viernes, 26 de octubre de 2012

El invierno de la nieve azul "leyenda norteamericana"

Paul Bunyan fue el historiador de lo útil y lo bello, el inventor de la industria de la madera, el mejor orador de una tierra de oradores y el héroe de un sinfín de aventuras. Él es el único que nos habla en sus crónicas del invierno de la nieve azul.
La nieve azul cayó en el Norte. Las selvas estaban entonces muy pobladas y sus principales habitantes eran los alces y los osos negros, que vivían en cuevas. Los alces fueron los primeros que vieron caer la nieve azul; la tierra se cubrió de un manto azulado y los árboles cubrieron de azul sus ramas.
Al principio, los alces la contemplaron con asombro; después, con miedo. De pronto una rama se desgajó con el peso de la nieve y una masa azul cayó sobre un gran alce; el animal dio un mugido y salió corriendo, disparado. Y entonces el terror se apoderó de todos los alces de la selva y echaron a correr hacia el Norte.
Los osos se despertaron con el alboroto. Se asomaron a sus cuevas y vieron a los aterrados alces que huían como flechas. Y entonces advirtieron que la tierra estaba cubierta de nieve azul. El terror se apoderó también de ellos y huyeron hacia el Norte, siguiendo a los alces.
Otra víctima del terror azul fue Niágara, el perro fiel de Paul Bunyon. Había salido a cazar alces para su amo, que vivía en la bahía de Tonnerre, en una cueva más alta que las torres más altas y tan grande como las cuevas de los mamuts. Pero a Paul Bunyon no le sobraba sitio, porque tenía el tamaño de una ciudad de hombres ordinarios. Por entonces estudiaba Historia y pensaba en hacer algo grande y maravilloso. Al levantarse, descubrió la nieve azul; sonrió, porque era un hecho nuevo y bello que estudiar, y la contempló mientras esperaba que su fiel perro le llevase la comida.
Pero Niágara, preso del terror azul, huía en aquellos momentos hacia el Norte; adelantó a los osos y a los alces y se lanzó en la oscuridad del invierno ártico, entrando de cabeza en el Polo Norte con tal fuerza, que hizo un agujero en el hielo y las aguas de las profundidades se estremecieron.
Los alces se cansaron de correr antes de llegar al Ártico. Muchos de ellos perecieron en la huida; otros murieron de terror y sólo unos pocos sobrevivieron en aquellas regiones.
Algunos de los osos llegaron a los círculos polares; su pelo se volvió blanco, del terror, y allí viven todavía sus descendientes, los osos color de nieve. Otros no se asustaron tanto; no salieron de los bosques, y de ellos descienden los osos grises. Y los pequeños no crecieron; de ellos nacieron los osos negros de hoy, que tienen el mismo tamaño que los cachorros de la época de Paul Bunyon.
Mientras tanto, Paul Bunyon soñaba en su gran obra y esperaba a Niágara, que no regresaba. Le buscó en balde días y días, y, buscándole, oyó un ruido sobre el agua de la playa. Acudió a enterarse de la causa, y encontró un ternero recién nacido; era mucho mayor que los terneros corrientes: tan grande como Paul Bunyon en relación con los demás hombres. Y además era azul, como la nieve azul; sin duda, la madre se asustó con la nevada al nacer el ternerito.
El ternero se convirtió en su compañero, mientras Paul Bunyon seguía pensando en hacer algo grande, algo que fuese su obra. Un día se durmió, cansado, y soñó. Y en su sueño vio un nombre: Real América. Se despertó y volvió a dormir, y a soñar. Esta vez vio una selva; la llameante hoja de una guadaña derribaba los árboles.
Durante muchos días pensó en estos sueños, mientras buscaba carne de alce y pescado de la bahía para su ternero, que comía verazmente y crecía muy deprisa. Y decidió que tenía que marcharse de allí. Apenas había carne de alce, y los osos se habían ido. Y todos sus proyectos de hacer algo grande y maravilloso se fundieron en el nombre de su sueño: Real América, la Tierra de la Oportunidad.
Y cuando llegó la primavera, cogió su ternero, cruzó el límite y llegó a América, poblada de praderas y de bosques. Allí estableció la industria de la madera, su gran invento. Y cambió su nombre de Paul Bunyon por el de Paul Bunyan.
 

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