lunes, 13 de febrero de 2012

Un extraño cabello "cuento bohemio"

Había una vez un hombre tan pobre y con tanta familia que no podía mantenerla, por lo que más de una vez había pensado dar muerte a sus hijos con sus propias manos para no verlos morir poco a poco de inanición.
Sólo los fervientes ruegos de su horrorizada esposa consiguieron disuadirle de su propósito.
Una noche vio en sueños a un niño que le habló de este modo:
- No ignoro, pobre hombre, que tu miseria te ha hecho pensar algunas veces en inmolar a tus famélicos hijos, con lo que habrías perdido tu alma para siempre. No te preocupes, tus penas cesarán muy pronto. Mañana, cuando te levantes, encontrarás debajo de tu cabecera un espejo, un collar de coral y un pañuelo bordado.
"Coge estos tres objetos sin mostrarselos a nadie, y atraviesa el bosque hasta llegar al río que lo cruza. Remonta luego el curso de la corriente hasta su nacimiento y hallarás una doncella tan radiante como el mismo Sol, con una cabellera tan abundante que le cubre la espalda.
"Vuelvo a advertirte que guardes silencio, ocurra lo que te ocurra, y procura que no se te enrosque al cuello ninguna serpiente de los muchas que pululan por allí.
"Ten en cuenta que si pronuncias alguna palabra delante de la doncella te hechizaría y te convertiría en un pez o cualquier otro animal comestible.
"Cuando ella te pida que le rasques la cabeza, hazlo sin vacilar. Busca un cabello que tiene tan rojo como la sangre y arráncaselo. Cuando lo tengas en tu poder, huye con tanta velocidad como puedas. Ella te perseguirá, pero tú no te asustes. Tírale a los pies, en primer lugar, el pañuelo bordado, luego el collar y, finalmente, el espejo. Eso la hará detenerse.
"Tan pronto como estés a salvo, vende el cabello a cualquier hombre acaudalado, pero no te dejes engañar, pues has de saber que tiene un valor inmenso. Con el producto de su venta te convertirás en un hombre rico y podrás mantener a tu familia con gran holgura."
Por la mañana, cuando el pobre hombre despertó, halló debajo de la cabecera los objetos que le indicara el niño que había visto en sueños.
Inmediatamente se vistió, se los metió en un bolsillo y se dirigió al bosque hasta llegar al río, remontándolo luego hacia su nacimiento.
Encontró a la doncella sentada al borde de un lago, enhebrando rayos de sol en una aguja y, bordando una tela extendida sobre un bastidor. Aquella tela estaba tejida con cabellos de héroes"
Cuando el pobre hombre vio a la hermosa hada, se inclinó profundamente, sin pronunciar una palabra.
Ella se levantó y le preguntó:
- ¿De dónde vienes, caminante?
Él le dio la callada por respuesta.
- ¿Quién eres? - tornó a preguntar la doncella.
Silencio.
- ¿Qué quieres de mí?
El mutismo más absoluto por parte del recién llegado.
Nuevas preguntas no obtuvieron la menor contestación del pobre caminante, que permaneció mudo como una estatua, aunque le dio a entender por medio de gestos que no podía hablar y que acudía a ella en espera de auxilio.
Finalmente, el hada le rogó que se sentara sobre el borde de su túnica y, cuando él hubo obedecido, ella posó su hermosa cabeza sobre las rodillas del pobre para que éste le rascara el cuero cabelludo.
Él estuvo buscando el cabello rojo como la sangre; cuando lo encontró se lo arrancó de un tirón, se incorporó y echó a correr.
El hada, al darse cuenta, se levantó a su vez y emprendió la persecución, avanzando a saltos con la velocidad de la gacela del desierto.
Cuando él volvió la cabeza y se dio cuenta de que ella estaba a punto de alcanzarle, se sacó del bolsillo el pañuelo bordado y se lo arrojó a los pies.
La doncella, al verlo, se detuvo, lo recogió y estuvo contemplándolo largo rato, admirando la belleza de su ejecución.
Ya se había adelantado el pobre hombre un buen trecho, cuando el hada se guardó el pañuelo en una manga y reanudó la persecución con creciente velocidad.
Viéndose en peligro de nuevo, el fugitivo sacó el collar de coral y lo tiró a los pies de su perseguidora, consiguiendo que se detuviera de nuevo a admirar el soberbio brillo de aquel objeto rojizo. Pero al cabo de un instante, cuando ella se dio cuenta del ardid, arrojó furiosamente al suelo el pañuelo y el collar y redobló con enconada furia la velocidad para alcanzar al ladrón de su cabello.
No tardó en llegar tan cerca de él, que el pobre percibió perfectamente el jadeo de su respiración; pero entonces se volvió y echó a sus pies el espejo.
Un objeto como aquel, que el hada no había visto nunca, no pudo por menos que llamar extraordinariamente su atención.
Permaneció un buen rato mirándolo en silencio, sin atreverse a cogerlo; pero al fin lo levantó del suelo y, al ver su imagen reflejada en el límpido y azogado cristal, creyó que se trataba de otra doncella desconocida.
Más de media hora estuvo haciendo visajes y gestos que la desconocida repetía; por último, dándose cuenta del engaño, quiso reanudar la persecución, pero ya era demasiado tarde: el campesino había llegado a su domicilio y se hallaba fuera de su alcance.
Entonces, malhumorada, regresó al lago, donde permaneció llorando desconsoladamente durante cinco años y dos días.
El pobre hombre, una vez a salvo, enseñó a su esposa el extraño cabello, refiriéndole detalladamente el sueño y todo lo ocurrido.
La esposa empezó burlándose de él; sin embargo, el pobre hombre se dirigió a la ciudad y voceó a grito pelado que vendía un cabello maravilloso, rojo como la sangre.
Un corro de curiosos lo rodeó enseguida. Un chusco ofreció una corona por el cabello; otro aumentó la oferta a dos; un tercero la dobló... Finalmente, llegaron a dar cien coronas por el cabello.
Pero la noticia del extraño hallazgo había llegado a oídos del rey, que envió a uno de sus jefes de escolta y ofreció cien mil coronas por aquel objeto, tan inútil al parecer.
El pobre hombre aceptó, se dirigió al palacio y entregó al monarca el cabello, recibiendo a cambio el dinero prometido.
Cuando el soberano quedó solo, hendió el cabello de punta a punta con una daga mágica y halló escrita en su interior la historia del mundo desde sus comienzos hasta los días en que esta historia sucedió.
El pobre hombre, ahora rico, vivió muchos años en la opulencia, rodeado de su mujer e hijos, respetado y feliz.

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