Don Segismundo Cara de Loro, era un
gaucho pendenciero que habitaba los confines de la Pampa,
muy cerca del río Negro.
Tenía fama de perverso y según aseguraban, no había animal que se atreviera acercarse a su rancho que no fuera muerto por el sanguinario ser humano.
Una noche, cansados de tanta persecución, se reunieron en asamblea los seres del desierto y resolvieron darle un castigo ejemplar a tan despiadado personaje.
A la cita acudieron todas las especies, no faltando ni el temible puma o león americano, el gato montés, la vizcacha, el ñandú, el chimango, la mulita, ni mucho menos otras razas como las perdices, el guanaco, los chorlitos, el tatú carreta, el tucutucu, los patos silvestres, el bullicioso chajá, la comadreja, y un sinfín de animales que pueblan esas dilatadas llanuras.
Luego de un largo cambio de ideas, el puma propuso llamar al seno de la gran asamblea al Espíritu Protector de la Pampa, maravilloso ser poseedor de grandes virtudes, y que siempre que solicitaban su presencia sus súbditos de la pradera surgía de la tierra a continuación de un estremecimiento, como si se tratara de un terremoto.
- ¡Aquí estoy, mis amigos! -dijo el fantástico personaje.
- Te hemos llamado -contestó el puma- para que nos ayudes a luchar contra el temible gaucho Segismundo Cara de Loro que nos persigue a muerte hasta en los más lejanos rincones de nuestra tierra.
- Nada más fácil -respondió el Espíritu Protector.- Entre vosotros se halla el animal que os hará justicia, molestando en tal forma a vuestro enemigo que lo ahuyentará de estas tranquilas regiones.
- Y... ¿quién es? -preguntaron a coro los cientos de animales.
- ¡Tú! -dijo el Espíritu, señalando al diminuto mosquito.
Todos los irracionales miraron al Protector con ojos incrédulos.
- ¿Cómo puede ser? ¡El mosquito es muy pequeño e inofensivo! -exclamó el teruteru en una carcajada.
- ¡Imposible! -gritó el orgulloso puma.
- ¡Iríamos al fracaso! -dijo desde lejos el chimango batiendo alegremente sus alas.
El Espíritu Protector los dejó hablar y ordenando silencio, respondió:
- ¡Habéis de saber, mis queridos súbditos, que no existe enemigo pequeño; desgraciado de aquél que, por ser más grande y poderoso se crea invulnerable a los ataques de los más débiles! ¡Tú, mosquito, iniciarás desde mañana la batalla y molestarás en tal forma al malo de don Segismundo Cara de Loro, que acabará por humillarse vencido!
Al siguiente día, el zumbador y diminuto mosquito comenzó su faena, picando por la noche al perverso gaucho tan despiadadamente que no lo dejó dormir. El hombre se defendía a manotadas y golpes, que siempre caían en el vacío o en la misma cara del criminal, dada la agilidad prodigiosa de su atacante.
Así continuó el mosquito la lucha sin tregua, noche tras noche y día tras día, durante más de tres semanas, siempre zumbador y molesto, picando al gaucho don Segismundo en cuanta parte presentara digna de chuparle la sangre.
El malvado Cara de Loro, ya no dormía y había perdido su tranquilidad, de tal manera que ni comer podía y, así, poco a poco, se fue quedando tan delgado, que se le podían contar los huesos de su cuerpo arrugado y enrojecido.
El mosquito no abandonaba la batalla y proseguía clavándole su aguijón sin escuchar los gritos de loco de don Segismundo que, una noche, enfurecido por la maldita persecución, se dio tal golpe con un hierro en su ansia de matar al díptero, que se partió la frente, cayendo muerto dentro de su miserable rancho.
El insecto había vencido, con paciencia y habilidad, a tan desproporcionado adversario.
El Espíritu Protector, horas después, reunió de nuevo a la pintoresca asamblea de animales y presentando al héroe, les dijo sentenciosamente:
- ¡Ya veis, mis queridos súbditos! ¡El mosquito ha vencido y ha hecho lo que no pudieron hacer ni las garras del puma ni el pico de las águilas! Esto os enseñará a saber respetar al débil y a recordar siempre que en este mundo no existe enemigo pequeño.
Tenía fama de perverso y según aseguraban, no había animal que se atreviera acercarse a su rancho que no fuera muerto por el sanguinario ser humano.
Una noche, cansados de tanta persecución, se reunieron en asamblea los seres del desierto y resolvieron darle un castigo ejemplar a tan despiadado personaje.
A la cita acudieron todas las especies, no faltando ni el temible puma o león americano, el gato montés, la vizcacha, el ñandú, el chimango, la mulita, ni mucho menos otras razas como las perdices, el guanaco, los chorlitos, el tatú carreta, el tucutucu, los patos silvestres, el bullicioso chajá, la comadreja, y un sinfín de animales que pueblan esas dilatadas llanuras.
Luego de un largo cambio de ideas, el puma propuso llamar al seno de la gran asamblea al Espíritu Protector de la Pampa, maravilloso ser poseedor de grandes virtudes, y que siempre que solicitaban su presencia sus súbditos de la pradera surgía de la tierra a continuación de un estremecimiento, como si se tratara de un terremoto.
- ¡Aquí estoy, mis amigos! -dijo el fantástico personaje.
- Te hemos llamado -contestó el puma- para que nos ayudes a luchar contra el temible gaucho Segismundo Cara de Loro que nos persigue a muerte hasta en los más lejanos rincones de nuestra tierra.
- Nada más fácil -respondió el Espíritu Protector.- Entre vosotros se halla el animal que os hará justicia, molestando en tal forma a vuestro enemigo que lo ahuyentará de estas tranquilas regiones.
- Y... ¿quién es? -preguntaron a coro los cientos de animales.
- ¡Tú! -dijo el Espíritu, señalando al diminuto mosquito.
Todos los irracionales miraron al Protector con ojos incrédulos.
- ¿Cómo puede ser? ¡El mosquito es muy pequeño e inofensivo! -exclamó el teruteru en una carcajada.
- ¡Imposible! -gritó el orgulloso puma.
- ¡Iríamos al fracaso! -dijo desde lejos el chimango batiendo alegremente sus alas.
El Espíritu Protector los dejó hablar y ordenando silencio, respondió:
- ¡Habéis de saber, mis queridos súbditos, que no existe enemigo pequeño; desgraciado de aquél que, por ser más grande y poderoso se crea invulnerable a los ataques de los más débiles! ¡Tú, mosquito, iniciarás desde mañana la batalla y molestarás en tal forma al malo de don Segismundo Cara de Loro, que acabará por humillarse vencido!
Al siguiente día, el zumbador y diminuto mosquito comenzó su faena, picando por la noche al perverso gaucho tan despiadadamente que no lo dejó dormir. El hombre se defendía a manotadas y golpes, que siempre caían en el vacío o en la misma cara del criminal, dada la agilidad prodigiosa de su atacante.
Así continuó el mosquito la lucha sin tregua, noche tras noche y día tras día, durante más de tres semanas, siempre zumbador y molesto, picando al gaucho don Segismundo en cuanta parte presentara digna de chuparle la sangre.
El malvado Cara de Loro, ya no dormía y había perdido su tranquilidad, de tal manera que ni comer podía y, así, poco a poco, se fue quedando tan delgado, que se le podían contar los huesos de su cuerpo arrugado y enrojecido.
El mosquito no abandonaba la batalla y proseguía clavándole su aguijón sin escuchar los gritos de loco de don Segismundo que, una noche, enfurecido por la maldita persecución, se dio tal golpe con un hierro en su ansia de matar al díptero, que se partió la frente, cayendo muerto dentro de su miserable rancho.
El insecto había vencido, con paciencia y habilidad, a tan desproporcionado adversario.
El Espíritu Protector, horas después, reunió de nuevo a la pintoresca asamblea de animales y presentando al héroe, les dijo sentenciosamente:
- ¡Ya veis, mis queridos súbditos! ¡El mosquito ha vencido y ha hecho lo que no pudieron hacer ni las garras del puma ni el pico de las águilas! Esto os enseñará a saber respetar al débil y a recordar siempre que en este mundo no existe enemigo pequeño.
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