jueves, 8 de abril de 2010

Fanfarronadas "cuento africano"

Érase una vez tres camaradas que partieron juntos de viaje.
El primero se llamaba Bimbiri, el segundo, Kurlankan, y el tercero, Dungonotu.
Anda que te andarás, caminaban los tres amigos, cuando se encontraron con un pozo.
Todos estaban sedientos pero el pozo era muy profundo.
Dungonotu cogió el pozo, como si hubiese sido una simple jarra, y vertió el agua para que sus compañeros pudiesen beber.
Luego Bimbiri se cargó el pozo a la espalda.
Al poco se adentraron en un bosque con el propósito de cazar elefantes.
Consiguieron matar una docena cada uno y, en el mismo día, se comieron el producto de la caza.
Algunos días más tarde vieron a una mujer guinarú. Kurlankan se enamoró perdidamente de ella y le dijo: - Te adoro.
Inmediatamente contrajo matrimonio con ella y abandonó a sus compañeros.
La mujer se llamaba Kumba Guiné; era muy linda y no mucho más alta que cualquier otra mujer.
A diario, Kurlankan se jactaba ante su esposa de ser el hombre más fuerte del mundo. Cierto día que discutieron a este respecto, Kumba Guiné dijo a su marido:
- Te equivocas, Kurlankan... Ven conmigo a casa de mis padres y verás cómo hay alguien mucho más fuerte que tú.
Pusiéronse en marcha al amanecer, y al cabo de muchas horas de viaje divisaron al padre de Kumba acostado en el suelo.
El guinarú tenía una rodilla levantada... y ¡habríase dicho que era una montaña!
Lleno de asombro, Kurlankan preguntó a su esposa:
- ¿Qué es aquello que mis ojos ven?... ¿Es una montaña?
- No seas mal educado - contestóle ella, enfadada -. Lo que estás viendo es mi padre.
Tuvieron que andar durante cuatro horas antes de llegar al lugar en que reposaba el padre de Kumba Guiné. Al ver de cerca a su gigantesco suegro, Kurlankan tuvo miedo.
Los tres hermanos de Kumba, Amadi, Samba y Delo, se hallaban de caza en aquel momento.
Kurlankan preguntó:
- ¿Dónde podría encontrarlos?
- Ve por allá - díjole el suegro, señalándole una senda.
- Voy a conocerlos - declaró Kurlankan.
Al primero que conoció fue a Amadi.
Había matado a quinientos elefantes; liados en un paquete los llevaba atados a un costado de su cintura.
- ¿Quieres qué te los lleve? - preguntó Kurlankan.
- No... No podrías con la carga - repuso Amadi -. Prosigue tu camino y encontrarás a mi hermano. Tal vez puedas servirle de algo.
Poco después encontró Kurlankan a Samba.
Éste había matado otros quinientos elefantes y los llevaba atados asimismo a la espalda.
- ¿Quieres que te ayude?
- No podrías, muchacho... Te lo agradezco... Sigue tu camino. Tal vez a mi hermanito pequeño puedas servirle de algo...
Kurlankan llegó finalmente a presencia de Delo.
Éste no había podido matar más que cuatrocientos elefantes y, en el momento en que llegaba ante él el marido de su hermana, se le rompió la correa de una de sus sandalias.
- ¿Te puedo ayudar en algo?
- Con los elefantes no podrías... Pero, llévame la sandalia al pueblo...
Echó la sandalia a Kurlankan y éste quedó enterrado bajo ella. No pudo desembarazarse de su enorme peso por más esfuerzos que hizo. Ni siquiera logró asomar la cabeza.
Delo se reunió en la aldea con sus dos hermanos. Los tres tuvieron que escuchar la repulsa de su padre, que les reprendió duramente por haber cazado tan poco aquel día.
- ¿No os da vergüenza? - les dijo -. ¿Sabéis que tenemos un invitado, el marido de vuestra hermana, y es ésa toda la carne que tenemos para el cuscús?...
Y volviendo la vista a su alrededor, preguntó:
- ¿Dónde está mi yerno? Amadi contestó:
- Lo envié a buscar a Samba.
Samba se apresuró a responder:
- Pues yo lo envié a buscar a Delo.
Y Delo afirmó:
- Yo le dije que me trajera la sandalia, pues se me rompió la correa...
- Tal vez no haya podido con la sandalia - dijo Kumba Guiné -. Voy a ver...
Púsose inmediatamente en camino y no tardó en ver la sandalia. Levantóla y vio debajo a su marido.
Juntos regresaron a la aldea, llevando Kumba la sandalia, ya que era demasiado pesado para Kurlankan.
Cuando todo estuvo dispuesto, se reunieron a comer. Pero la calabaza era excesivamente alta y Kurlankan no podía probar bocado.
Delo, al ver su embarazo, lo cogió en sus manazas y se lo puso en las rodillas; pero Kurlankan, al empinarse para coger un puñado de cuscús cayó dentro de la calabaza, y Delo, confundiéndolo con un pedazo de carne, se lo echó a la boca.
A la mañana siguiente, Amadi preguntó:
- ¿Qué le habrá sucedido a nuestro cuñado?... Anoche comimos juntos... ¿Qué habrá sido de él?
Delo tenía una muela cariada y Kurlankan había conseguido meterse en el hueco de la carie.
- ¡Cómo me duele la muela! - exclamó el guinarú -. ¿Qué será?
Metióse el dedo en la boca y no tardó en sacar a su cuñado, colocándolo cuidadosamente en el suelo.
Kumba se acercó y, como se trataba de su marido, trajo un cubo lleno de agua y lo lavó de pies a cabeza.
- ¿No te dije que había alguien más fuerte que tú? - preguntó a Kurlankan, que bajó la cabeza humillado -. Pues esto no es nada todavía... Aun verás cosas más extraordinarias...
Entre los esclavos de los guinarús había una mujer llamada Syra, que era guinarú también. Cuando estaba triste se pasaba llorando sin cesar toda una semana.
El padre de Kumba le ordenó que encendiera fuego en la choza en que habían de vivir los recién casados y Syra se agachó para soplar.
Kurlankan, que entró a oscuras, se metió en la boca de la guinarú, creyendo que era la puerta de la cabaña. Llegó hasta su estómago, tendió la estera y, como buen musulmán, se arrodilló antes de acostarse y dijo con voz profunda:
- ¡Que Alá vele mi sueño!
Syra lo oyó y repuso:
- Sal de ahí, Kurlankan... Te has metido en mi estómago...
El pobrecillo se apresuró a salir y cuando llegó Kumba le refirió la aventura.
- He pasado un miedo horrible - añadió -. ¡Vámonos de aquí mañana mismo!
Al amanecer, Kumba lo despertó diciendo:
- Syra, llena de remordimiento por lo que pudo ocurrir si no se hubiese dado cuenta de que tú te habías metido en su estómago, ha empezado a llorar... Démonos prisa porque está vertiendo las lágrimas a torrentes, y si nos alcanzaran en el camino correrías un gran peligro... A mí no me sucedería nada.
Pusiéronse en marcha sin más demora.
Alrededor de las diez, cuando se hallaban varias leguas del poblado, oyeron un tumulto semejante al de una cascada cayendo de lo alto de una montaña.
Kurlankan, asustado, preguntó:
- ¿Qué es eso?
A lo que repuso Kumba:
- Syra que está llorando.
Las lágrimas, formando un torrente vertiginoso, rodearon a los fugitivos, pero Kumba se hizo muy alta, muy alta, tomó a su marido en brazos y consiguió salvarlo de la inundación.
Cuando estuvieron lejos de todo peligro, Kumba recobró su estatura normal y depositó a su esposo en el suelo.
Kurlankan le dijo entonces:
- Vuelve con los tuyos, Kumba... Te estoy muy agradecido por lo que has hecho; pero te confieso que tu familia me da miedo...
Kumba sonrió y contestó:
- Desde que te casaste conmigo no has dejado de decir que no había nadie más fuerte que tú.
- Pues ahora comprendo que estaba equivocado... Adiós, Kumba, que seas feliz... Cásate con un semejante tuyo...
Y se separaron para siempre.

***

Este cuento demuestra que no debemos jactarnos de ser más fuertes que los demás, pues cualquiera puede encontrar un guinarú.

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