Paul Bunyan fue el historiador de lo
útil y lo bello, el inventor de la industria de la
madera, el mejor orador de una tierra de oradores y el
héroe de un sinfín de aventuras. Él es el único que
nos habla en sus crónicas del invierno de la nieve azul.
La nieve azul cayó en el Norte. Las selvas estaban
entonces muy pobladas y sus principales habitantes eran
los alces y los osos negros, que vivían en cuevas. Los
alces fueron los primeros que vieron caer la nieve azul;
la tierra se cubrió de un manto azulado y los árboles
cubrieron de azul sus ramas.
Al principio, los alces la contemplaron con asombro;
después, con miedo. De pronto una rama se desgajó con
el peso de la nieve y una masa azul cayó sobre un gran
alce; el animal dio un mugido y salió corriendo,
disparado. Y entonces el terror se apoderó de todos los
alces de la selva y echaron a correr hacia el Norte.
Los osos se despertaron con el alboroto. Se asomaron a
sus cuevas y vieron a los aterrados alces que huían como
flechas. Y entonces advirtieron que la tierra estaba
cubierta de nieve azul. El terror se apoderó también de
ellos y huyeron hacia el Norte, siguiendo a los alces.
Otra víctima del terror azul fue Niágara, el perro fiel
de Paul Bunyon. Había salido a cazar alces para su amo,
que vivía en la bahía de Tonnerre, en una cueva más
alta que las torres más altas y tan grande como las
cuevas de los mamuts. Pero a Paul Bunyon no le sobraba
sitio, porque tenía el tamaño de una ciudad de hombres
ordinarios. Por entonces estudiaba Historia y pensaba en
hacer algo grande y maravilloso. Al levantarse,
descubrió la nieve azul; sonrió, porque era un hecho
nuevo y bello que estudiar, y la contempló mientras
esperaba que su fiel perro le llevase la comida.
Pero Niágara, preso del terror azul, huía en aquellos
momentos hacia el Norte; adelantó a los osos y a los
alces y se lanzó en la oscuridad del invierno ártico,
entrando de cabeza en el Polo Norte con tal fuerza, que
hizo un agujero en el hielo y las aguas de las
profundidades se estremecieron.
Los alces se cansaron de correr antes de llegar al
Ártico. Muchos de ellos perecieron en la huida; otros
murieron de terror y sólo unos pocos sobrevivieron en
aquellas regiones.
Algunos de los osos llegaron a los círculos polares; su
pelo se volvió blanco, del terror, y allí viven
todavía sus descendientes, los osos color de nieve.
Otros no se asustaron tanto; no salieron de los bosques,
y de ellos descienden los osos grises. Y los pequeños no
crecieron; de ellos nacieron los osos negros de hoy, que
tienen el mismo tamaño que los cachorros de la época de
Paul Bunyon.
Mientras tanto, Paul Bunyon soñaba en su gran obra y
esperaba a Niágara, que no regresaba. Le buscó en balde
días y días, y, buscándole, oyó un ruido sobre el
agua de la playa. Acudió a enterarse de la causa, y
encontró un ternero recién nacido; era mucho mayor que
los terneros corrientes: tan grande como Paul Bunyon en
relación con los demás hombres. Y además era azul,
como la nieve azul; sin duda, la madre se asustó con la
nevada al nacer el ternerito.
El ternero se convirtió en su compañero, mientras Paul
Bunyon seguía pensando en hacer algo grande, algo que
fuese su obra. Un día se durmió, cansado, y soñó. Y
en su sueño vio un nombre: Real América. Se despertó y
volvió a dormir, y a soñar. Esta vez vio una selva; la
llameante hoja de una guadaña derribaba los árboles.
Durante muchos días pensó en estos sueños, mientras
buscaba carne de alce y pescado de la bahía para su
ternero, que comía verazmente y crecía muy deprisa. Y
decidió que tenía que marcharse de allí. Apenas había
carne de alce, y los osos se habían ido. Y todos sus
proyectos de hacer algo grande y maravilloso se fundieron
en el nombre de su sueño: Real América, la Tierra de la
Oportunidad.
Y cuando llegó la primavera, cogió su ternero, cruzó
el límite y llegó a América, poblada de praderas y de
bosques. Allí estableció la industria de la madera, su
gran invento. Y cambió su nombre de Paul Bunyon por el
de Paul Bunyan.
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