sábado, 25 de agosto de 2012

Las dos Victorias "leyenda"

En la actual calle de Valverde, antes de las Victorias, existía un hermoso palacio de anchos muros y aspecto señorial, cuyo escudo de la portada reflejaba su noble abolengo. Habitaba en él don Juan de la Victoria Bracamonte, noble y acaudalado caballero, prototipo de varones ilustres y virtuosos, cuya rectitud de conciencia descubríase en la serenidad de su rostro y en la claridad de su mirada.
Vivían con él dos nietecitas huérfanas, que, educadas por su abuelo en este ambiente de rectitud y acendrada religiosidad, llegaron a ser dos muchachas de virtud ejemplar y piedad profunda, cualidades a las que unían su hermosura extraordinaria y su gentileza y discreción, siendo por todo esto un conjunto de perfecciones y de encantos.
El abuelo murió con la misma tranquilidad de espíritu con que había vivido; quedaron solas las dos nietas, amparadas en una vida de recato, honestidad y recogimiento. Pero no pudieron evitar que cuantos las vieran quedaran admirados de su belleza, cuya fama trascendió por toda la villa, llamando a las muchachas las dos Victorias, que dieron nombre a la calle en que habitaban.
Deseoso de contemplarlas, consiguió ser presentado a ellas Jacobo de Gratís, conquistador y calavera, de arrogante figura y gran distinción, de irresistible atractivo en sus galanteos, cuyos éxitos amorosos se comentaban en los aristocráticos salones madrileños. Jacobo quedó extasiado de la hermosura de las dos Victorias, y se dedicó a cortejar a una de ellas con toda la vehemencia de su impulsivo corazón, sitiando a la muchacha con sus ardides, pero sin conseguir que se le rindiera. Empleó todos los medios de seducción imaginables que le proporcionaba su gran habilidad, continuada experiencia e inmensa fortuna; pero todo fue inútil ante aquella mujer inflexible. Jacobo no se daba por vencido, y dominado por una pasión frenética, cada vez era mayor su empeño en conquistar a aquella mujer, que se le resistía...
Y una noche en que, como de costumbre, rondaba la casa de su dama, vio salir de ella dos sombras, que acercándose hacia él le agredieron; el caballero, decidido, sacó su espada, y largo rato lucharon con gran maestría, envueltos en la oscuridad y el silencio, sólo interrumpido por el chocar de las armas, hasta que, herido por una hábil estocada, Jacobo cayó en tierra.
Su vencedor entonces descubrióse el rostro, resultando ser el bello objeto de todos sus anhelos, que, no sabiendo cómo librarse de aquella angustiosa persecución, decidió romper el cerco por las armas. Jacobo sintióse vencido y humillado ante ella y reconoció en sus heridas una providencial llamada para el arrepentimiento y expiación de sus muchas culpas, cuyo número inmenso le agobiaba ahora, pensando que podía condenarle, y le hizo emprender desde aquel momento el camino de la virtud.
Parece lógico pensar que aquella virtuosa dama lavara y cuidara con sus bellas manos la herida sangrante del caballero derrotado, dejándole en condiciones de sanar sus llagas de alma y cuerpo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario