martes, 21 de febrero de 2012

El pobre y el rico "cuento bohemio"

Éranse una vez dos hermanos, de los cuales, mientras que el primero nadaba en la abundancia, el último se hallaba sumido en la más negra de las miserias.
Un día en que el pobre se encontraba en el campo custodiando las gavillas de trigo de su riquísimo hermano, vio desde el lugar que había elegido para dormitar, entre dos haces de paja, una figura femenina que espigaba los surcos y amontonaba las espigas que recogía sobre las gavillas.
Cuando la mujer pasó junto a él, se levantó de repente y, asiéndola por un brazo fuertemente, le dijo:
- ¿Quién eres tú?
- Soy la Buena Suerte de tu hermano - dijo la desconocida - y recojo las espigas que han quedado en los surcos para que aumenten su cosecha.
El pobre titubeó un momento, luego preguntó:
- ¿Sabrías decirme dónde está mi Buena Suerte?
- Por Levante - contestó enigmáticamente el hada a tiempo que desaparecía.
Inmediatamente el desgraciado decidió emprender un viaje en busca de su suerte. Muy de madrugada, cuando iba a salir, surgió la Miseria de detrás del horno y le rogó llorando que se la llevara con él.
- ¡Pobrecilla! - exclamó él. - ¿No te das cuenta de que el camino es muy largo y tú estás muy débil y enteca?
- Quiero ir contigo - insistió ella.
- Bueno, métete en este frasco vacío y te llevaré.
Metióse la Miseria sin vacilar en el frasco y el pobre lo tapó fuertemente; luego, guardándose el frasco en el bolsillo, emprendió la marcha hacia el lugar en que salía el Sol.
Anda que te andarás, llegó a la orilla de un pantano en cuyas cenagosas aguas arrojó el frasco, librándose así de la Miseria.
Algunos días después entró en una gran ciudad, siendo aceptados sus servicios por un acaudalado noble, que le ordenó que le cavase una cueva profunda.
- No pienso pagarte nada por tu trabajo - le advirtió el noble; - pero cuanto encuentres cavando puedes considerarlo tuyo.
El pobre hombre empezó a cavar y a las dos horas tropezó con un terrón de oro; pero como era un hombre honrado, corrió a entregar a su amo la mitad y continuó cavando.
Al cabo de algunas horas más, su azadón chocó con un cuerpo duro. Dejó el utensilio en el suelo, arañó la tierra con las manos y no tardó en descubrir una pesada puerta de hierro, que abrió con ayuda del pico.
Encontróse en un inmenso subterráneo atestado de monedas de oro y plata y joyas deslumbrantes de metales y piedras preciosas.
Estaba el pobre hombre contemplando con ojos atónitos aquel inmenso tesoro, cuando se volvió de repente, presa de pánico, al oír una voz que parecía provenir de un arca cerrada, que gritaba:
- ¡Ábreme! ¡Por Dios, ábreme!
De momento el trabajador se asustó y tuvo intenciones de echar a correr. Pero luego se dijo que era indigno de un hombre aquel miedo e hizo un esfuerzo para recobrar la serenidad. Y en cuanto lo hubo conseguido, avanzó hasta el arca y abrió la tapa. Instantáneamente salió de allí una doncella hermosísima vestida de blanco, que se inclinó ante él y le dijo:
- Yo soy la que has estado buscando hace tanto tiempo..., tu Buena Suerte. Desde hoy en adelante no te abandonaré jamás, como tampoco a nadie de tu familia.
Y tras pronunciar estas palabras desapareció.
El pobre, mejor dicho, el ex pobre, compartió sus riquezas con su señor, quedándole a pesar de ello una espléndida fortuna que aumentaba incesantemente. Sin embargo, su actual opulencia no le hizo olvidar sus tiempos de penuria y socorrió generosamente a sus vecinos pobres.
Un día en que paseaba por la ciudad, se encontró con su hermano, que había ido a ella en viaje de negocios. Inmediatamente, después de abrazarlo cariñosamente, lo invitó a comer en su casa y le contó detalladamente todo cuanto le había acaecido. Túvole hospedado en su hogar durante todo el tiempo que duró su estancia en la ciudad; luego, al despedirle, le llenó los bolsillos de oro y lo colmó de ricos presentes para su esposa e hijos.
Pero el hermano rico carecía de sentimientos nobles y concibió una envidia terrible por el otro.
Camino de su casa daba vueltas a su cabeza buscando un medio de hacer volver la Miseria junto a su hermano, y cuando llegó al lugar en que aquél había arrojado el frasco, se desnudó y estuvo buceando en el fango hasta que consiguió dar con él.
Entonces lo abrió y dio libertad a la Miseria, que, inmediatamente, recobró su forma natural y empezó a dar saltos y cabriolas, loca de alegría abrazándolo, besándolo y expresándole de mil modos su agradecimiento.
- Mi reconocimiento será eterno - dijo finalmente; - os prometo no abandonaros jamás ni a ti ni a tu familia.
Inútilmente intentó el envidioso desembarazarse de aquella importuna, diciéndole que la había libertado por orden de su antiguo dueño y que, por lo tanto, era a él a quien debía el agradecimiento y a quien estaba obligada a acompañar eternamente.
La Miseria le acompaño hasta su hogar, y a partir de aquel momento la suerte del hermano rico y envidioso cambió por completo. El ignoraba que la liberación de la Miseria había de redundar en su propio perjuicio, pues se figuró que al destapar la botella que sacara del fondo del agua, la Miseria volvería al lado de su hermano. Pero, como ya se ha dicho, se equivocó. En el camino fue asaltado por una banda de ladrones que lo despojó de todo cuanto llevaba. Llegado que fue a su pueblo, encontró su casa convertida en un montón de cenizas, sus cosechas destruidas por la crecida del río, su familia ahogada en la inundación.
Y desde aquel momento no le quedó más fortuna ni más amigo que la Miseria.

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