A dos kilómetros del pueblo de Corral Rubio, en Albacete, se ve
una cruz que los vecinos llaman la Cruz del Diablo.
Su historia es ésta: Un buen hombre, padre de muchos hijos, pequeños todavía, tenía un mísero jornal, con el que apenas podía atender a las necesidades de su casa. El pobre hombre trabajaba sin descanso de sol a sol, y apenas llevaba a casa lo indispensable para el sustento de él y de los suyos. En su pobre choza se albergaban el hambre y el frío.
Cierto día que necesitaba dinero para comprar unas herramientas de trabajo, fue al pueblo vecino a pedir un préstamo a un amigo. Se lo negó, y el hombre volvía por el camino, lleno de angustia y de dolor. En su desesperación, llamó al diablo en su ayuda, y a los pocos pasos notó que le invadía un pesado sueño que le impedía caminar. Se acostó al borde del camino y se durmió. AL despertar encontró que tenía una bolsa llena de monedas de oro. Loco de alegría, empezó a contarlas. ¡Había cientos de ellas! ¡Una verdadera fortuna! ¡Él y sus hijos iban a ser ricos! Al fondo de la bolsa encontró un papel escrito citándole en aquel mismo sitio para dentro de tres años. Feliz, se marchó a casa con su dinero. Fue acogido por su familia con grandes gritos de alegría. ¡Se acabó el hambre para todos!
Al cabo de tres años dedicados a disfrutar y gastar, llegó el día indicado, y acudió a la cita. Se sentó en el mismo sitio y esperó; sintió que le volvía aquel mismo sueño y se tumbó a dormir. Al despertar, vio junto a él un hombre horrendo; aquel rostro infundía pavor. Le sonreía con una boca infernal y le decía: «Soy tu amigo el diablo». El hombre dio un grito y, horrorizado, intentó huir, diciendo: «Déjame, yo no quiero nada contigo».
Pero el diablo le alcanzó y, agarrándole con una mano férrea, le dejó convertido en estatua de piedra.
Al día siguiente todos los vecinos del pueblo acudieron, sobrecogidos, a contemplar la obra del diablo, que durante mucho tiempo sirvió de lección para los impíos.
Hasta que un sacerdote mandó tallar sobre la estatua una cruz.
Su historia es ésta: Un buen hombre, padre de muchos hijos, pequeños todavía, tenía un mísero jornal, con el que apenas podía atender a las necesidades de su casa. El pobre hombre trabajaba sin descanso de sol a sol, y apenas llevaba a casa lo indispensable para el sustento de él y de los suyos. En su pobre choza se albergaban el hambre y el frío.
Cierto día que necesitaba dinero para comprar unas herramientas de trabajo, fue al pueblo vecino a pedir un préstamo a un amigo. Se lo negó, y el hombre volvía por el camino, lleno de angustia y de dolor. En su desesperación, llamó al diablo en su ayuda, y a los pocos pasos notó que le invadía un pesado sueño que le impedía caminar. Se acostó al borde del camino y se durmió. AL despertar encontró que tenía una bolsa llena de monedas de oro. Loco de alegría, empezó a contarlas. ¡Había cientos de ellas! ¡Una verdadera fortuna! ¡Él y sus hijos iban a ser ricos! Al fondo de la bolsa encontró un papel escrito citándole en aquel mismo sitio para dentro de tres años. Feliz, se marchó a casa con su dinero. Fue acogido por su familia con grandes gritos de alegría. ¡Se acabó el hambre para todos!
Al cabo de tres años dedicados a disfrutar y gastar, llegó el día indicado, y acudió a la cita. Se sentó en el mismo sitio y esperó; sintió que le volvía aquel mismo sueño y se tumbó a dormir. Al despertar, vio junto a él un hombre horrendo; aquel rostro infundía pavor. Le sonreía con una boca infernal y le decía: «Soy tu amigo el diablo». El hombre dio un grito y, horrorizado, intentó huir, diciendo: «Déjame, yo no quiero nada contigo».
Pero el diablo le alcanzó y, agarrándole con una mano férrea, le dejó convertido en estatua de piedra.
Al día siguiente todos los vecinos del pueblo acudieron, sobrecogidos, a contemplar la obra del diablo, que durante mucho tiempo sirvió de lección para los impíos.
Hasta que un sacerdote mandó tallar sobre la estatua una cruz.
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