martes, 6 de agosto de 2013

El Carbonero Pobre

Existió una vez un hombre demasiado pobre que se dedicaba sólo a vender carbón para ganarse la vida. Diariamente iba a quemar carbón para venderlo. Un día comenzó a pensar:

-¿No dicen que existe el diablo? Si de verdad existe que venga a darme dinero para que deje de andar chingándome quemando carbón.

Se acostumbró a decir lo mismo todos los días cuando iba a su trabajo. Hasta que un día llegando de trabajar, se encontró con el diablo, ya entraba la noche y le dijo:

-¿Qué quieres? Hace tiempo que me estás llamando. Vine a ver qué deseas.

-Nada, yo no te estoy llamando.

-No eres tú el que dice diariamente: "si existe el diablo que venga para que yo lo conozca". Pues yo soy, ¿qué quieres?

-Aunque sea veinte mil pesos para que yo gaste.

-Está bien, y no sólo esto te puedo dar, sino todo lo que tú quieras, pero tienes que trabajar con este dinero durante veinte años y en ese tiempo te vengo a buscar.

-Pues bien, hicieron los documentos del dinero que le habían entregado y regresó el carbonero a su casa. Al llegar tiró a la basura todos sus utensilios de trabajo. Estableció una tienda y empezó a vender; le iba muy bien con su venta.

Apenas abrió la gran tienda comenzó a ir una viejita a pedir limosna. Diariamente, al cerrar, le daba pan, azúcar y chocolate a la anciana. Le estaba yendo muy bien, pero se dio cuenta de que se acercaba el día en que el diablo se lo llevaría y él ya no quería irse: ya sólo faltaba un día para que se lo llevaran y se puso a llorar. Llorando estaba cuando la viejita le preguntó:

-Nieto, ¿qué te pasa?

-Nada, abuela.

-¿Por qué lloras entonces?

-Es inútil que yo te lo diga.

-Dímelo, para que yo sepa si te puedo ayudar o no.

-El dinero con el que puse mi tienda no es mío, es dinero del diablo, pero me lo dio para que yo le trabajara y a los veinte años vendría a buscarme y ya llegó el día, por eso estoy llorando, no quiero ir.

-No llores, no voy a permitir que te lleve. ¿Cuándo te viene a buscar?

-Mañana.

-Muy bien, pues cuando venga no le contestes, deja que hable muchas veces y cuando te fastidie le dices: diablo, no me molestes porque te voy a aporrear mi picha en tu cara. Y cuando te pregunte ¿por qué te molestas?, no le contestes -le dijo la anciana.

Cuando amaneció fue la viejita a sentarse en la puerta de la tienda y esperaron a que llegara el diablo. Al poco rato vieron que entraba el diablo y dijo:

-Vamos, te vine a buscar.

-No voy, haz el favor de irte y no me molestes porque si no te aporreo la cara con mi picha.

Como el diablo no sabía qué era la picha, le preguntó a la viejita.

-Señora, ¿qué es la picha que dice este señor que va a aporrearme en la cara?

-¡Cómo que la picha, sinvergüenza, santa picha! No sabes que es algo muy malo también. A mí desde niña me hizo daño y hasta ahora no sano.

Entonces la viejita se alzó el vestido, abrió las piernas y vio el diablo qué fea estaba aquella cosa que tenía entre sus piernas y le dijo:

-¿Y esa es la picha que dice este señor que va a aporrearme en la cara? ¡Qué horrible me va a quedar la cara! No, mejor que se quede con todo él dinero, no quiero que me haga daño como te ha hecho a ti. Dile que se quede con todo, yo ya me voy.

Asustaron al diablo. La anciana estaba muy contenta porque el diablo le dejó el dinero al tendero y no se lo llevó. Cuando pasé por la tienda, allá estaba sentada la vieja y el tendero, se estaban riendo de cómo habían asustado al diablo. El tendero, para demostrarle su agradecimiento a la anciana, le dijo que se pasara a vivir con él y hasta ahora viven muy felices.

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