al ver desaparecer la casa se habían ocultado, se acercaron a su dueño y le dijeron:
- Tu dolor es grande, nuestro amo, pero si nos das un mes de tiempo te prometemos remediar el mal y rescataremos tu mujer y tu casa.
- Perfectamente, aceptó el príncipe.- Id y devolvedme a mi mujer. Si lo hacéis, seguiré viviendo.
El gato y el perro partieron a toda velocidad en dirección del sitio en que suponían estaba la casa, y al cabo de unos días de viaje, llegaron al palacio del Rajá.
- Espérame aquí fuera -dijo el gato al perro,- que yo entraré a ver si encuentro a la princesa. Como soy mucho más pequeño que tú, podré pasar inadvertido.
El perro asintió y el gato saltó la alta tapia que rodeaba los jardines del palacio y en pocos momentos llegó junto a la princesa de los cabellos de oro, quien al verle lo abrazó llorosa y le contó lo que había ocurrido, preguntando al terminar:
- ¿No hay modo de huir de las manos de estas gentes?
- Sí, -contestó el gato.- Decidme dónde está el anillo y con él os sacará de aquí.
- El anillo lo guarda la hechicera en el estómago.
- Perfectamente, esta noche mismo lo recuperaré, y una vez en nuestro poder seremos los dueños de la situación.
Después de saludar a su ama con una cortés reverencia, el gato bajó a los sótanos del palacio y cuando, hubo descubierto un nido de ratones, se tumbó junto a él, fingiendo estar muerto.
Casualmente, aquella noche se celebraba el casamiento del hijo del rey de los ratones con la hija de la reina de las ratitas, y por aquel agujero debía salir la comitiva. Cuando el gato vio la procesión de ratitas y ratones, puso en práctica el plan que había formado, y cogiendo al príncipe de los ratones lo agarró fuertemente sin hacer caso de sus protestas.
- ¡Por favor, suéltame, suéltame! -chilló el aterrorizado ratón.
- Por favor, soltadle, señor Gato -suplicó la comitiva.- Hoy es su noche de bodas.
- Si queréis que lo suelte es necesario que hagáis algo por mi -contestó el gato.
- ¿Qué queréis que hagamos? -preguntaron los ratones.
- Deseo que me traigáis el anillo que la hechicera tiene en el estómago. Si me lo traéis dejaré ir al príncipe; de lo contrario lo mataré.
- Yo os lo traeré -dijo un ratón blanco, que parecía más listo que sus compañeros. -Conozco el cuarto de la hechicera y además, la vi cuando se tragó el anillo.
El ratoncito blanco, corrió a la habitación de la maga, a la cual llegó por mil intrincados subterráneos, y después de asegurarse de que estaba dormida, saltó sobre la cama y metiendo la cola dentro de la boca de la anciana la hizo toser y expulsó el anillo, que rodó por el suelo, con alegre sonido.
Sin perder un segundo, el ratoncito galopó por los caminos subterráneos, hasta llegar al sitio donde aguardaba el gato, a quien entregó el anillo. El gato cumplió su promesa y dejó ir al príncipe de los ratones, que fue a reunirse con su novia, que le aguardaba sollozando junto con su madre.
El gato fue a reunirse con el perro y al llegar junto a él le dijo que ya tenía el anillo.
- Entonces -replicó el perro,- lo mejor será que te montes en mi lomo, pues yo corro mucho más que tú y así llegaremos antes al sitio donde nos espera nuestro amo.
Tres días corrió sin descansar el perro, y al fin, jadeando fuertemente, se dejó caer a los pies de su amo, a quien el gato entregó el anillo, cuyo mágico poder devolvió junto a su esposo a la princesa de los cabellos de oro.
El matrimonio fue muy feliz, y nunca más volvió a separarse. En su casa, los visitantes ven un gato y un perro muy viejos y casi ciegos, a los cuales los esposos tratan con mucho cariño. A veces también acude a la casa una enorme serpiente que lleva una corona de diamantes en la cabeza. Y en tales ocasiones, las risas de felicidad suenan muy fuertes y prolongadas.

lunes, 11 de octubre de 2010

El tigre, el bracmán y el chacal "cuento de la india"

Hubo una vez un tigre que cayó en una trampa. En vano trató de salir por entre los barrotes; tuvo que darse por vencido y lo proclamó con fuertes rugidos.
Por casualidad un bracmán pasaba por allí y al verle el tigre le dijo:
- Por favor, venerable santo, ayúdame a salir.
- De ninguna manera, amigo mío -replicó el bracmán.- Si lo hiciese me devorarías.
- No lo haré -aseguró el tigre.- Al contrario, te quedará eternamente agradecido y seré tu esclavo.
Tantas fueron las lágrimas que vertió el tigre, que el santo hombre se compadeció de su infortunio y consintió en abrir la trampa.
Libre, el tigre saltó sobre el bracmán, y le dijo:
- ¡Qué estúpido has sido! ¿Quién puede impedirme devorarte en un momento? He estado encerrado mucho tiempo y me muero de hambre.
En vano intentó el bracmán convencerle de lo injusto de su sentencia; la única cosa que logró fue que el juez se atuviera al juicio de las tres primeras cosas a quienes el bracmán interrogara. Si éstas decidían que la condena era injusta, el tigre no lo devoraría.
El bracmán interrogó primero a una acacia, pero el árbol le contestó fríamente:
- ¿De qué te quejas? ¿No doy yo sombra a los cansados pastores y sin embargo ellos arrancan mis ramas para alimentar el ganado? No llores; sé hombre.
El bracmán siguió su camino hasta encontrar un cebú que hacía girar una noria. Sin embargo, la respuesta que obtuvo no fue mejor que la anterior.
- ¡Eres un imbécil si confías en la gratitud! ¡Fíjate en mí! Mientras he dado leche me han alimentado a cuerpo de rey, pero ahora que ya no sirvo para ello, me atan a esta noria que terminará conmigo.
El bracmán reanudó la marcha por la carretera, a la cual preguntó su opinión acerca del caso.
- Lo encuentro muy natural, santo padre -replicó la carretera.- Lo que no encuentro natural es que vos, esperaseis otro pago. ¡Fijaos en mí! Soy útil a todos, ricos y pobres, grandes y pequeños, y ¿qué obtengo de ello? Que me abran profundos surcos en mi carne y me tiren los residuos de sus comidas.
El bracmán, abatido, apartóse del camino. En esto tropezó con un chacal que le preguntó:
- ¿Qué os ocurre, santo bracmán? Parecéis como un pez fuera del agua.
El bracmán explicó al chacal lo que le ocurría.
- ¡Qué historia tan enredada! -exclamó el chacal.- ¿Queréis repetírmela de nuevo, a fin de que me haga cargo de todo lo que ha pasado?
El bracmán repitió su historia, pero el chacal movió la cabeza indicando que no entendía aún.
- Es muy extraño -murmuró,- pero me da la impresión de que me entra por un oído y me sale por otro. Será mejor que vayamos al sitio donde ha ocurrido eso y así, tal vez, pueda entenderlo mejor.
Regresaron, pues, junto a la trampa en donde el tigre esperaba el regreso del bracmán.
- Has tardado mucho -le reconvino.- Pero en fin, te perdono. Dispónte a servirme de cena.
- Dadme unos minutos -pidió el bracmán.- Quisiera explicar al chacal cómo ha ocurrido la cosa. Es un poco duro de cabeza y no me ha entendido bien.
El tigre consintió en ello y el bracmán empezó de nuevo la historia, sin omitir detalle alguno.
- ¡Qué cabeza la mía! -dijo el chacal, apretándose las sienes.- Repetid otra vez ese cuento. Vos estabais en la trampa, y en esto aparece el tigre...
- ¡Idiota! exclamó el tigre.- Yo era quien estaba dentro de la trampa.
- ¡Sí, sí, claro, ya comprendo! Yo estaba dentro de la trampa y... -el chacal se apretó de nuevo las sienes.- ¡No, no era yo! ¡No sé cómo tengo el cerebro! El tigre había caído dentro del bracmán y llegó la jaula... ¡No, tampoco es esto!
- ¡Claro que no! -rugió el tigre, enfadado por la estupidez del chacal.- Te lo voy a explicar gráficamente, con detalles. Yo soy el tigre, ¿me entiendes?
- Sí, señor tigre.
- Este es el bracmán.
- Sí, señor tigre,
- Yo estaba dentro de la trampa. Yo, ¿entiendes?
- Sí... No... no le entiendo mucho, ¿podría...?
- ¿Qué? -aulló impaciente el tigre.
- ¿Podría explicarme cómo cayó en la trampa?
- ¿Cómo? Pues como se cae en una trampa.
- No, no, así no nos entenderemos. La cabeza vuelve a darme vueltas. ¿Cuál es la manera de caer dentro de una trampa?
Al oír esto el tigre agotó la paciencia y saltando dentro de la trampa gritó:
- ¡Esta! ¿Has entendido ahora cómo es?
- Perfectamente -sonrió el chacal, y cerrando diestramente la puerta, añadió:
- Con vuestro permiso, señor tigre, os diré que ahora las cosas quedan como antes y podréis reflexionar acerca de la conveniencia de cumplir la palabra que se da.

sábado, 9 de octubre de 2010

La Hermosa Laili "cuento de la India"

Érase una vez un Rajá llamado Dantal, poseedor de montones de rupias, soldados, caballos y elefantes. Tenía también un hijo llamado el príncipe Maxnun, que era un jovencito de dientes como perlas, mejillas sonrosados, cabello color de fuego, labios como rubíes, y cutis como la nieve que cubre las cimas del Himalaya.
Al príncipe le gustaba mucho jugar con Husain, el hijo del Visir, y se pasaban los dos las tardes en los jardines del Palacio, que estaban llenos de árboles y flores. Con sus cuchillos de oro, los dos niños mondaban los frutos y se los comían. También iban los dos a estudiar a las órdenes del profesor que el Rajá había tomado para su hijo.
Un día, cuando los dos muchachos se hubieron convertido en hombres, el príncipe dijo a su padre:
- Husain y yo quisiéramos ir de caza.
El soberano no opuso el menor inconveniente, y los dos jóvenes mandaron preparar sus caballos y arreos de caza. El lugar que escogieron para cazar fue la región de Falana, más no obstante pasar el día entero en ella, sólo encontraron chacales y pájaros pequeños.
El Rajá de la región de Falana, se llamaba Munsuk, y tenía una hija de peregrina belleza, la princesa Laili. Esta princesa recibió una noche la visita de un ángel que le envió Kuda con la orden de que debía casarse con el príncipe Maxnun. Al despertarse, la princesa contó a sus padres la visión del ángel, pero el Rajá no prestó atención.
Desde aquella noche, Laili no dejaba de pronunciar el nombre del esposo que Kuda le destinaba.
- Maxnun, Maxnun; quiero casarme con Maxnun.
Hasta durante las comidas pronunciaba el nombre del Príncipe. Y a tal extremo llegó, que su padre, irritado, le preguntó un día.
- Pero ¿quién es ese Maxnun? ¿Quién ha oído hablar de él?
- Es el hombre con quien Kuda me ha ordenado que me case.
Pasaron los días y Maxnun y Husain llegaron a la región de Falana. La hermosa Laili, que había salido a respirar el puro aire del campo, y por casualidad encontróse detrás de los cazadores, iba murmurando como de costumbre:
- Quiero casarme con Maxnun; Maxnun, Maxnun. El príncipe oyó su nombre, y volviéndose preguntó:
- ¿Quién me llama?
Laili, le miró fijamente y al momento quedó locamente enamorada.
- Estoy segura de que ese es el príncipe Maxnun con quien tengo que casarme.
Sin esperar más, corrió a Palacio y le dijo a su padre que deseaba casarse con el príncipe Maxnun que había llegado al país.
- Muy bien -replicó el padre,- te casarás con él. Mañana le pediremos que acceda a ser tu esposo.
La princesa consintió en esperar, aunque estaba muy impaciente. Pero ocurrió que el príncipe y su amigo abandonaron aquella misma noche el reino de Falana, y cuando se enteró de ello la princesa, creyó enloquecer de dolor. Sin hacer caso de sus padres ni de sus servidores, corrió a la selva y se fue alejando, murmurando mientras caminaba:
- Maxnun, Maxnun; ¿dónde estáis?
Y así caminó durante doce años.
Al cabo de este tiempo encontró un faquir (en realidad era un ángel, pero la princesa lo ignoraba), que le preguntó:
- ¿Por qué vas diciendo "Maxnun, Maxnun; quiero casarme con Maxnun"?
- Soy la hija del Rajá de Falana, y quiero encontrar al príncipe Maxnun. Dime dónde está su reino.
- No creo que jamás consigas llegar allí -replicó el faquir.- Ese reino está muy lejos y tendrás que cruzar infinidad de ríos.
Laili replicó que no le importaba, que su único deseo era llegar junto al príncipe Maxnun.
- Está bien -replicó el faquir. Cuando llegues al río Bagirati encontrarais un enorme pez que se llamo Roú. Pídele que te lleve al país del príncipe Maxnun.
La princesa llegó al río Bagirati y vio en efecto un enorme pez que se llamaba Roú. En aquel momento estaba bostezando y, sin vacilar un momento, Laili se lanzó dentro del cuerpo del pez. Mientras hacía esto iba murmurando:
- Maxnun, Maxnun; quiero casarme con Maxnun.
Al oír dentro de su estómago estas palabras, Roú llevóse un susto enorme, y queriendo huir de la extraña cosa, metióse dentro del río y nadó, nadó, durante doce años hasta que ya no pudo más, que fue al llegar al reino de Falana.
Un chacal que tomaba el sol junto al río quedó muy asombrado al oír al pez gritar:
- Maxnun, Maxnun; quiero casarme con Maxnun.
- ¿Qué te ocurre, Roú? -preguntó.
- No lo sé -replicó con lágrimas en los ojos el pez.- Tengo algo dentro de mi cuerpo que me hace hablar como los humanos. ¿Quieres decirme qué es?
- Tendré que meterme dentro de tu cuerpo, pues desde fuera no puedo verlo.
- Métete -contestó Roú.- Quiero verme libre de una vez de esta molestia.
El pez abrió la boca todo lo que pudo, y el chacal metióse dentro de él. A los pocos minutos salió asustado, diciendo:
- Roú, tienes una bruja dentro del cuerpo. Me marcho porque tengo miedo de que me coma.
Tras el chacal llegó una enorme serpiente, que se detuvo ante el pez, al oírte decir:
- Maxnun, Maxnun; quiero casarme con Maxnun.
- ¿Qué significan esas voces? -preguntó.
- Por favor -suplicó Roú,- dime qué es lo que tengo dentro del estómago.
- Abre la boca y me meteré hasta tu estómago, y así descubriré este misterio.
El pez abrió de nuevo la boca, y la serpiente se deslizó hasta su estómago, de donde salió al momento, diciendo asustada:
- En el estómago tienes una bruja terrible, y si no la sacas pronto de tu cuerpo, acabará devorándote.
- Pero, ¿cómo me desharé de ella? -contestó muy triste el pez.
- Hay un medio. Si quieres te abriré el vientre con un cuchillo y te sacaré a la bruja.
- Pero si haces eso me matarás.
- No lo creas, porque luego te daré una medicina y quedarás igual que antes.
Convencido por estas palabras, Roú consintió en que le abriesen el vientre, y la serpiente, armada de un cuchillo muy afilado, hizo un largo corte, por el cual salió Laili.
La princesa era ya muy vieja. Doce años había pasado en la selva virgen, y otros doce en el estómago de Roú; no era ya una belleza, y le faltaban todos los dientes.
La serpiente, entregó al pez una botella lleno de un líquido mágico, y tomando sobre sus lomos a la princesa, la condujo al palacio del Rajá Maxnun.
Unos soldados que le oyeron decir: "Maxnun; ¿dónde estás?", le preguntaron qué buscaba.
- Quiero ver al Rajá -contestó la princesa.
Los soldados avisaron al Rajá, diciéndole:
- Una vieja muy vieja, quiere veros, Majestad.
- Hacedla pasar y que exponga sus deseos -contestó el soberano.
Los soldados condujeron a Laili a presencia del Rajá, a quien dijo:
- He venido a casarme contigo. Hace veinticuatro años fuiste a cazar a las tierras de mi padre, el Rajá de Falana. Entonces quise casarme contigo, pero te marchaste antes de que pudiera decírtelo y desde entonces te he buscado por toda la India.
- Perfectamente -replicó el Rajá.- Nos casaremos cuando tú quieras.
- Antes es necesario que pidas a Kuda que nos vuelva otra vez jóvenes.
El soberano rogó a Kuda que devolviese la juventud que él y la princesa habían perdido, y Kuda, le susurró al oído:
- Toca las ropas de Laili y arderán. Cuando se apaguen las llamas, ella y tú seréis de nuevo jóvenes.
Así ocurrió y durante varias semanas el reino celebró grandes festejos en señal de alegría por el casamiento de su soberano con la hermosa princesa Laili.
Al cabo de un tiempo de casados, el Rajá y Laili se trasladaron al reino de Falana, a visitar a los padres de la princesa. Estos, habían llorado tanto la pérdida de su hija que estaban ciegos, pero Kuda, accediendo a los ruegos de Laili, les devolvió la vista.
Para celebrar este acontecimiento hubo numerosos festejos en el reino, y los esposos permanecieron allí durante tres años.
Transcurrido este tiempo se despidieron del Rajá Munsuk y regresaron al reino de Maxnun.
De cuando en cuando, los esposos solían a cazar, y un día el Rajá quiso entrar en una selva muy espesa.
- No entremos -le dijo Laili.- Tengo el presentimiento de que en esta selva puede ocurrirnos algo malo.
Maxnun se rió de los temores de su esposa y la hizo entrar en la selva. Kuda que les observaba desde el cielo se dijo:
- Me gustaría saber cuánto quiere Maxnun a Laili. ¿Se sentirá muy desolado si muriese? ¿Volvería a casarse? Voy a verlo.
Llamando a uno de sus ángeles le ordenó que descendiera a la selva adoptando la forma de un faquir. El ángel lo hizo así, y al llegar encima de la princesa, tiró unos polvos mágicos, y Laili cayó al suelo convertida en un montón de pavesas.
El Rajá Maxnun lloró copiosamente al ver a su amada Laili convertida en cenizas, y lanzando grandes sollozos regresó a su palacio, del cual no salió en muchos años.
Al fin, el dolor fue menguando, y de nuevo reanudó sus paseos con su amigo Husain. Los cortesanos le aconsejaron que volviera a casarse, pero el Rajá se negó.
- Mi esposa sólo será Laili -contestó firmemente.
- Pero ¿cómo puedes casarte con Laili, si está muerta? -le preguntó Husain.- Ella no puede volver a ti.
- Entonces no tendré otra esposa.
Al pronunciar el Rajá estas palabras, sonó un trueno y de un rosal próximo cayó una rosa al suelo. Una nubecilla de humo brotó de la flor, y al disiparse, apareció más bella que nunca la princesa Laili.
Maxnun se arrodilló ante ella y derramando abundantes lágrimas, le juró que nunca más dejaría de seguir su consejo.
Y cuentan las crónicas del país, que los dos soberanos reinaron más de cien años, sin que ninguno de ellos envejeciera nunca.
El día en que cumplía el siglo de su reinado, Maxnun y Laili, salieron al mirador de su palacio y en aquel momento sonó un trueno lejano y el cielo se oscureció unos segundos. Cuando volvió a hacerse la luz, los esposos habían desaparecido, y cuando los cortesanos salieron al mirador en su busca, vieron sorprendidos que de las losas de mármol habían brotado toda clase de rosas.
Y aunque jamás se regaron, aquellos rosales siguieron viviendo en el mármol y fuera verano o invierno, siempre tenían rosas.
Cuentan los palaciegos que cada vez que se cumple un nuevo centenario de la desaparición de los reyes, las rosas se agitan aunque no haga viento, y en el mirador se oye una voz femenina que dice:
- Maxnun, Maxnun.
Y una voz de hombre replica:
- Laili, Laili.

jueves, 7 de octubre de 2010

La cigüeña cruel y el cangrejo listo "cuento de la india"

En un espeso bosque había un pequeño estanque lleno de truchas. Como la estación era muy calurosa y el río que vertía sus aguas en el estanque muy poco caudaloso, pronto los peces se encontraron con que el lugar les resultaba bastante incómodo.
Una blanca cigüeña que les estaba observando se dijo:
- Es necesario que encuentre la manera de engordar a esos peces y convertirlos en mi comida.
Mientras buscaba la solución el problema, acercóse al estanque y se sentó a su orilla.
Al cabo de un rato, los peces, extrañados de verla allí, le preguntaron en qué pensaba.
- En vosotros -contestó el ave.
- ¿De veras? ¿Y qué es lo que piensas?
- Pues me decía que en este estanque hay muy poca agua y por lo tanto muy poca comida, por lo cual muchos de vosotros no tendréis apenas qué llevaros a la boca.
- Eso que dices es verdad -contestó un viejo barbo.- Pero ¿qué solución puede haber a un problema semejante?
- Hay una solución muy sencilla. Si queréis os llevaré a un estanque que hay cerca de aquí. Es un estanque muy profundo y está lleno de flores de loto. Puedo cogeros uno por uno, con el pico, y trasladaros a ese lugar.
- No estaría mal si fuese verdad, pero las cigüeñas tenéis la mala costumbre de comeros a los peces, y ya comprenderéis que no vamos a exponernos a perder la vida.
- Estáis muy equivocados; ni por un momento se me ha ocurrido comerme a ninguno de vosotros. Si queréis, puedo llevar a uno de vosotros a que vea el estanque tan hermoso que hay a pocos pasos de aquí. Si vuelve con vida será señal de que no quiero causaros daño alguno.
Estas palabras convencieron algo a los peces, quienes delegaron a uno de ellos para que hiciera el viaje en el pico de la cigüeña. Era una trucha vieja y tuerta, que había demostrado en mil ocasiones que era suficientemente capaz de salir por sí misma de cualquier apuro.
El ave cogió con todo cuidado a la trucha y la llevó a que viese el magnífico estanque. Después la devolvió con sus compañeras, a las cuales explicó que la cigüeña había dicho verdad al describir el estanque.
Los peces celebraron consejo y al fin decidieron trasladarse al otro estanque, y así se lo comunicaron a la cigüeña, quien emprendió el primer viaje con la trucha tuerta.
Al llegar junto al estanque, en vez de tirar la trucha al agua, el ave la mató de un picotazo y se la comió con gran apetito, tirando las espinas al pie de un árbol.
Cuando hubo terminado con la primera trucha, regresó al estanque diciendo:
- Ya he trasladado al primer pez, ahora trasladaré al segundo.
Y como había hecho con el primero, hizo con las demás truchas y barbos que fueron lo bastante tontos para dejarse engañar por ella.
Sin embargo, aún quedaba un cangrejo muy viejo, y al verle, la cigüeña se dijo que debería estar muy sabroso, tanta era su gordura.
- ¿No quieres reunirte con tus amigos, buen cangrejo? -preguntó con voz dulce la cigüeña.
- Ya quisiera, pero no veo la forma en que me podrás llevar.
- Te sostendré con el pico.
- No podrías, y quizá cayese por el camino.
- No tengas miedo -insistió el ave.- Te aseguro que te sostendré lo mejor que pueda.
El cangrejo reflexionó unos instantes.
- Esa cigüeña es incapaz de coger un pez con el pico y soltarlo en un estanque -se dijo.- Si me trasladase a otro sitio mejor, sería maravilloso, pero si fuera a parar a su estómago me causaría un profundo disgusto. Seguiré reflexionando.
Pasaron unos minutos, y la cigüeña empezó a impacientarse. Por fin el cangrejo asomó la cabeza fuera del agua y dijo:
- Bien, señora cigüeña, estoy dispuesto a que me trasladéis al estanque ese de que me habéis hablado. Sin embargo, utilizando el sistema que habéis empleado con los demás peces no conseguiríamos nada. Se me ha ocurrido un medio mejor. Con mis tenazas me agarraré a vuestro cuello y así, cuando lleguemos al estanque no tendré que hacer más que soltarme y caer al agua.
- Perfectamente -asintió la cigüeña. Y bajando la cabeza dejó que el cangrejo se le cogiese al cuello con sus fuertes tenazas.
Al llegar junto al estanque de los lotos, el cangrejo vio que la cigüeña no se dirigía hacia el agua, sino hacia el árbol junto al cual había devorado a los demás peces.
- ¡Eh, amiga! -llamó el cangrejo.- El estanque está en otro sitio. ¿Dónde me lleváis?
- ¿Por quién me habías tomado? -replicó furiosa la cigüeña.- ¿Crees acaso que soy tu esclava? Si te he traído aquí ha sido para comerte, lo mismo que he hecho con tus demás compañeros. Al pie de ese árbol tienes sus restos.
- Si mis compañeros fueron lo bastante tontos para dejarse devorar por vos, yo no lo soy. Al contrario, quien va a perecer sois vos, amiga cigüeña. Sin duda no os habéis dado cuenta de que estás en mi poder, y que sí bien yo moriré, vos seréis destruido antes que yo.
Y al decir esto apretó sus tenazas alrededor del cuello del ave.
Este sintió que le faltaba la respiración y gruesas lágrimas brotaron de sus ojos. Vio la muerte muy cerca y como amaba la vida, tartamudeó:
- Os juro que no quería comeros, señor cangrejo. No me apretéis más el cuello y os prometo llevaros al estanque. ¡Os doy mi palabra de honor!
- Bien -asintió el cangrejo.- Si es así llévame al estanque de los lotos.
La cigüeña obedeció presurosa y depositó el cangrejo a la orilla del estanque. Pero el cangrejo, que había sido muy buen amigo de las truchas y los barbos del estanque, decidió vengarlos, y antes de que la cigüeña pudiera retirarse cerró con fuerza sus tenazas y le cortó la cabeza, que cayó dentro del agua.
Al ver esto, el genio que habitaba el sauce, junto al cual la cigüeña había devorado a las truchas, agitó sus hojas y murmuró al viento:
- El malvado nunca prospera en el ejercicio del mal y tarde o temprano acaba como la cigüeña, que se dejó engañar por el cangrejo.

martes, 5 de octubre de 2010

El violin magico "cuento de la India"

Éranse una vez siete hermanos y una hermana. Los hermanos estaban casados, pero sus esposas no cocinaban, ya que este trabajo quedaba reservado para la hermana. Por este motivo las esposas sentían una profunda antipatía por su cuñada y decidieron desposeerla de este privilegio, que todas ambicionaban.
- Ella no sale a trabajar a los campos como nosotras, -decía una- sino que permanece sentada en casa y mi siquiera tiene preparadas las comidas a tiempo.
Reunidas todas las cuñadas fueron a ver a un brujo que vivía cerca de su casa y le pidieron les librara de la odiada parienta. El brujo, que les estaba agradecido por unos favores que le habían hecho, prometió hacerlo, y así, al día siguiente, cuando la joven fue a buscar agua para la comida, un genio enviado por el brujo la empujó tirándola al río, donde se ahogó.
Pasó algún tiempo, y un día su espíritu reencarnó en un hermoso bambú que creció junto al río, en el mismo sitio donde ella se había ahogado. En pocos días alcanzó un tamaño enorme y un yogui que acertó a pasar por allí, lo vio y se dijo que con la madera podía hacerse un magnífico violín. Al día siguiente volvió al lugar con una afilada hacha y se dispuso a cortar el alto y grueso bambú.
En el momento en que se disponía a descargar el primer hachazo, una voz sonó dentro del bambú, diciendo:
- Por favor, no me cortes por la raíz, corta un poco más arriba.
Al disponerse a descargar un golpe en el sitio indicado, volvió a oír la voz del bambú que le decía:
- No, por ahí no cortes, corta por las raíces.
Cuando de nuevo el yogui iba a cortar el bambú por las raíces, el espíritu volvió a hablar:
- Corta más arriba.
Y así continuó hasta que el yogui se dio cuenta de que el espíritu aquel se estaba burlando de él y sin vacilar más, cortó el bambú por las raíces y llevándoselo, se hizo con él un violín, tan magnífico, que cuantos lo oían quedaban maravillados de su tono.
De cuando en cuando visitaba la casa de los hermanos de la ahogada, quienes siempre que oían la música de aquel violín no podían contener las lágrimas. El hermano mayor pidió varias veces al yogui que le vendiera el violín, ofreciéndole mantenerlo un año entero, pero el hombre, que conocía el inmenso valor de su violín, se negó a desprenderse de él.
Ocurrió que un día el yogui fue a visitar al jefe de un poblado y después de tocar unas piezas con el violín, pidió algo para comer.
El jefe del poblado le pidió le vendiera el violín, ofreciéndole por el mismo un elevado precio, pero el yogui se negó a venderlo replicando que el instrumento era su medio de vida.
Cuando el jefe vio que no podría adquirir el violín, decidió emborrachar al yogui, y para ello sirvió una excelente comida acompañada de los mejores vinos. Cuando hubo terminado de comer, el yogui estaba completamente borracho, y valiéndose de su estado, el jefe cambió su violín por otro viejo y malo.
Al volver en sí, el yogui se dio cuenta de que le habían cambiado el violín, y protestó airado, pero el jefe negó haberle robado el instrumento, y al fin tuvo que marcharse con el violín viejo.
El hijo del jefe del poblado había aprendido música y en sus manos el violín daba unas notas tan maravillosas que causaba la emoción de cuantos lo oían.
Cuando todos los habitantes de la casa estaban ausentes, ocupados en sus trabajos en los campos, el espíritu que habitaba dentro del violín, salía del mismo y preparaba la comida de la familia.
De momento, los dueños de la casa supusieron que alguna joven que estaba enamorada del hijo del jefe demostraba de aquella manera su amor, y no se molestaron en averiguar quién era, suponiendo que ella misma se presentaría cuando llegara la oportunidad.
Sin embargo, el hijo empezó a sentirse intrigado por aquella constancia y al fin decidió averiguar cuál era la muchacha que tanto se preocupaba por él. Para ello ocultóse detrás de un montón de leña y desde allí vio salir a la joven que habitaba dentro del violín. Con profundo asombro la vio peinarse y preparar la comida, y prendado de su belleza, salió de su escondite y la cogió entre sus brazos y trató de besarla.
- Vete, -exclamó ella.- Tú y yo no podemos casarnos, pues yo soy mitad espíritu y mitad humana.
- De ninguna manera -replicó el joven.- Tú serás de hoy en adelante mi esposa, porque al quererte yo, volverás a ser sólo humana.
Y así fue, y toda la familia se sintió muy feliz al ver a la mujer que el hijo del jefe tomaba por esposa.
Pasaron los años y en la casa reinaba la mayor alegría, pues la joven administraba a la perfección los bienes de su marido, y tanta fue su buena administración que cada día fueron más ricos y poderosos.
En cambio, los hermanos de ella eran cada día más pobres, y llegó un día en que tuvieron que acudir al jefe del poblado, pues ya ni siquiera podían comer.
La joven les reconoció enseguida, aunque ellos no supieron que era su hermana, y después de servirles excelentes viandas, les contó su historia, fingiendo que era la de una amiga suya. Los hermanos se avergonzaron de no haber procurado salvarla, y hasta el final de sus días se lamentaron de su mal proceder.
Y ésta fue toda la venganza de la joven del violín encantado.

domingo, 3 de octubre de 2010

El puchero roto "cuento de la india"

Vivía en cierto lugar un bracmán cuyo nombre era Savarakipana, que significa: nacido para ser pobre. Aquel día recibió una gran cantidad de arroz y cuando hubo terminado de cenar, aún le quedó para el día siguiente. Para que no se estropease lo guardó en un puchero que colgó de un clavo en la pared, encima de su cama.
Al acostarse, el bracmán no podía apartar el pensamiento del puchero de arroz.
- Si ahora reinase el hambre en el país -se dijo,­ de ese puchero de arroz sacaría lo menos cien rupias, con las cuales podría comprar una pareja de cabras, macho y hembra. Cada seis meses tendría cabritillas y, en unos años tendría un gran rebaño. Vendiendo las cabritillas, sacaría bastante dinero para comprar un buey y una vaca. Con el importe de los ternerillos que tuviesen, me compraría unos cebús. Con las crías de los cebús compraría una pareja de caballos, y con lo que me diesen por los potros sería pronto rico. En cuanto fuese rico me compraría una casa bien grande a la que iría a visitar el gobernador, quien, encantado de lo hermosa que sería, me concedería la mano de su hija, dotándola regiamente. Al poco tiempo de casados tendríamos un hijo que se llamaría Somasarman. Cuando fuese lo bastante grande para poderle columpiar sobre mis rodillas lo tomaría...
En aquel momento, el bracmán levantó una pierna y tiró el puchero, cuyo contenido cayó sobre él, quedando cubierto de arroz de pies a cabeza.
Así, a orillas del Sagrado Ganghes los sacerdotes dicen a sus fieles oyentes:
- Quien hace locos planes para el futuro, quedará cubierto de arroz como Savarakipana.

viernes, 1 de octubre de 2010

El Leon y la Cigüeña "Cuentos de la India"

Una vez, en el tiempo en que Brahama reinaba en Benarés, estaba un enorme y fiero león devorando su recién cazada presa, cuando se atragantó con un hueso. Irritósele la garganta de tal manera, que el pobre animal pasó varios días sin poder probar bocado. Y sufriendo terriblemente.
Una cigüeña, que le contemplaba desde un árbol, le preguntó una mañana, al ver cómo se retorcía de dolor:
- ¿Qué os pasa, amigo?
El león explicó con apagada voz el motivo de su sufrimiento.
- Yo podría libraros de ese hueso -dijo la cigüeña cuando el otro animal cesó de hablar,- pero no me atrevo a hacerlo por miedo a que me devoréis.
- No temas -contestó el león, que como rey de los animales hablaba de tú a todo el mundo.- No te devoraré. Te suplico que me libres enseguida del estorbo que tanto daño me hace y que no me deja comer.
- Confío en vuestra palabra. Echaos sobre la espalda y abrid bien la boca.
La fiera hizo lo que le indicaba la cigüeña. Entonces el ave, no queriendo ahorrarse ninguna seguridad, colocó un palo entre las dos imponentes mandíbulas para que el león no pudiese cerrar la boca; enseguida, metiéndole el largo pico hasta la garganta cogió el hueso y en un momento libró al animal de lo que le había hecho pasar tan malos ratos. Después, con la punta del pico, apartó el palo que impedía cerrar la boca al rey de la selva, y sin aguardar más, voló a posarse sobre una rama.
A los pocos días de esta escena, el león, ya del todo curado, estaba devorando un gran búfalo, cuando la cigüeña, que le contemplaba desde un árbol cercano, decidió sondearle. Así, recitó este primer verso;

Por el favor que yo os hice
Con la mejor voluntad
Dadme vos, Gran Majestad,
El premio que se merece.

La contestación del rey de los animales fue la siguiente:

Me pides tú la merced
Que la acción de mí merece.
¿No te parece estar viva
Merced más que suficiente?

A lo que la cigüeña replicó:

Vos no sois agradecido,
Mi señor, el rey León
Habéis dado ya al olvido
El favor que os hice yo.
Algún día os hallaréis
Otra vez en gran apuro,
Y entonces no tendréis
Ningún asilo seguro.

Y dicho esto, el ave voló lejos de la tierra.
Tiempo después, cuando el dios Buda contaba esta historia a sus discípulos, solía añadir:
- En aquella época el león era Devadata, el traidor, y la blanca cigüeña era yo mismo.