martes, 3 de julio de 2012

La flor de la cueva "leyenda"

Cerca de la Hoz de Santa Lucía, en Cantabria, -vivía un mozo, de oficio leñador, llamado Antonio, que estaba enamorado de Rosaura, bella muchacha de su misma aldea, con la que iba a casarse en breve. Tuvo el leñador que subir a cortar unos árboles a la cumbre del monte Ucieda, y habiendo salido de su casa al amanecer, llegó a la cima ya muy entrado el día; allí comenzó a dar hachazos en el tronco de un árbol, pero oyó que salían de él unos quejidos lastimeros que hicieron palidecer al mozo. Horrorizado, suspendió su trabajo; pero cuando lo reanudó, volvió a oír que el árbol se quejaba como si fuera una persona. Ya iba a empezar a correr despavorido, cuando oyó una voz que salía del árbol y le decía: «Yo soy una doncella encantada. Te daré fabulosas riquezas si vas al remanso del río y golpeas el agua con un palo hasta que salga una anjana; ella te dirá lo que debes hacer para desencantarme». El mozo corrió al pueblo a contar a su novia lo ocurrido, y ella le aconsejó que debía desencantar a la doncella, con lo que podrían hacerse ricos y vivir felices.
El leñador se presentó en el remanso del río de la Hoz de Santa Lucía, y con un palo golpeó las aguas; éstas se abrieron al momento, surgiendo de ellas una bellísima anjana de grandes y soñadores ojos azules. El mozo, muy aturdido ante aquella hermosura, le refirió lo que le había sucedido en el monte, y la anjana, que estaba sentada sobre las aguas, después de escucharle, replicó: «Entra en la cueva del monte Ucieda, busca allí una flor muy brillante, y me la traes; yo te diré lo que debes hacer con ella para desencantar a la doncella»
En cuatro zancadas llegó a la entrada de la cueva, conocida de todos aquellos aldeanos; todos saben su gran profundidad, que llega hasta Bárcenamayor. Antonio penetró en ella, decidido, buscando la flor brillante; a medida que se alejaba de la entrada, aumentaba la oscuridad, llegando a verse envuelto en tinieblas y desorientado; sin saber a dónde dirigirse, a tientas, siguió caminando en busca de la flor, que no aparecía; hasta que llegó a sentirse rendido por la fatiga y se tumbó en el suelo, sin ver la más pequeña luz. Perdida ya la esperanza de encontrarla, se decidió a salir de allí y volvió sobre sus pasos; pero encontró el camino bifurcado y no sabía cuál tomar; emprendió uno de ellos, sin dar con la salida. Pronto pudo darse cuenta de que estaba perdido en un complicado laberinto; enloquecido, quiso gritar y pedir auxilio; pero sólo le respondía el eco de su voz lastimera. De nuevo buscó con ansia la flor que quizá le ayudara a alcanzar la salida; pero nada brillaba a su alrededor. Notó que sus barbas y cabellos le habían crecido y que sus trajes estaban destrozados; tuvo que tirar sus viejas abarcas y caminar descalzo, hasta llagarse los pies; con todo, no sentía ni hambre ni sed, y seguía buscando la entrada o la salida de la fatídica cueva. Rendido por el sueño, durmióse, y soñó que su novia se había casado con un mozo de Ruente que la pretendía hacía tiempo. Al despertar sintió celos y más ardientes deseos de salir de aquellos caminos subterráneos, pero sin lograr sus intentos. La barba y los cabellos le seguían creciendo y le pasaban ya de la rodilla; sus fuerzas estaban agotadas, mas él continuaba buscando la flor. Por fin, cuando ya sus cabellos le llegaban al suelo, la encontró, y con ella en la mano, halló inmediatamente la salida.
Se dirigió a casa de sus padres y llamó en ella, pero le salió a abrir un desconocido, que al oír que era su casa, le creyó loco, y echándole fuera, cerró bien la puerta. Se fue entonces a casa de su novia, y salió a abrir una ancianita; él, creyendo que sería su suegra, dijo: «Quiero ver a Rosaura, mi prometida; dile que salga».
Pero aquella ancianita era Rosaura, que, tomándole por un borracho, le despachó de malos modos. Creyó que enloquecía, y echó a correr por las calles del pueblo, pero cayó en medio de una calleja. Le vio caer una viejecita y acudió a su ayuda; le llevó a su casa y le dejó dormir en su pajar. Al día siguiente fue a cuidarle el hijo de la anciana, le cortó los cabellos y le prestó unas ropas. Y ya más aliviado, pudo llegarse hasta el remanso del río y golpeó las aguas hasta que salió la anjana y le entregó la flor brillante. Ella le dijo. «Justo castigo has recibido por el daño que hiciste a aquella moza a quien burlaste».
Y la anjana desapareció. Entonces recordó con gran pesar que antes de Rosaura había tenido una novia llamada Mercedes, a la que había abandonado después de burlada, y comprendió que la anjana le había castigado, evitando con su engaño su boda con Rosaura. Lleno de remordimientos, volvió al pueblo y preguntó a la viejecita que le había recogido dónde vivía Mercedes, que de moza era muy guapa. ¡Aquella viejecita era Mercedes¡ Él le reveló que era Antonio, y la anciana, llena de emoción, empezó a gritar: «Carpio, hijo mío, ven a abrazar a tu padre». Los tres se abrazaron y vivieron contentos, amparados por la anjana, que le había castigado a permanecer cincuenta años en la cueva, aunque a él le había parecido sólo un mes.

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