En el país de Wagana reinaba la hermosa Analia Tubarí. El padre de la bella reinante había sido el rey de Wagana. Vencido en la guerra, tuvo que entregar una de sus ciudades. Su orgullo no pudo soportar aquel baldón y murió de pesar. Y la hermosa Analia Tubarí heredó el reino de su padre.
Apuestos y gallardos caballeros y guerreros de renombre presentáronse en la ciudad de Wagana a solicitar su mano, pero ella les exigía que reconquistaran la ciudad perdida y que ganaran, además, otras cien ciudades.
Ningún pretendiente, con ser incontables, se atrevió a emprender hazaña tan singular. Y pasaron los años y la hermosa Analia Tubarí perdió toda su alegría; cada día estaba más triste pero con la melancolía aumentaba su encanto.
Y en aquellos mismos días reinaba en un país vecino un rey que tenía un hijo llamado Samba Gana.
Gana era joven y de carácter jovial. Cuando fue mayor salió un día, acompañado de un trovador y varios escuderos, a recorrer el ancho mundo, en busca de aventuras maravillosas.
Y un día Samba Gana se batió con el príncipe de una ciudad. Todos sus habitantes presenciaron el rudo combate. Venció Samba Gana. El príncipe vencido le pidió que le perdonara la vida y le ofreció su ciudad.
Samba Gana se echó a reír y dijo:
- Tu ciudad nada me importa; quédate con ella.
Y Samba Gana siguió, alegre y risueño, su camino.
Venció, uno tras otro, a todos los príncipes vecinos, y los príncipes vencidos le ofrecían, como premio de su brillante victoria, una ciudad.
Pero Samba Gana les contestaba siempre con idénticas palabras:
- Tu ciudad no me importa nada; quédate con ella.
Y poníase de nuevo, alegre y risueño, en camino, en busca de nuevas y mayores aventuras.
Descansaba un día con su trovador a orillas del Níger, cuando el trovador cantó la canción de la hermosa Tubarí, triste y solitaria. Y el canto decía:
- Ganará a Analia Tubarí y la hará sonreír el caballero que conquiste cien ciudades.
Cuando Samba Gana oyó la canción púsose en pie súbitamente, y gritó:
- ¡Vamos al punto al país de Analia Tubarí!
Montaron a caballo y Samba Gana rompió la marcha con su trovador y sus escuderos.
Cabalgaron siete días y siete noches sin cesar, y llegaron a la bella ciudad de la hermosa Analia Tubarí, flor triste y solitaria.
Al verla, tan hermosa y tan triste, Samba Gana exclamó:
- ¡Analia Tubarí: yo conquistaré las cien ciudades para ti!
Y antes de partir a la conquista ordenó al trovador:
- Quédate con la hermosa Analia Tubarí. Cántale, distráela, hazla reír.
Y quedóse el trovador en la ciudad junto a la hermosa. Todos los días le cantaba canciones de los héroes de su país, de sus bellas ciudades, y de la serpiente del río que hace crecer su cauce a capricho, fecundando las tierras abundantes en cosechas de arroz, sostén de sus habitantes, o condenando a éstos a la miseria y el hambre...
La hermosa Analia Tubarí escuchaba, triste y silenciosa.
Samba Gana batióse cien veces con cien príncipes diestros y a todos abatió. Y a todos los vencidos así hablaba:
- Preséntate a la hermosa Analia Tubarí y dile que tu ciudad le pertenece.
Los cien príncipes y numerosos guerreros presentáronse ante Analia Tubarí a hacer acto de sumisión. Y la hermosa Analia Tubarí reinaba sobre todos los príncipes y guerreros de la vasta región.
Samba Gana se presentó entonces a Analia Tubarí y le dijo:
- Ya son tuyas las cien ciudades.
Analia Tubarí respondió:
- Has triunfado y seré tu esposa.
Samba Gana repuso:
- ¿Por qué estás tan triste, hermosa Analia Tubarí? No me casaré contigo hasta que logre verte sonreír.
- Antes entristecíame la vergüenza de mi padre vencido - respondió Analia. - Ahora no puedo sonreír, porque nadie puede cumplir mi deseo.
Samba Gana preguntó:
- ¿Cuál es tu deseo, hermosa Analia Tubarí? Indícame lo que debo hacer.
- Mata a la serpiente del río, que un año trae abundancia y otro escasez y miseria, y me verás sonreír.
Samba Gana repuso:
- Nadie se ha atrevido a hacerlo, pero yo lo haré.
Encaminóse al río y buscó a la poderosa serpiente. Anda que te anda, llegó a una ciudad que bañaba el río; no encontró a la serpiente y siguió río arriba. Llegó a otra ciudad, pero tampoco allí estaba la serpiente y prosiguió su persecución, río arriba siempre.
Por fin encontró a la poderosa serpiente y luchó con ella. Tan pronto vencía el infernal reptil como Samba Gana. La caudalosa corriente iba ya en una dirección, ya en otra. Las grandes y altísimas montañas se desplomaban y la ancha tierra se abría.
Siete años luchó Samba Gana con la infernal serpiente, al cabo de los cuales, después de titánicos esfuerzos, la venció. Durante, estos años de lucha, Samba Gana perdió mil lanzas y cien espadas; una espada y una lanza ensangrentadas le quedaban tan sólo.
Y dio al trovador la última de sus lanzas, ensangrentada con la sangre de la victoria, diciendo:
- Lleva esta lanza a la hermosa Analia Tubarí; dile que he vencido a la serpiente y observa si sonríe.
El trovador entregó la lanza a la hermosa Analia Tubarí.
Ésta le dijo:
- Dile a Samba Gana que traiga la serpiente para que, como esclava mía, sea yo la que conduzca el cauce del río a mi placer y antojo. Cuando yo vea a Samba Gana con la serpiente a cuestas, sonreiré.
Fue el trovador y transmitió el deseo de Analia Tubarí a Samba Gana, y cuando éste oyó las palabras de la hermosa, dijo:
- ¡Es excesivo el antojo!
Y cogió la ensangrentada espada y se la clavó en el pecho; sonrió el héroe por última vez y cayó muerto.
Recogió con devota unción el trovador la ensangrentada espada y se presentó ante Analia Tubarí, la hermosa, a quien dijo:
- Ésta es la espada de Samba Gana. Teñida está de sangre, ¡oh, bella entre las más bellas! Sangre es ésta de la serpiente y del héroe que la batió. ¡Samba Gana ha sonreído ya por última vez!
Analia Tubarí reunió a todos los príncipes y guerreros, y montados a caballo llegaron a donde estaba el cadáver de Samba Gana.
Entonces la hermosa dijo:
- Fue el más sublime de todos los héroes. ¡Levantadle una tumba alta como jamás se haya levantado para príncipe, rey, emperador y héroe conocido!
Diez veces mil hombres cavaron la tierra. Cien veces mil hombres edificaron una colosal pirámide. Cien veces mil hombres amontonaron tierra sobre la colosal pirámide. Y la pirámide subía, subía...
Todas las mañanas la hermosa Analia Tubarí ascendía con sus príncipes y guerreros a la cima de la colosal pirámide. Todas las mañanas cantaba el trovador la canción de Samba Gana, el héroe inmortal que batió a la serpiente del río.
Todas las mañanas la hermosa Analia Tubarí decía:
- La pirámide no es bastante alta. ¡Levantadla hasta que se pueda divisar mi ciudad de Wagana!
Cien veces mil hombres siguieron acarreando tierra y la aplanaban. Siete años siguió subiendo, subiendo la pirámide. Y al fin del séptimo año salió el sol.
Entonces el trovador miró en torno suyo y gritó un canto de júbilo:
- ¡Analia Tubarí, la muy hermosa: hoy se divisa Wagana!
Y Analia Tubarí miró hacia el Oeste y exclamó:
- ¡Ya veo Wagana! ¡El sepulcro de Samba Gana, el héroe de los siglos inmortales, es todo lo grande que su nombre merece!
Y la hermosa, en un transporte de divino arrobo, sonrió. Sonrió y ordenó:
- ¡Ahora, príncipes y guerreros, dispersaros por toda la faz de la tierra y sed héroes como Samba Gana!
Y nuevamente sonrióse la bella, por última vez, y cayó muerta.
Enterraron a la hermosa Analia Tubarí en la cripta de la colosal pirámide, junto a Samba Gana, el héroe inmortal por los siglos de los siglos.
Apuestos y gallardos caballeros y guerreros de renombre presentáronse en la ciudad de Wagana a solicitar su mano, pero ella les exigía que reconquistaran la ciudad perdida y que ganaran, además, otras cien ciudades.
Ningún pretendiente, con ser incontables, se atrevió a emprender hazaña tan singular. Y pasaron los años y la hermosa Analia Tubarí perdió toda su alegría; cada día estaba más triste pero con la melancolía aumentaba su encanto.
Y en aquellos mismos días reinaba en un país vecino un rey que tenía un hijo llamado Samba Gana.
Gana era joven y de carácter jovial. Cuando fue mayor salió un día, acompañado de un trovador y varios escuderos, a recorrer el ancho mundo, en busca de aventuras maravillosas.
Y un día Samba Gana se batió con el príncipe de una ciudad. Todos sus habitantes presenciaron el rudo combate. Venció Samba Gana. El príncipe vencido le pidió que le perdonara la vida y le ofreció su ciudad.
Samba Gana se echó a reír y dijo:
- Tu ciudad nada me importa; quédate con ella.
Y Samba Gana siguió, alegre y risueño, su camino.
Venció, uno tras otro, a todos los príncipes vecinos, y los príncipes vencidos le ofrecían, como premio de su brillante victoria, una ciudad.
Pero Samba Gana les contestaba siempre con idénticas palabras:
- Tu ciudad no me importa nada; quédate con ella.
Y poníase de nuevo, alegre y risueño, en camino, en busca de nuevas y mayores aventuras.
Descansaba un día con su trovador a orillas del Níger, cuando el trovador cantó la canción de la hermosa Tubarí, triste y solitaria. Y el canto decía:
- Ganará a Analia Tubarí y la hará sonreír el caballero que conquiste cien ciudades.
Cuando Samba Gana oyó la canción púsose en pie súbitamente, y gritó:
- ¡Vamos al punto al país de Analia Tubarí!
Montaron a caballo y Samba Gana rompió la marcha con su trovador y sus escuderos.
Cabalgaron siete días y siete noches sin cesar, y llegaron a la bella ciudad de la hermosa Analia Tubarí, flor triste y solitaria.
Al verla, tan hermosa y tan triste, Samba Gana exclamó:
- ¡Analia Tubarí: yo conquistaré las cien ciudades para ti!
Y antes de partir a la conquista ordenó al trovador:
- Quédate con la hermosa Analia Tubarí. Cántale, distráela, hazla reír.
Y quedóse el trovador en la ciudad junto a la hermosa. Todos los días le cantaba canciones de los héroes de su país, de sus bellas ciudades, y de la serpiente del río que hace crecer su cauce a capricho, fecundando las tierras abundantes en cosechas de arroz, sostén de sus habitantes, o condenando a éstos a la miseria y el hambre...
La hermosa Analia Tubarí escuchaba, triste y silenciosa.
Samba Gana batióse cien veces con cien príncipes diestros y a todos abatió. Y a todos los vencidos así hablaba:
- Preséntate a la hermosa Analia Tubarí y dile que tu ciudad le pertenece.
Los cien príncipes y numerosos guerreros presentáronse ante Analia Tubarí a hacer acto de sumisión. Y la hermosa Analia Tubarí reinaba sobre todos los príncipes y guerreros de la vasta región.
Samba Gana se presentó entonces a Analia Tubarí y le dijo:
- Ya son tuyas las cien ciudades.
Analia Tubarí respondió:
- Has triunfado y seré tu esposa.
Samba Gana repuso:
- ¿Por qué estás tan triste, hermosa Analia Tubarí? No me casaré contigo hasta que logre verte sonreír.
- Antes entristecíame la vergüenza de mi padre vencido - respondió Analia. - Ahora no puedo sonreír, porque nadie puede cumplir mi deseo.
Samba Gana preguntó:
- ¿Cuál es tu deseo, hermosa Analia Tubarí? Indícame lo que debo hacer.
- Mata a la serpiente del río, que un año trae abundancia y otro escasez y miseria, y me verás sonreír.
Samba Gana repuso:
- Nadie se ha atrevido a hacerlo, pero yo lo haré.
Encaminóse al río y buscó a la poderosa serpiente. Anda que te anda, llegó a una ciudad que bañaba el río; no encontró a la serpiente y siguió río arriba. Llegó a otra ciudad, pero tampoco allí estaba la serpiente y prosiguió su persecución, río arriba siempre.
Por fin encontró a la poderosa serpiente y luchó con ella. Tan pronto vencía el infernal reptil como Samba Gana. La caudalosa corriente iba ya en una dirección, ya en otra. Las grandes y altísimas montañas se desplomaban y la ancha tierra se abría.
Siete años luchó Samba Gana con la infernal serpiente, al cabo de los cuales, después de titánicos esfuerzos, la venció. Durante, estos años de lucha, Samba Gana perdió mil lanzas y cien espadas; una espada y una lanza ensangrentadas le quedaban tan sólo.
Y dio al trovador la última de sus lanzas, ensangrentada con la sangre de la victoria, diciendo:
- Lleva esta lanza a la hermosa Analia Tubarí; dile que he vencido a la serpiente y observa si sonríe.
El trovador entregó la lanza a la hermosa Analia Tubarí.
Ésta le dijo:
- Dile a Samba Gana que traiga la serpiente para que, como esclava mía, sea yo la que conduzca el cauce del río a mi placer y antojo. Cuando yo vea a Samba Gana con la serpiente a cuestas, sonreiré.
Fue el trovador y transmitió el deseo de Analia Tubarí a Samba Gana, y cuando éste oyó las palabras de la hermosa, dijo:
- ¡Es excesivo el antojo!
Y cogió la ensangrentada espada y se la clavó en el pecho; sonrió el héroe por última vez y cayó muerto.
Recogió con devota unción el trovador la ensangrentada espada y se presentó ante Analia Tubarí, la hermosa, a quien dijo:
- Ésta es la espada de Samba Gana. Teñida está de sangre, ¡oh, bella entre las más bellas! Sangre es ésta de la serpiente y del héroe que la batió. ¡Samba Gana ha sonreído ya por última vez!
Analia Tubarí reunió a todos los príncipes y guerreros, y montados a caballo llegaron a donde estaba el cadáver de Samba Gana.
Entonces la hermosa dijo:
- Fue el más sublime de todos los héroes. ¡Levantadle una tumba alta como jamás se haya levantado para príncipe, rey, emperador y héroe conocido!
Diez veces mil hombres cavaron la tierra. Cien veces mil hombres edificaron una colosal pirámide. Cien veces mil hombres amontonaron tierra sobre la colosal pirámide. Y la pirámide subía, subía...
Todas las mañanas la hermosa Analia Tubarí ascendía con sus príncipes y guerreros a la cima de la colosal pirámide. Todas las mañanas cantaba el trovador la canción de Samba Gana, el héroe inmortal que batió a la serpiente del río.
Todas las mañanas la hermosa Analia Tubarí decía:
- La pirámide no es bastante alta. ¡Levantadla hasta que se pueda divisar mi ciudad de Wagana!
Cien veces mil hombres siguieron acarreando tierra y la aplanaban. Siete años siguió subiendo, subiendo la pirámide. Y al fin del séptimo año salió el sol.
Entonces el trovador miró en torno suyo y gritó un canto de júbilo:
- ¡Analia Tubarí, la muy hermosa: hoy se divisa Wagana!
Y Analia Tubarí miró hacia el Oeste y exclamó:
- ¡Ya veo Wagana! ¡El sepulcro de Samba Gana, el héroe de los siglos inmortales, es todo lo grande que su nombre merece!
Y la hermosa, en un transporte de divino arrobo, sonrió. Sonrió y ordenó:
- ¡Ahora, príncipes y guerreros, dispersaros por toda la faz de la tierra y sed héroes como Samba Gana!
Y nuevamente sonrióse la bella, por última vez, y cayó muerta.
Enterraron a la hermosa Analia Tubarí en la cripta de la colosal pirámide, junto a Samba Gana, el héroe inmortal por los siglos de los siglos.
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