Sucedió, allá en la comarca de Eel
River (río de las anguilas). Y todo empezó simplemente
por una gota de rocío. Una gota de rocío como las que
cualquiera puede ver, en una mañana de verano, sobre las
hojas.
Tony Beaver tramaba por entonces hacer algo grande y
temerario. Pero quizá no hubiera sido tan imprudente si
en el campamento no reinasen la animosidad y el odio.
Cada cual hablaba mal de los demás, y las palabras
mordaces y las cuestiones surgían a cada paso.
«Tengo que hacer algo que los saque de sus casillas»,
pensaba Tony. Y se fue al bosque, a meditar.
Al amanecer, y estando solo en lo alto de una colina,
sorprendió un guiño en una gota de rocío que estaba en
una mata de musgo. Tony guiñó, a su vez, a la gota. Y
en aquel instante sintió que algo, dentro, le gritaba:
«Mírala, mírala.» Y la miró fijamente, y en ella vio
un mundo de cosas, como si fuera el centro de la
creación y conociera sus secretos.
Entonces los pájaros empezaron a cantar al Sol, que
salía. Tony temió que su gota se evaporara y la cubrió
con hojas y musgo. Miró a su alrededor a todas las gotas
de rocío, que se fundían al sol, pareciéndole oír que
le gritaban: «¡Hermano, hermano!»
En aquel momento creyó oír a Jimmy, el violinista,
tocar una música que fue creciendo y creciendo, hasta
hacerle sentir que iba cabalgando en ella como un madero
en un río.
«¿Y esto pasa todas las mañanas, y yo sin saberlo?»,
se dijo.
Y volvió a mirar el centelleo de la gota salvada, y
entonces comprendió que era una gota exprimida del
corazón del mundo; que en ella estaba la savia de la
vida y que de ella había en todos los seres vivientes, y
en rocas, y ríos, y plantas. La escondió en su pecho y
corrió al campamento.
Cerca de él encontró a Jimmy, un sujeto que sabía más
de lo que podía decir con la lengua, y lo decía con su
violín. Jimmy le dijo que él no había tocado al
amanecer y que lo que Tony había oído debió de ser la
Gran Música.
- Anda con cuidado - le advirtió -, no vayas a hacer un
agujero y se cuele por él la Gran Música,
arrastrándolo todo.
- No me importaría; es lo que aquí está haciendo
falta. Y, además, tú estás siempre agujereando el aire
con tus canciones.
Y entre los dos tramaron la diablura. Al amanecer, Tony,
subido en una roca, tocó su enorme cuerno y reunió a
todos los vecinos. Les mostró la gota de rocío,
diciéndoles:
- Miradla y miradla, hasta que el sol la toque.
Jimmy, en la cima de la colina, con su violín preparado,
esperaba la salida del Sol. Un rayo pasó por encima de
él y dio en la gota de rocío, que, brillando,
brillando, desapareció. En aquel momento, Jimmy gritó:
- ¡La Gran Música viene!
Y empezó a tocar. Y como si el violín le trazara el
camino, se fue acercando una extraña música. Y
apareció una gran empalizada flotando por la ladera,
hacia la hondonada, como por un río. De repente se
deshizo; cada palo se empinó y empezó a danzar y a
hacer cortesías. Detrás vinieron parejas de arbolillos
y animalejos, y luego un torrente de música, una tromba
de sonidos, todas las tonadas, todas las canciones
conocidas, y con ellas toda clase de criaturas, bailando
unas con otras, como locos. Allí venían osos, conejos,
árboles y matas, gatos salvajes, rocas y troncos.
Y todos los habitantes de Eel River entraron en la danza,
cogiendo cada cual la pareja que podía. Quién bailaba
con un madero, quién, con un corro de ardillas, aquél,
con un mono, éste, con un árbol repentinamente florido.
La vieja Anne bailaba con el mozalbete vecino que tanto
la molestaba; John y Peter, los irreconciliables
enemigos, se sonreían mutuamente, abrazados en alegre
danza. Y cada cual bailaba al son que escogía entre los
miles de canciones que los envolvían. Y es que la Gran
Música hace bailar a todo el mundo, y ¡ay del que se le
resista!. Como el pobre reverendo Moisés, que no quería
bailar y se agarró fuertemente a un pino, y el pino se
arrancó y le hizo bailar una danza frenética, hasta
arrojarle en una alta roca, fuera de la música.
Allí quedó, con la ropa hecha jirones y sin un pelo en
la barba ni en la cabeza para toda la vida.
Jimmy seguía en lo alto, dejando pasar el torrente de
música y criaturas. Muchas canciones le invitaban a
bailar, pero él esperaba. Hasta que llegó una más
grande y maravillosa que irrumpió, como si los cielos se
abrieran; una música nunca oída, que empezó como una
marcha solemne.
- ¡Aquí estoy! le gritó Jimmy.
Y como si desde que se hizo el mundo se esperaran, se
abrazaron y empezaron a danzar. Todas las músicas y
todos los danzarines se pusieron a los lados, formando un
arco de sonidos. Pasaron por él y tras ellos,
siguiéndoles, se fue la Gran Música, y todo acabó.
Todas las criaturas volvieron al bosque; los árboles se
clavaron en el suelo y sólo quedaron unas cuantas rocas
fuera de su sitio y un árbol florecido fuera de
estación. De Jimmy nadie ha vuelto a saber.
Pero todos se sintieron más fuertes y más libres. Todo
encono desapareció y reinó la paz. Era que habían
visto una gota de rocío por primera vez y habían
danzado al son de la Gran Música.
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