Cierta vez, en una estancia de nuestra campaña, había un peón de campo, de nombre Torcuato, que era un tigre por lo perverso.
Para él no había nadie bueno y era un desalmado para tratar a los pobres animales que caían en sus manos, los que siempre morían a causa de los golpes y acometidas de tan cruel individuo.
En la estancia en donde trabajaba nadie le quería y por ello andaba siempre solo, sin tener con quien hablar y odiado de todos los habitantes de los contornos.
Todo el mundo se apiadaba del pobre caballo que tenía el tal Torcuato, ya que el malvado le castigaba por cualquier futesa, castigo que el desventurado animal, exhibía en su lomo y sus ancas llenas de heridas de donde manaba abundante sangre.
Si andaba al paso, le pegaba; si corría demasiado, le pegaba; si se detenía a destiempo, le pegaba, y así, la vida era un martirio constante para el noble y sufrido bruto, que con seguridad esperaría la muerte como única salvación.
El taleroLátigo de cuero de hoja ancha usado por los gauchos (N. del R.) del gaucho Torcuato era temido, ya que también en diversas reuniones de la paisanada, en la pulperíadespacho de bebidas en la campaña (N. del R.) de doña Soledad, más de una vez se había levantado para castigar a algún parroquiano, manejado por su furibundo amo, que no procuraba contener sus nervios y cuya excitación lo arrastraba a la locura.
Por esta causa, como hemos dicho, se fue quedando solo, hasta que al no poder desahogar sus perversos instintos en los demás hombres, tuvo que volcarlos contra los indefensos animales.
Era inútil que el dueño de la estancia le ordenase que no hiciera daño a los irracionales, ya que todos los animales eran útiles para el trabajo del hombre, desde la vaca que nos alimenta, pasando por el perro que nos guarda con toda fidelidad, la oveja que nos proporciona la lana con que nos cubrimos, hasta el caballo que nos ayuda en todas nuestras labores diarias.
- ¡Hay que ser noble y bueno con los desgraciados seres que no pueden defenderse ni hablar! -le decía el patrón.- Cuando levantes el talero para castigar a tu caballo, medita antes que sin él nada podrías hacer en tus trabajos de campo, y si tu odio se quiere descargar sobre otro irracional, aunque fuere la liebre que corre por los sembrados, piensa que es mejor matarla que hacerla sufrir con los golpes.
Mas, para el malo de Torcuato, esas palabras le entraban por un oído y le salían por el otro, y así proseguía su vida, mirado con temor por algunos y con desprecio por los demás.
Una tarde en que el malvado volvía de un lejano puestoVivienda de peones encargados del trabajo en diversos lugares de una estancia (N. del R.) de la estancia, en donde había tenido aparte de ganado, su pobre caballo, falto de fuerzas por la abrumadora faena del día, apenas podía galopar en camino de la casa.
Torcuato, impaciente, comenzó a dar rienda suelta a su genio y el maldito talero empezó a caer sin piedad sobre las doloridas ancas del paciente caballo.
- ¡Corre! -gritaba con voz áspera.- ¡Corre o te mataré!
Y una y otra vez los latigazos hicieron brotar sangre de las viejas heridas del noble bruto.
El caballo, impotente para contener tanta furia, relinchaba dolorido y, como es natural, disminuía su andar por el castigo impuesto, terminando por detenerse tembloroso, y agachar su cabeza.
- ¡Conque esas tenemos! -gritó el enfurecido Torcuato.- ¡Ya verás cómo te hago correr! ¡Toma! ¡toma! ¡toma! -y una y mil veces, el talero volvió a caer sobre los costados ensangrentados del¡ moribundo equino.
Tal fue la paliza, sin medida ni piedad, que el pobre caballo cayó rendido, comenzando su agonía, ante el endurecido corazón del cegado Torcuato.
De pronto, el martirizado irracional levantó su cabeza poco antes de expirar y mirando fijamente a su verdugo, en un postrer relincho le dijo claramente:
- ¡Ojalá que tu talero caiga algún día sobre tus espaldas, hasta dejarte como estoy yo ahora!
Después murió entre los más atroces dolores, por el horrendo castigo que aun después de haber muerto no cesó de aplicarle su dueño.
Torcuato hizo mofa de los deseos de su caballo y comenzó calmoso a sacarle el recado, con la intención de proseguir a pie la corta distancia que le faltaba para llegar a la casa.
El temible talero que había dejado sobre una mata de hierba mientras terminaba su trabajo, alzóse de repente como empuñado por una mano poderosa e invisible, y dando unas volteretas por el aire, comenzó a caer sin piedad sobre las espaldas de Torcuato, el cual, ante el inesperado ataque, sólo atinó a gritar en demanda de socorro.
Los gritos de la víctima de tan misterioso castigo fueron escuchados por sus compañeros de trabajo, pero como ninguno lo quería por su crueldad, nadie se movió para prestarle ayuda, y así, el malvado se encontró solo e indefenso en medio del campo, ante los golpes cada vez más terribles de su implacable talero,
- ¡Basta! ¡Basta! ¡perdón! ¡Me enmendaré! ¡Lo juro! -gemía el pobre diablo; pero el talero proseguía su obra, tal como lo había hecho antes en las ancas del animal que yacía muerto a sus pies.
El castigo duró casi media hora, hasta que Torcuato, exhausto, cayó entre los pastos, con la cara y las espaldas ensangrentadas y solicitando piedad, en la misma forma que momentos antes había pedido en sus relinchos el noble caballo.
Mas el talero no parecía dispuesto a ceder y prosiguió en su destructora faena hasta que Torcuato expiró, presa de horribles dolores, iguales a los que antes sintiera su víctima irracional.
Y así, el talero mágico, vengó los castigos que habían recibido cientos de seres, por la mano de tan mal hombre y, una vez terminada la vida del verdugo, cayó junto al caballo ensangrentado a quien acababa de vengar.
Para él no había nadie bueno y era un desalmado para tratar a los pobres animales que caían en sus manos, los que siempre morían a causa de los golpes y acometidas de tan cruel individuo.
En la estancia en donde trabajaba nadie le quería y por ello andaba siempre solo, sin tener con quien hablar y odiado de todos los habitantes de los contornos.
Todo el mundo se apiadaba del pobre caballo que tenía el tal Torcuato, ya que el malvado le castigaba por cualquier futesa, castigo que el desventurado animal, exhibía en su lomo y sus ancas llenas de heridas de donde manaba abundante sangre.
Si andaba al paso, le pegaba; si corría demasiado, le pegaba; si se detenía a destiempo, le pegaba, y así, la vida era un martirio constante para el noble y sufrido bruto, que con seguridad esperaría la muerte como única salvación.
El taleroLátigo de cuero de hoja ancha usado por los gauchos (N. del R.) del gaucho Torcuato era temido, ya que también en diversas reuniones de la paisanada, en la pulperíadespacho de bebidas en la campaña (N. del R.) de doña Soledad, más de una vez se había levantado para castigar a algún parroquiano, manejado por su furibundo amo, que no procuraba contener sus nervios y cuya excitación lo arrastraba a la locura.
Por esta causa, como hemos dicho, se fue quedando solo, hasta que al no poder desahogar sus perversos instintos en los demás hombres, tuvo que volcarlos contra los indefensos animales.
Era inútil que el dueño de la estancia le ordenase que no hiciera daño a los irracionales, ya que todos los animales eran útiles para el trabajo del hombre, desde la vaca que nos alimenta, pasando por el perro que nos guarda con toda fidelidad, la oveja que nos proporciona la lana con que nos cubrimos, hasta el caballo que nos ayuda en todas nuestras labores diarias.
- ¡Hay que ser noble y bueno con los desgraciados seres que no pueden defenderse ni hablar! -le decía el patrón.- Cuando levantes el talero para castigar a tu caballo, medita antes que sin él nada podrías hacer en tus trabajos de campo, y si tu odio se quiere descargar sobre otro irracional, aunque fuere la liebre que corre por los sembrados, piensa que es mejor matarla que hacerla sufrir con los golpes.
Mas, para el malo de Torcuato, esas palabras le entraban por un oído y le salían por el otro, y así proseguía su vida, mirado con temor por algunos y con desprecio por los demás.
Una tarde en que el malvado volvía de un lejano puestoVivienda de peones encargados del trabajo en diversos lugares de una estancia (N. del R.) de la estancia, en donde había tenido aparte de ganado, su pobre caballo, falto de fuerzas por la abrumadora faena del día, apenas podía galopar en camino de la casa.
Torcuato, impaciente, comenzó a dar rienda suelta a su genio y el maldito talero empezó a caer sin piedad sobre las doloridas ancas del paciente caballo.
- ¡Corre! -gritaba con voz áspera.- ¡Corre o te mataré!
Y una y otra vez los latigazos hicieron brotar sangre de las viejas heridas del noble bruto.
El caballo, impotente para contener tanta furia, relinchaba dolorido y, como es natural, disminuía su andar por el castigo impuesto, terminando por detenerse tembloroso, y agachar su cabeza.
- ¡Conque esas tenemos! -gritó el enfurecido Torcuato.- ¡Ya verás cómo te hago correr! ¡Toma! ¡toma! ¡toma! -y una y mil veces, el talero volvió a caer sobre los costados ensangrentados del¡ moribundo equino.
Tal fue la paliza, sin medida ni piedad, que el pobre caballo cayó rendido, comenzando su agonía, ante el endurecido corazón del cegado Torcuato.
De pronto, el martirizado irracional levantó su cabeza poco antes de expirar y mirando fijamente a su verdugo, en un postrer relincho le dijo claramente:
- ¡Ojalá que tu talero caiga algún día sobre tus espaldas, hasta dejarte como estoy yo ahora!
Después murió entre los más atroces dolores, por el horrendo castigo que aun después de haber muerto no cesó de aplicarle su dueño.
Torcuato hizo mofa de los deseos de su caballo y comenzó calmoso a sacarle el recado, con la intención de proseguir a pie la corta distancia que le faltaba para llegar a la casa.
El temible talero que había dejado sobre una mata de hierba mientras terminaba su trabajo, alzóse de repente como empuñado por una mano poderosa e invisible, y dando unas volteretas por el aire, comenzó a caer sin piedad sobre las espaldas de Torcuato, el cual, ante el inesperado ataque, sólo atinó a gritar en demanda de socorro.
Los gritos de la víctima de tan misterioso castigo fueron escuchados por sus compañeros de trabajo, pero como ninguno lo quería por su crueldad, nadie se movió para prestarle ayuda, y así, el malvado se encontró solo e indefenso en medio del campo, ante los golpes cada vez más terribles de su implacable talero,
- ¡Basta! ¡Basta! ¡perdón! ¡Me enmendaré! ¡Lo juro! -gemía el pobre diablo; pero el talero proseguía su obra, tal como lo había hecho antes en las ancas del animal que yacía muerto a sus pies.
El castigo duró casi media hora, hasta que Torcuato, exhausto, cayó entre los pastos, con la cara y las espaldas ensangrentadas y solicitando piedad, en la misma forma que momentos antes había pedido en sus relinchos el noble caballo.
Mas el talero no parecía dispuesto a ceder y prosiguió en su destructora faena hasta que Torcuato expiró, presa de horribles dolores, iguales a los que antes sintiera su víctima irracional.
Y así, el talero mágico, vengó los castigos que habían recibido cientos de seres, por la mano de tan mal hombre y, una vez terminada la vida del verdugo, cayó junto al caballo ensangrentado a quien acababa de vengar.
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