lunes, 20 de agosto de 2012

Los Carvajales "leyenda"

«Es la peña de Martos una sierra toda de peña viva, en la cual quiso mostrar la naturaleza la fuerza de todo su poder. Desde lo baxo hasta lo alto son unos riscos y peñas tan fuertes y habidos unos con otros y por algunas partes tan tocadas y cortadas, que parecen ser puestas por mano de artífice. Su cimiento y circuito es más de media legua; su figura es piramidal a semejanza de las pirámides de Egipto y viene a rematar con un llano muy capaz y espacioso en donde está sentada y edificada la muy inexpugnable fortaleza que dicen la peña de Martos», explica un manuscrito de fines del siglo XVI debido a un erudito hijo de Martos, Diego de Villalta.
Este lugar, sito en la provincia de Jaén, es cuna de una famosa leyenda que recoge un trágico suceso acaecido durante el reinado de Fernando IV.
Hallándose el monarca en Palencia, el caballero don Juan de Benavides fue acometido y alevosamente asesinado por dos hombres. Fernando IV, que profesaba especial afecto a la víctima, ordenó al merino mayor o juez en lo criminal que llevara a cabo una intensa investigación. Pese a ello, los responsables no fueron descubiertos.
Tiempo después, aprovechando una crisis que había estallado en el reino granadino, el monarca castellano se dispuso a emprender de nuevo la guerra. Una de las primeras acciones que se plantearon fue el sitio de Alcaudete para lo que se comisionó al infante don Pedro, quien sería seguido luego por Fernando y su ejército.
Al pasar éste por Martos, se encontró con dos caballeros sobre los que cayeron sospechas de ser los asesinos de Benavides. Se trataba de los hermanos don Pedro y don Juan de Carvajal, quienes se declararon reiteradamente inocentes y solicitaron se les permitiera defenderse de la infamante acusación. Sin embargo, el rey se negó a ello. Sin abrir proceso ni permitir alegación alguna en favor de los presuntos culpables, ordenó que los arrojaran desde la peña de Martos.
En la ciudad de Martos se cuenta además que Fernando IV no se limitó a condenar a la pena de despeño a los Carvajales, sino que, refinando la crueldad del suplicio, los hizo meter en una jaula de hierro, con afiladas púas del mismo metal en su interior, y así fueron lanzados al abismo.
Cuando la brutal e inhumana sentencia estaba a punto de ser cumplida, los Carvajales, viendo que los iban a matar tan injustamente, emplazaron al monarca a que, al cabo de treinta días, compareciera con ellos ante el tribunal divino, donde se imparte la justicia verdadera.
En el lugar donde cayeron los desdichados hermanos se levantó una cruz de piedra a la que llamaron la «Cruz del Lloro». Ejecutada la terrible sentencia, Fernando IV prosiguió su viaje
hasta el lugar donde acampaban los sitiadores de Alcaudete. Pero, poco después cayó enfermo y debió retirarse a Jaén. Allí recibió la noticia de la rendición de aquella plaza.
Proyectó entonces dirigir sus fuerzas contra el valí de Málaga, que no acataba la soberanía del rey de Granada. En esto, un día, después de comer se acostó a dormir la siesta. Al ir a despertarlo, lo hallaron muerto. Era el 7 de septiembre de 1312, fecha en que se cumplía el plazo de los treinta días fijado por los hermanos Carvajales para su comparecencia ante el tribunal divino.
Por este motivo, Fernando IV es llamado «El Emplazado».

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