Érase una vez un sapo que estaba tocando tranquilamente la flauta a la luz de la luna, cuando se le acercó un ratón y le dijo:
- ¡Buenas noches, señor Sapo! ¡Con ese latazo que me está dando, no puedo pegar un ojo! ¿Por qué no se va con la música a otra parte?
El señor Sapo le miró en silencio durante todo un minuto con sus ojillos saltones. Luego replicó:
- Lo que usted tiene, señor Ratón, es envidia porque no puede cantar tan melodiosamente como yo.
- Desde luego que no; pero puedo correr, saltar y hacer muchas cosas que usted no puede - repuso el Ratón con acento desdeñoso.
Y se volvió a su cueva, sonriendo olímpicamente.
El señor Sapo estuvo reflexionando durante un buen rato. Quería vengarse de la insolencia del señor Ratón. Al cabo se le ocurrió una idea.
Fuése a la entrada de la cueva del señor Ratón y empezó de nuevo a soplar en la flauta, arrancándole sonidos estrepitosos.
El señor Ratón salió furioso, dispuesto a castigar al osado músico, pero éste le contuvo diciéndole:
- He venido a desafiarle a correr.
A punto estuvo de reventar de risa el señor Ratón al oír aquellas palabras.
Pero el señor Sapo, golpeándose el pecho con las patas traseras, exclamó:
- ¿Qué apuesta a que corro yo más por debajo de la tierra que usted por encima?
- Me apuesto lo que quiera. Mi casa contra su flauta. Si gano yo, tendré derecho a destrozar ese infernal instrumento golpeándolo contra una piedra hasta dejarlo hecho añicos... Si gana usted, podrá tomar posesión de mi palacete, y yo me marcharé a correr mundo.
- De acuerdo - respondió el señor Sapo.
- Pues bien: al amanecer empezaremos la carrera.
El señor Sapo regresó a su casa y al entrar gritó:
- ¡Señora Sapo, venga usted aquí!
La señora Sapo, que conocía el mal genio de su marido, acudió al instante a su llamamiento.
- Señora Sapo - le dijo, - he desafiado a correr al señor Ratón.
- ¡Al señor Ratón...!
- ¡No me interrumpas...! Mañana, al amanecer, empezaremos la carrera. Tú irás, al otro lado del monte y te meterás en un agujero. Y cuando veas que el señor Ratón está al llegar, sacarás la cabeza y le gritarás: «¡Ya estoy aquí!» Y harás siempre la misma cosa, hasta que yo vaya a buscarte.
- Pero... - murmuró la señora Sapo.
- ¡Silencio, mujer...! Y no te mezcles en los asuntos de los hombres, de los cuales tú no sabes nada.
- Muy bien - murmuró la señora Sapo, muy humilde.
Y se puso inmediatamente en movimiento para seguir el plan de su astuto esposo.
El señor Sapo se dirigió al lugar en que se abría la cueva del señor Ratón, hizo a su lado un agujero y se tendió a dormir.
Al amanecer, salió el señor Ratón frotándose los ojos, descubrió al señor Sapo que estaba roncando, sonoramente y le despertó diciendo:
- ¡Ah, dormilón, vamos a empezar la carrera! ¿O es que se ha arrepentido?
- Nada de eso. Vamos, cuando guste.
Colocáronse uno al lado del otro y al tercer toque que el señor Sapo, dio en su flauta, emprendieron la carrera.
El señor Ratón corría tan velozmente que parecía que volaba, dando la sensación de que no apoyaba las patitas en el suelo.
Sin embargo, el señor Sapo, apenas hubo dado tres pasos, se volvió al agujero que había hecho.
Cuando el señor Ratón iba llegando al otro lado del monte, la señora Sapo sacó la cabeza y gritó:
- ¡Ya estoy aquí!
El señor Ratón se quedó asombrado, pero no vio el ardid, pues los ratones no son muy observadores.
Y, por otra parte, nada hay que se asemeje tanto a un señor Sapo como una señora Sapo.
- Eres un brujo - murmuró el señor Ratón - Pero ahora lo vamos a ver.
Y emprendió el regreso a mayor velocidad que antes, diciendo a la señora Sapo:
- Sígame; ahora sí que no me adelantará.
Pero cuando estaba a punto de llegar a su cueva, el señor Sapo asomó, la cabeza y dijo tranquilamente:
- ¡Ya estoy aquí!
El señor Ratón estuvo a punto de enloquecer de rabia.
- Vamos a descansar un rato y correremos otra vez - murmuró con voz sofocada.
- Como quiera - respondió el señor Sapo en tono displicente.
Y se puso a tocar la flauta dulcemente.
Pensando en su inexplicable derrota, el señor Ratón estuvo llorando de ira. Cuando se sintió descansado, dijo al señor Sapo apretando los dientes:
- ¿Está dispuesto?
- Sí, sí... Ya puede echar a correr cuando guste... Llegaré antes que usted.
La carrera del señor Ratón sólo podía compararse a la de la liebre.
Iba tan veloz que dejaba sus uñas entre las piedras del monte sin darse cuenta.
Cuando apenas le faltaban dos pasos para llegar a la meta, la señora Sapo sacó la cabeza de su agujero y gritó:
- ¡Pero hombre! ¿Qué ha estado haciendo por el camino? ¡Ya hace bastante tiempo que le estoy esperando!
Dio la vuelta el señor Ratón, regresando al punto de partida con velocidad vertiginosa. Pero cuando le faltaban cuatro o cinco pasos percibió el sonido de la flauta del señor Sapo, que al verle le dijo:
- Me aburría tanto de esperarle que me he puesto a tocar para matar el tiempo.
Silenciosamente, con las uñas arrancadas, jadeando, fatigado y con el rabo entre las piernas, el señor Ratón dio media vuelta y se marchó tristemente a correr mundo, careciendo de techo que le cobijara, por haber perdido su casa en una apuesta que creía ganar de antemano.
El señor Sapo fue a buscar a su señora y estaba tan contento que le prometió, para recompensarla, no gritarle más, durante toda su vida...
- ¡Buenas noches, señor Sapo! ¡Con ese latazo que me está dando, no puedo pegar un ojo! ¿Por qué no se va con la música a otra parte?
El señor Sapo le miró en silencio durante todo un minuto con sus ojillos saltones. Luego replicó:
- Lo que usted tiene, señor Ratón, es envidia porque no puede cantar tan melodiosamente como yo.
- Desde luego que no; pero puedo correr, saltar y hacer muchas cosas que usted no puede - repuso el Ratón con acento desdeñoso.
Y se volvió a su cueva, sonriendo olímpicamente.
El señor Sapo estuvo reflexionando durante un buen rato. Quería vengarse de la insolencia del señor Ratón. Al cabo se le ocurrió una idea.
Fuése a la entrada de la cueva del señor Ratón y empezó de nuevo a soplar en la flauta, arrancándole sonidos estrepitosos.
El señor Ratón salió furioso, dispuesto a castigar al osado músico, pero éste le contuvo diciéndole:
- He venido a desafiarle a correr.
A punto estuvo de reventar de risa el señor Ratón al oír aquellas palabras.
Pero el señor Sapo, golpeándose el pecho con las patas traseras, exclamó:
- ¿Qué apuesta a que corro yo más por debajo de la tierra que usted por encima?
- Me apuesto lo que quiera. Mi casa contra su flauta. Si gano yo, tendré derecho a destrozar ese infernal instrumento golpeándolo contra una piedra hasta dejarlo hecho añicos... Si gana usted, podrá tomar posesión de mi palacete, y yo me marcharé a correr mundo.
- De acuerdo - respondió el señor Sapo.
- Pues bien: al amanecer empezaremos la carrera.
El señor Sapo regresó a su casa y al entrar gritó:
- ¡Señora Sapo, venga usted aquí!
La señora Sapo, que conocía el mal genio de su marido, acudió al instante a su llamamiento.
- Señora Sapo - le dijo, - he desafiado a correr al señor Ratón.
- ¡Al señor Ratón...!
- ¡No me interrumpas...! Mañana, al amanecer, empezaremos la carrera. Tú irás, al otro lado del monte y te meterás en un agujero. Y cuando veas que el señor Ratón está al llegar, sacarás la cabeza y le gritarás: «¡Ya estoy aquí!» Y harás siempre la misma cosa, hasta que yo vaya a buscarte.
- Pero... - murmuró la señora Sapo.
- ¡Silencio, mujer...! Y no te mezcles en los asuntos de los hombres, de los cuales tú no sabes nada.
- Muy bien - murmuró la señora Sapo, muy humilde.
Y se puso inmediatamente en movimiento para seguir el plan de su astuto esposo.
El señor Sapo se dirigió al lugar en que se abría la cueva del señor Ratón, hizo a su lado un agujero y se tendió a dormir.
Al amanecer, salió el señor Ratón frotándose los ojos, descubrió al señor Sapo que estaba roncando, sonoramente y le despertó diciendo:
- ¡Ah, dormilón, vamos a empezar la carrera! ¿O es que se ha arrepentido?
- Nada de eso. Vamos, cuando guste.
Colocáronse uno al lado del otro y al tercer toque que el señor Sapo, dio en su flauta, emprendieron la carrera.
El señor Ratón corría tan velozmente que parecía que volaba, dando la sensación de que no apoyaba las patitas en el suelo.
Sin embargo, el señor Sapo, apenas hubo dado tres pasos, se volvió al agujero que había hecho.
Cuando el señor Ratón iba llegando al otro lado del monte, la señora Sapo sacó la cabeza y gritó:
- ¡Ya estoy aquí!
El señor Ratón se quedó asombrado, pero no vio el ardid, pues los ratones no son muy observadores.
Y, por otra parte, nada hay que se asemeje tanto a un señor Sapo como una señora Sapo.
- Eres un brujo - murmuró el señor Ratón - Pero ahora lo vamos a ver.
Y emprendió el regreso a mayor velocidad que antes, diciendo a la señora Sapo:
- Sígame; ahora sí que no me adelantará.
Pero cuando estaba a punto de llegar a su cueva, el señor Sapo asomó, la cabeza y dijo tranquilamente:
- ¡Ya estoy aquí!
El señor Ratón estuvo a punto de enloquecer de rabia.
- Vamos a descansar un rato y correremos otra vez - murmuró con voz sofocada.
- Como quiera - respondió el señor Sapo en tono displicente.
Y se puso a tocar la flauta dulcemente.
Pensando en su inexplicable derrota, el señor Ratón estuvo llorando de ira. Cuando se sintió descansado, dijo al señor Sapo apretando los dientes:
- ¿Está dispuesto?
- Sí, sí... Ya puede echar a correr cuando guste... Llegaré antes que usted.
La carrera del señor Ratón sólo podía compararse a la de la liebre.
Iba tan veloz que dejaba sus uñas entre las piedras del monte sin darse cuenta.
Cuando apenas le faltaban dos pasos para llegar a la meta, la señora Sapo sacó la cabeza de su agujero y gritó:
- ¡Pero hombre! ¿Qué ha estado haciendo por el camino? ¡Ya hace bastante tiempo que le estoy esperando!
Dio la vuelta el señor Ratón, regresando al punto de partida con velocidad vertiginosa. Pero cuando le faltaban cuatro o cinco pasos percibió el sonido de la flauta del señor Sapo, que al verle le dijo:
- Me aburría tanto de esperarle que me he puesto a tocar para matar el tiempo.
Silenciosamente, con las uñas arrancadas, jadeando, fatigado y con el rabo entre las piernas, el señor Ratón dio media vuelta y se marchó tristemente a correr mundo, careciendo de techo que le cobijara, por haber perdido su casa en una apuesta que creía ganar de antemano.
El señor Sapo fue a buscar a su señora y estaba tan contento que le prometió, para recompensarla, no gritarle más, durante toda su vida...
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