Julio Jorge es un hermoso niño de poca edad, inteligente y vivaz, que tiene el defecto de no obedecer las órdenes que le dan sus padres.
Al cumplir los tres años, hubo una gran fiesta en la casa del pequeñuelo, a la que concurrieron muchos amiguitos y diversas amistades de la familia.
Entre el gran número de regalos que recibió Julio Jorge ese feliz día, resaltaba un lucido burrito de cartón con plomizo pelaje y largas orejas, obsequio de su madrecita Matilde.
Cuídalo -dijo la buena señora al entregárselo; este burrito que mueve la cola y la cabeza, lo debes guardar, para que constituya un grato recuerdo de tu niñez, cuando seas hombrecito.
Julio Jorge, prometió no romperlo y comenzó a jugar con el burrito, corriendo por los pasillos de la casa ante la alegría de sus abuelos Diógenes, Isaura, Francisco y Matilde.
Pero, como era de presumir, la promesa fue olvidada bien pronto por el niño pillín, y a los pocos días, cansado del burrito que movía la cabeza, se propuso romperlo para curiosear qué tenía en su voluminosa panza.
Se apoderó de un afilado cuchillo, a hurtadillas de sus progenitores, se arrinconó tras de la puerta de la cocina y comenzó la repulsiva tarea de someter a una pintoresca autopsia al bonito pollino de cartón.
Tomando al juguete por las patas, inició el trabajo, asestando una profunda puñalada en el pecho del borrico y cual no sería su sorpresa y su pánico, cuando escuchó de boca de su víctima, las siguientes palabras:
- ¿Por qué quieres deshacerme? ¿Acaso no soy tu compañero y juego a todo hora contigo sin que me canse de ti?
Julio Jorge, repuesto del susto y creyendo que la voz había llegado de las habitaciones contiguas, intentó proseguir la tarea, cuando de nuevo el burrito repitió su queja:
- ¡No me hieras amiguito! ¡No merezco este fin tan desastroso!
- Me gustaría saber qué tienes dentro -respondió el niño sin detenerse en su trabajo.
- Tengo madera y lana -contestó el animalito lastimero.- ¡Sería una crueldad que me destrozaras!
- ¡Nada me importan tus quejas! ¡Tengo muchos juguetes con que entretenerme aunque tú me faltes! - ¡No digas semejante cosa Julio Jorge! ¡Si me despedazas, algún día sentirás mi desaparición y llorarás mi ausencia!
El niño travieso, no se conmovió ante los lamentos y prosiguió su obra de destrucción.
Por fin rodó por el suelo un pedazo.
- ¡Ay, mi patita! -gritó el burrito.
Otra parte del animal caía más tarde.
- ¡Ay, mi cola! -se lamentó la víctima.
Y poco a poco, entre quejas y expresiones de resignación, el hermoso juguete fue convirtiéndose en algo inservible, en las manos crueles del travieso niño.
Una vez terminada su desdichada obra, Julio Jorge miró los restos de su amigo esparcidos por el suelo, transformado en un informe montón de maderas y de vellones de lana, y entonces, cuando ya no había remedio, se dio exacta cuenta de su mala acción y del remordimiento que le produciría con el tiempo la desaparición de tan lindo juguete.
- ¡Mi papá me comprará otro! -dijo, por fin, en tono de consuelo y corrió para seguir sus juegos con otros muñecos que se hacinaban en un rincón de su cuarto de recreo.
Días más tarde, recordando a su compañero de juegos, el burrito que movía la cabeza, rogó a su padre le adquiriera uno igual al desaparecido, y ante la rotunda negativa que se le dio como castigo por su afán destructor, Julio Jorge comenzó a sentir dolorida su almita, por la ausencia del lindo juguete que tantos ruegos le dirigiera para que no lo despedazara.
Muchas noches, en su sueños infantiles, se le apareció el buen burrito y escuchó estremeciéndose en el lecho su voz dolorida, y tanta y tanta fue su pena ante el recuerdo del frágil compañero, que vertió copioso llanto y juró no romper jamás otro juguete, que al fin y al cabo, eran y siguen siendo, sus amiguitos más dóciles, más nobles y más bellos.
Al cumplir los tres años, hubo una gran fiesta en la casa del pequeñuelo, a la que concurrieron muchos amiguitos y diversas amistades de la familia.
Entre el gran número de regalos que recibió Julio Jorge ese feliz día, resaltaba un lucido burrito de cartón con plomizo pelaje y largas orejas, obsequio de su madrecita Matilde.
Cuídalo -dijo la buena señora al entregárselo; este burrito que mueve la cola y la cabeza, lo debes guardar, para que constituya un grato recuerdo de tu niñez, cuando seas hombrecito.
Julio Jorge, prometió no romperlo y comenzó a jugar con el burrito, corriendo por los pasillos de la casa ante la alegría de sus abuelos Diógenes, Isaura, Francisco y Matilde.
Pero, como era de presumir, la promesa fue olvidada bien pronto por el niño pillín, y a los pocos días, cansado del burrito que movía la cabeza, se propuso romperlo para curiosear qué tenía en su voluminosa panza.
Se apoderó de un afilado cuchillo, a hurtadillas de sus progenitores, se arrinconó tras de la puerta de la cocina y comenzó la repulsiva tarea de someter a una pintoresca autopsia al bonito pollino de cartón.
Tomando al juguete por las patas, inició el trabajo, asestando una profunda puñalada en el pecho del borrico y cual no sería su sorpresa y su pánico, cuando escuchó de boca de su víctima, las siguientes palabras:
- ¿Por qué quieres deshacerme? ¿Acaso no soy tu compañero y juego a todo hora contigo sin que me canse de ti?
Julio Jorge, repuesto del susto y creyendo que la voz había llegado de las habitaciones contiguas, intentó proseguir la tarea, cuando de nuevo el burrito repitió su queja:
- ¡No me hieras amiguito! ¡No merezco este fin tan desastroso!
- Me gustaría saber qué tienes dentro -respondió el niño sin detenerse en su trabajo.
- Tengo madera y lana -contestó el animalito lastimero.- ¡Sería una crueldad que me destrozaras!
- ¡Nada me importan tus quejas! ¡Tengo muchos juguetes con que entretenerme aunque tú me faltes! - ¡No digas semejante cosa Julio Jorge! ¡Si me despedazas, algún día sentirás mi desaparición y llorarás mi ausencia!
El niño travieso, no se conmovió ante los lamentos y prosiguió su obra de destrucción.
Por fin rodó por el suelo un pedazo.
- ¡Ay, mi patita! -gritó el burrito.
Otra parte del animal caía más tarde.
- ¡Ay, mi cola! -se lamentó la víctima.
Y poco a poco, entre quejas y expresiones de resignación, el hermoso juguete fue convirtiéndose en algo inservible, en las manos crueles del travieso niño.
Una vez terminada su desdichada obra, Julio Jorge miró los restos de su amigo esparcidos por el suelo, transformado en un informe montón de maderas y de vellones de lana, y entonces, cuando ya no había remedio, se dio exacta cuenta de su mala acción y del remordimiento que le produciría con el tiempo la desaparición de tan lindo juguete.
- ¡Mi papá me comprará otro! -dijo, por fin, en tono de consuelo y corrió para seguir sus juegos con otros muñecos que se hacinaban en un rincón de su cuarto de recreo.
Días más tarde, recordando a su compañero de juegos, el burrito que movía la cabeza, rogó a su padre le adquiriera uno igual al desaparecido, y ante la rotunda negativa que se le dio como castigo por su afán destructor, Julio Jorge comenzó a sentir dolorida su almita, por la ausencia del lindo juguete que tantos ruegos le dirigiera para que no lo despedazara.
Muchas noches, en su sueños infantiles, se le apareció el buen burrito y escuchó estremeciéndose en el lecho su voz dolorida, y tanta y tanta fue su pena ante el recuerdo del frágil compañero, que vertió copioso llanto y juró no romper jamás otro juguete, que al fin y al cabo, eran y siguen siendo, sus amiguitos más dóciles, más nobles y más bellos.
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