El 4 de mayo de 1619 se celebró en Zafra una gran boda. Se unían
en ella dos familias de gran fortuna. Silva y Figueiredo, portuguesa,
y Álvarez, española.
El contrayente, Álvaro de Silva y Figueiredo, había nacido en Elvas, en los comienzos del 1600. Siendo de familia noble, fue educado con gran esmero; aunque, a decir verdad, no sacó gran provecho de la sabiduría que intentaron inculcarle, ya que el mozo más gustaba de fiestas y romerías que de estudios.
En el año 1617 figuraba como el más turbulento muchacho de la frontera. Corriendo de fiesta en fiesta, coincidió en las ferias de Zafra que se celebraban con gran esplendor, y en un baile, en la casa de los nobles señores de Ugarte, conoció a María Álvarez que era, sin disputa, la más bonita de las muchachas que acudieron a la fiesta. Se enamoró de ella, y en el día 4 de mayo de 1619, como ya hemos dicho, contrajeron matrimonio.
Al año de su boda, María y Álvaro tuvieron una hija, que creció en medio de mimos y cuidados, siendo a los diecisiete años, una joven de extraordinaria belleza. Su nombre era Mencía del Olvido.
En 1637 pasó por Zafra una compañía de infantería, que dejó en aquella localidad un destacamento de cuarenta plazas, bajo el mando del alférez don Lope de Mendoza, que pertenecía a una de las más nobles familias de Sevilla.
Mencía del Olvido y don Lope se amaron casi desde el mismo momento en que se vieron; mas cuando don Lope solicitó la mano de la joven a su padre, éste se negó en redondo a concedérsela, por la sola razón de que, a pesar de su mucha nobleza, don Lope no poseía otro caudal que lo que ganaba con las armas.
No solamente se negó el padre a que Mencía del Olvido se casara con don Lope, sino que la inclinó a contraer matrimonio con un descendiente de los Ramírez de Prado, noble familia que poseía una gran fortuna. La oposición del padre llegó demasiado tarde. Mencía y Lope amábanse ya lo bastante para no querer separarse.
Ante la constante resistencia de su hija a la boda con Ramírez de Prado, don Álvaro la encerró en el monasterio de Religiosas de Santa Clara; pero la joven, con su belleza y su zalamería, ganó las simpatías de la Abadesa, quien le permitió celebrar de cuando en cuando secretas conferencias con don Lope.
Cuando don Álvaro tenía ya casi listos todos los preparativos para el casamiento de su hija con don Alfonso Ramírez de Prado, don Lope había conseguido convencer a Mencía del Olvido para que se fugara con él y casarse en secreto.
Para realizar su plan contaban con la complicidad de un paje que servía a don Lope, y que a última hora, y por la ambición del dinero, se vendió a don Álvaro, revelándole el día y hora en que se efectuaría la fuga.
Cuando llegó el momento señalado por los amantes, y cuando don Lope iba a subir al convento por una escala de cuerda, vióse de pronto rodeado por don Álvaro y su gente, que intentaron matarle. Defendióse el alférez, y en el calor de la disputa don Álvaro le abofeteó. Don Lope no pudo contener su primer impulso, y, desenvainando su espada, la hundió en el pecho de don Álvaro, quien, al caer herido, exclamó: «¡Maldito seas, infame castellano!».
Don Lope consiguió escapar de Zafra, y cabalgando sin descanso, llegó a Sevilla a los tres días. Allí se alistó en un Tercio español que partía hacia Nápoles a combatir en una de las innumerables guerras que por aquellos tiempos sostenía Italia.
Siendo joven y galante, tuvo en este país muchas aventuras amorosas que le hicieron olvidar el amor de doña Mencía del Olvido. Ésta, sin embargo, no le olvidó, y aun profesó en el mismo convento de Santa Clara, en cuya muralla había muerto su padre.
Don Lope pagó muy cara su ingratitud. Iba de continuo de fiesta en fiesta y tenía mucho favor entre las damas que se disputaban sus galanterías. Una noche, al salir de un baile, pasó por delante del palacio de Fabricio Colonna. De pronto surgió de las sombras un bulto negro, que se acercó a él, alargándole una carta. Al preguntar don Lope quién era, retiró su embozo y apareció ante su vista el espectro de don Álvaro, que, señalando su herida, dijo con siniestra voz: «¡Maldito seas, infame castellano!».
Don Lope cayó desvanecido de terror. Cuando recobró el sentido leyó la carta que aún estrechaba en su mano. Decía así: «Hoy, 7 de febrero de 1639, yo, Álvaro de Silva y Figueiredo, natural de Elvas, padre de doña Mencía del Olvido y muerto por tu mano el 7 de febrero de 1638, por especial permiso de Dios, vengo a anunciarte que morirás sin remisión el día 7 de julio, al cumplirse los diecisiete meses de mi muerte. Es la justicia de Dios. ¡Maldito seas, infame castellano!».
El terror que de momento había sentido fue desvaneciéndose en el ánimo de don Lope, que procuró persuadirse de que todo había sido una broma pesada de alguno de sus compañeros que conocía su aventura. Llegó a olvidar el trágico suceso y trasladóse a Milán, donde, como antes en Nápoles, empezó a frecuentar los salones y las fiestas, galanteando a las damas, que se desvivían por él.
Una noche, en un baile ofrecido por el Alcalde, se le acercó de pronto un criado, que le entregó una carta que había dejado para él un enmascarado. La carta era, como la anterior, de don Álvaro, y decía: «Sólo te quedan cuatro meses de vida. Dios quiere que mueras el 7 de julio, a media noche. ¡Maldito seas, infame castellano!».
Don Lope abandonó la fiesta, y corriendo por las calles desalentado, se dirigió al convento de los Padres Capuchinos, que encontró cerrado. Sentóse en el portal, para esperar el día. Allí le encontraron cuando abrieron, de madrugada. Al preguntarle el lego qué hacía allí, contestó que quería confesarse con el Padre Prior. El lego, al verle tan desencajado, le permitió entrar, y don Lope hizo una confesión sincera y llena de arrepentimiento. Una vez absuelto de todos sus pecados, pidió al Prior que le permitiera tomar el hábito. Estaba cansado del mundo y quería vivir en el retiro del claustro. El Prior hízole toda clase de reflexiones. Mas le vio tan decidido, que le aceptó como novicio.
En la clara mañana del día 7 de abril pronunció los votos solemnes ante toda la comunidad. Al regresar al coro, encontró en el suelo, frente a su sitial, una carta cerrada. Entre las sombras, parecióle ver un bulto que conoció inmediatamente. Era don Álvaro, que, mostrándole su cara pálida y cadavérica, le dijo una vez más: «¡Maldito seas, infame castellano!».
Don Lope no pudo resistir tanta emoción, y cayó enfermo de miedo. Sufriendo horribles alucinaciones, que le hacían sufrir mucho, llegó al 7 de mayo. En la noche de aquel día encontró bajo el travesaño de su cama una carta en la que se le decía que sólo le quedaban sesenta días de vida. El 7 de junio encontró otra misiva, aconsejándole que se preparara para morir el 7 de julio a la misma hora en que había dado muerte al padre de doña Mencía del Olvido.
Antes de cumplirse el plazo fatal, don Lope Mendoza sintióse atacado por violentas convulsiones. El día 6 de julio pidió la confesión, y el día 7 murió, dejando consternados a sus compañeros de comunidad.
El contrayente, Álvaro de Silva y Figueiredo, había nacido en Elvas, en los comienzos del 1600. Siendo de familia noble, fue educado con gran esmero; aunque, a decir verdad, no sacó gran provecho de la sabiduría que intentaron inculcarle, ya que el mozo más gustaba de fiestas y romerías que de estudios.
En el año 1617 figuraba como el más turbulento muchacho de la frontera. Corriendo de fiesta en fiesta, coincidió en las ferias de Zafra que se celebraban con gran esplendor, y en un baile, en la casa de los nobles señores de Ugarte, conoció a María Álvarez que era, sin disputa, la más bonita de las muchachas que acudieron a la fiesta. Se enamoró de ella, y en el día 4 de mayo de 1619, como ya hemos dicho, contrajeron matrimonio.
Al año de su boda, María y Álvaro tuvieron una hija, que creció en medio de mimos y cuidados, siendo a los diecisiete años, una joven de extraordinaria belleza. Su nombre era Mencía del Olvido.
En 1637 pasó por Zafra una compañía de infantería, que dejó en aquella localidad un destacamento de cuarenta plazas, bajo el mando del alférez don Lope de Mendoza, que pertenecía a una de las más nobles familias de Sevilla.
Mencía del Olvido y don Lope se amaron casi desde el mismo momento en que se vieron; mas cuando don Lope solicitó la mano de la joven a su padre, éste se negó en redondo a concedérsela, por la sola razón de que, a pesar de su mucha nobleza, don Lope no poseía otro caudal que lo que ganaba con las armas.
No solamente se negó el padre a que Mencía del Olvido se casara con don Lope, sino que la inclinó a contraer matrimonio con un descendiente de los Ramírez de Prado, noble familia que poseía una gran fortuna. La oposición del padre llegó demasiado tarde. Mencía y Lope amábanse ya lo bastante para no querer separarse.
Ante la constante resistencia de su hija a la boda con Ramírez de Prado, don Álvaro la encerró en el monasterio de Religiosas de Santa Clara; pero la joven, con su belleza y su zalamería, ganó las simpatías de la Abadesa, quien le permitió celebrar de cuando en cuando secretas conferencias con don Lope.
Cuando don Álvaro tenía ya casi listos todos los preparativos para el casamiento de su hija con don Alfonso Ramírez de Prado, don Lope había conseguido convencer a Mencía del Olvido para que se fugara con él y casarse en secreto.
Para realizar su plan contaban con la complicidad de un paje que servía a don Lope, y que a última hora, y por la ambición del dinero, se vendió a don Álvaro, revelándole el día y hora en que se efectuaría la fuga.
Cuando llegó el momento señalado por los amantes, y cuando don Lope iba a subir al convento por una escala de cuerda, vióse de pronto rodeado por don Álvaro y su gente, que intentaron matarle. Defendióse el alférez, y en el calor de la disputa don Álvaro le abofeteó. Don Lope no pudo contener su primer impulso, y, desenvainando su espada, la hundió en el pecho de don Álvaro, quien, al caer herido, exclamó: «¡Maldito seas, infame castellano!».
Don Lope consiguió escapar de Zafra, y cabalgando sin descanso, llegó a Sevilla a los tres días. Allí se alistó en un Tercio español que partía hacia Nápoles a combatir en una de las innumerables guerras que por aquellos tiempos sostenía Italia.
Siendo joven y galante, tuvo en este país muchas aventuras amorosas que le hicieron olvidar el amor de doña Mencía del Olvido. Ésta, sin embargo, no le olvidó, y aun profesó en el mismo convento de Santa Clara, en cuya muralla había muerto su padre.
Don Lope pagó muy cara su ingratitud. Iba de continuo de fiesta en fiesta y tenía mucho favor entre las damas que se disputaban sus galanterías. Una noche, al salir de un baile, pasó por delante del palacio de Fabricio Colonna. De pronto surgió de las sombras un bulto negro, que se acercó a él, alargándole una carta. Al preguntar don Lope quién era, retiró su embozo y apareció ante su vista el espectro de don Álvaro, que, señalando su herida, dijo con siniestra voz: «¡Maldito seas, infame castellano!».
Don Lope cayó desvanecido de terror. Cuando recobró el sentido leyó la carta que aún estrechaba en su mano. Decía así: «Hoy, 7 de febrero de 1639, yo, Álvaro de Silva y Figueiredo, natural de Elvas, padre de doña Mencía del Olvido y muerto por tu mano el 7 de febrero de 1638, por especial permiso de Dios, vengo a anunciarte que morirás sin remisión el día 7 de julio, al cumplirse los diecisiete meses de mi muerte. Es la justicia de Dios. ¡Maldito seas, infame castellano!».
El terror que de momento había sentido fue desvaneciéndose en el ánimo de don Lope, que procuró persuadirse de que todo había sido una broma pesada de alguno de sus compañeros que conocía su aventura. Llegó a olvidar el trágico suceso y trasladóse a Milán, donde, como antes en Nápoles, empezó a frecuentar los salones y las fiestas, galanteando a las damas, que se desvivían por él.
Una noche, en un baile ofrecido por el Alcalde, se le acercó de pronto un criado, que le entregó una carta que había dejado para él un enmascarado. La carta era, como la anterior, de don Álvaro, y decía: «Sólo te quedan cuatro meses de vida. Dios quiere que mueras el 7 de julio, a media noche. ¡Maldito seas, infame castellano!».
Don Lope abandonó la fiesta, y corriendo por las calles desalentado, se dirigió al convento de los Padres Capuchinos, que encontró cerrado. Sentóse en el portal, para esperar el día. Allí le encontraron cuando abrieron, de madrugada. Al preguntarle el lego qué hacía allí, contestó que quería confesarse con el Padre Prior. El lego, al verle tan desencajado, le permitió entrar, y don Lope hizo una confesión sincera y llena de arrepentimiento. Una vez absuelto de todos sus pecados, pidió al Prior que le permitiera tomar el hábito. Estaba cansado del mundo y quería vivir en el retiro del claustro. El Prior hízole toda clase de reflexiones. Mas le vio tan decidido, que le aceptó como novicio.
En la clara mañana del día 7 de abril pronunció los votos solemnes ante toda la comunidad. Al regresar al coro, encontró en el suelo, frente a su sitial, una carta cerrada. Entre las sombras, parecióle ver un bulto que conoció inmediatamente. Era don Álvaro, que, mostrándole su cara pálida y cadavérica, le dijo una vez más: «¡Maldito seas, infame castellano!».
Don Lope no pudo resistir tanta emoción, y cayó enfermo de miedo. Sufriendo horribles alucinaciones, que le hacían sufrir mucho, llegó al 7 de mayo. En la noche de aquel día encontró bajo el travesaño de su cama una carta en la que se le decía que sólo le quedaban sesenta días de vida. El 7 de junio encontró otra misiva, aconsejándole que se preparara para morir el 7 de julio a la misma hora en que había dado muerte al padre de doña Mencía del Olvido.
Antes de cumplirse el plazo fatal, don Lope Mendoza sintióse atacado por violentas convulsiones. El día 6 de julio pidió la confesión, y el día 7 murió, dejando consternados a sus compañeros de comunidad.
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