-Niños, niños, entrad en casa.
Éste era el grito que salía de boca de todas las madres esa mañana en Villa Blanca. Acababan de decir en las noticias de la radio que se acercaba un temporal.
-Ay mami, déjame un poquito más, lo estamos pasando muy bien haciendo este muñeco de nieve.
-Ya lo terminaréis otro día, Clara. Ahora ven a casa y vosotros deberíais ir a las vuestras –les dijo la Sra. Conejo a los amigos de su pequeña.
Esa mañana, Tomás, el ratón médico de Villa Blanca, salió muy temprano de su casa, pues tenía que recoger hojas y raíces de eucalipto para poder hacer sus ungüentos y jarabes. Con la llegada del frío se multiplicaban los resfriados y los catarros y esa semana ya había tratado a unos cuantos pacientes, que habían acabado con las existencias.
Los eucaliptos estaban muy alejados de Villa Blanca, al otro lado del río y la travesía era larga. Tomás había cargado su trineo a motor con varias mantas para protegerse del frío, un par de linternas, sus gafas para la nieve, comida y los utensilios necesarios para recoger las hojas de eucalipto y todas aquellas plantas que le sirvieran para su trabajo.
Además de ser el que velaba por la salud de los habitantes de Villa Blanca, Tomás era un gran aficionado a inventar nuevas herramientas que mejoraran la calidad de vida de sus amigos.
El pasado verano había conseguido construir una zona terapéutica en el río para alivio de aquellos animales que tenían la espalda dolorida. El trineo a motor, por el momento, estaba en fase experimental, por lo que sólo lo usaba él. Este viaje era una gran oportunidad para analizar sus fallos y perfeccionarlo.
Tomás había recorrido ya la mitad del camino y, aunque hacía frío, todo marchaba según lo previsto. Llegó al puente que conectaba ambas orillas del río y cruzó. Iba cantando las canciones de «Joe el rápido», el gran éxito de televisión de la última temporada que narraba las aventuras de un castor vaquero y las peripecias que le sucedían en su rancho de insectos.
Pasó cerca de unos arbustos de frutos rojos y, sin poder resistirse a su color y tamaño, recogió varias cestas para hacer sus famosas galletas de Navidad, con la obsequiaba a su visitas en aquella época del año.
Cuando acabó la recolección, retomó el camino y tras unos metros se encontró con un gran árbol cruzado en la carretera que el impedía avanzar.
-¡Qué contrariedad! Por aquí no puedo pasar. Tendré que bordear el camino y espero no desviarme demasiado.
Tomás siempre había seguido la misma ruta y no estaba seguro de que la nueva dirección desembocara en el bosque de eucaliptos, pero no tenía otra elección. Tras varios minutos sintió un azote helado en la cara y comenzó a nevar con intensidad.
-Oh, no. Espero que no dure mucho –pensó.
Pero se equivocaba y tras los primeros copos, el aire empezó a rugir con fuerza.
-Una ventisca. Así no podré seguir, pero tampoco puedo quedarme aquí.
Estaba muy lejos de Villa Blanca y no le daría tiempo a volver, la ventisca lo atraparía, así que decidió buscar un refugio. De pronto divisó algo y se acercó un poco más para comprobar que sus ojos no le estaban engañando. Sí, era una casa. Estaba salvado.
-Hola, ¿hay alguien? –preguntó llamando a la puerta.
Tras varios intentos, nadie contestó, por lo que decidió empujar la puerta que, para su sorpresa, cedió. Entró y se sintió reconfortado por el calor de la estancia. Miró a su alrededor y no vio a nadie.
-Qué raro, pero con este tiempo el dueño no debe andar lejos –se dijo.
Así que se sentó frente a la chimenea a esperar. Ensimismado estaba viendo las llamas chispeantes del fuego cuando escuchó un gemido y rápidamente se levantó de su asiento.
-Eh, hola….Perdone por haberme metido en su casa de esta manera, pero….
Tomás se calló, estaba claro que allí no había nadie o, al menos, eso parecía. De nuevo otro gemido. Estaba claro que provenía del interior de la casa. Se giró y allí, un poco más al fondo, vio una cama y advirtió una silueta. Se acercó y descubrió a un erizo delirando.
-Madre mía, está ardiendo. Voy a tener que hacer unas friegas de miel para bajarle la temperatura y darle mi pomada de limón por el cuello. Debe ser una gripe provocada por el frío.
Tomás salió de la casa para coger de su trineo todo el instrumental médico y las medicinas que le servirían para curar al erizo. Como había previsto, tras observar la garganta de su paciente, diagnosticó una gripe.
-Bien, no tengo más remedio que quedarme aquí. Espero que cuando recupere al consciencia no se asuste.
Tras hacerse una cena a base de sopa, pan y frutos secos, Tomás se dedicó por completo al paciente. Decidió acercar uno de los sillones que había frente a la chimenea al lado de la cama para pasar allí la noche. Cada dos horas le tomaba la temperatura para ver su evolución y le ponía compresas de agua fría en la frente. Según sus cálculos, en un par de días el enfermo estaría reestablecido y él podría continuar su viaje. Además, la tormenta habría remitido, o eso esperaba.
De repente, un pensamiento acudió a su cabeza. Dentro de dos días sería Nochebuena y no estaría en casa. Pero en la vida había que tomar decisiones por los demás. Estaba haciendo lo correcto.
Los dos días pasaron entre cuidados y desvelos. El erizo no recobraba la consciencia, su fiebre era muy alta, aunque parecía que la infección de garganta había disminuido gracias al tratamiento de Tomás.
Y una mañana, justo el día de Nochebuena.
-¿Dónde estoy? Ay mi cabeza.
Tomás, que estaba preparándose una taza de café con leche en la cocina, se dio cuenta de que el erizo ya estaba mejor y se acercó a él.
-Hola, bienvenido al mundo de la consciencia de nuevo. Permítame que me presente. Soy Tomás y viajo hacia el bosque de eucaliptos para recoger hojas y raíces, pues soy médico y las necesito para mi trabajo. Casualmente una ventisca me sorprendió y decidí buscar un lugar para refugiarme. Encontré su casa, llamé pero nadie respondió. La puerta se abrió y fue cuando le encontré en su cama, sin fuerzas y enfermo.
-Sí, ya recuerdo. Me encontré mal, me metí y en la cama y…….Gracias amigo Tomás, si no hubiera sido por usted. Me llamo Pedro y después de lo que has hecho por mí, creo que nos podemos tutear. ¿Qué día es hoy?
-Nochebuena, pero eso no debe preocuparte. Has de coger fuerzas. Si quieres puedes levantarte a dar un paseo por la casa. Te prepararé el desayuno.
-¿Qué no me preocupe? Es la noche más importante del año y estás aquí conmigo. Te esperarán en tu casa, tu familia, ¿no? Yo, estoy solo y no tengo a nadie, pero tú…
-Bueno, me esperan mis amigos. Verás, en Villa Blanca, donde yo vivo, todos somos una gran familia y celebramos los acontecimientos y las fiestas todos juntos. Ésta será la primera vez que no esté con ellos y no les haga mis galletas de frutos rojos. Pero, que no se las haga a ellos no quiere decir que no te las haga a ti.
-Pero, ¿seguro que no prefieres marcharte?
-¿Y perderme una Nochebuena con mi nuevo amigo? De eso nada. Voy a preparar las galletas y una rica cena para que cojas fuerzas.
Esa fue una de las Nochebuenas más apasionantes de Tomás. Pedro tenía unas aficiones muy parecidas a las suyas y le encantaba la astronomía, por lo que esa noche aprendió mucho sobre las estrellas y del cosmos. Acabaron comiendo castañas asadas en la chimenea y contando anécdotas del colegio.
Por la noche Tomás apenas pudo dormir. No le había preguntado a Pedro por qué vivía solo y le daba vueltas en la cabeza una idea constantemente.
Casi tres días más tarde la tormenta remitió.
-Mira Tomás, ya no nieva y puedes llegar al bosque de eucaliptos, no queda lejos de aquí.
-¡Qué buena noticia! Pedro, hay algo que quiero preguntarte. ¿Quieres seguir viviendo solo?
-¿Por qué me lo preguntas?
-Pues verás, quiero hacerte un ofrecimiento. Yo también vivo solo, aunque no lo estoy, como ya sabes. La consulta cada vez tiene más pacientes y mis inventos son muy demandados, con lo que no doy abasto. Necesitaría un socio, alguien con quien compartir aficiones y trabajo, y creo que ya lo he encontrado. Mi casa es suficientemente grande como para que vivamos cómodamente. Además, seguro que te van a acoger con los brazos abiertos. Villa Blanca es una aldea maravillosa, ¿qué me dices?
-Bueno, no sé. Nunca me habían ofrecido algo así –contestó Pedro, casi sin voz por la emoción.
-Pues decidido. Voy a recoger las hojas y raíces de eucalipto y, mientras tanto, empaqueta las cosas más necesarias. Ya volveremos a por el resto.
Como la tormenta ya había cesado, tardaron poco en llegar a Villa Blanca.
-Mirad, es Tomás y está bien –se oyó una voz a lo lejos.
Todo el mundo sabía que Tomás se había marchado al bosque de eucaliptos, pero al estallar la tormenta de nieve y viento y no regresar, se temieron lo peor y organizaron una patrulla de búsqueda. Llevaban varios días buscándolo y ya habían perdido las esperanzas.
Tomás fue recibido con efusividades y abrazos, pero Pedro no se quedó atrás. Todo el pueblo se mostró encantado y estaban deseosos de conocerle y poder hablar con él. Tantas eran las ansias y los deseos, que decidieron celebrar de nuevo la Nochebuena, pero eso sí, esta vez todos juntos.
Fin
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