Cuando Dios creó a los animales dio a cada uno una forma peculiar y una voz distinta para que pudiesen distinguirse unos de otros. Al gato se le dio el maullido, al burro el rebuzno, al león el rugido, y a la serpiente el silbo. Cuando el Señor hubo terminado quiso que se celebrase un concierto de ensayo para ver si todos sonaban tal como Él había dispuesto.
Fue una hermosa y soleada mañana en que el cielo no se veía manchado por una sola nube. Los animales habíanse reunido alrededor del trono de Dios y a una señal dada con la batuta, empezaron a gritar, mugir, balar, maullar y cantar a coro.
Sólo un animal no tomó porte en el concierto y guardó un enfurruñado silencio. Era el gallo. No estaba satisfecho con su voz; le hubiera gustado poder cantar como el ruiseñor o el canario. Pero no se atrevía a decirlo.
- ¿Por qué no cantas, Gallo? - preguntó Dios.
- El estúpido sol me ciega - replicó el Gallo. Y además no hace nada de aire y mis ki-ki-ri-kís no se propagan debidamente. Dejad, Señor, que sople el viento a fin de que mi voz se oiga en la lejanía.
- Muy bien - dijo el Padre Celestial, de cuyo rostro desapareció la bondadosa sonrisa. - Se hará tal como tú deseas.
Extendió la mano y en seguido se levantó un ligero vientecillo.
Luego Dios levantó la mano por segunda vez y dio la señal para que el concierto prosiguiera. Pero nuevamente permaneció callado el Gallo.
- Gallo, sigues sin cantar - dijo Dios.
- Es que aquí en la tierra apenas noto el vientecillo - replicó desafiador el gallo. - Sólo puedo cantar en lo alto, donde sopla la brisa y flotan las nubes.
- Entonces sube - replicó Dios frunciendo el ceño. - Pero no rehuyas tu obligación por tercera vez.
Después de esto el Señor cogió al ave y la colocó en lo alto de una montaña. Hacía frío, mucho frío, y el Gallo temblaba bajo su ropaje de plumas.
Luego, Dios levantó por tercera vez su batuta y todos los animales comenzaron la música. Pero tampoco ahora emitió su voz el Gallo.
- ¿Sigues negándote a cantar, Gallo? - preguntó, muy serio, Dios. - ¿Qué queja tienes ahora?
- Estoy helado, Señor, porque el viento sopla sobre mí de todas direcciones y yo sólo quería que soplase de una. Dadme una mejor protección para el viento y el frío. Entonces tal vez esté en condiciones de levantar la voz.
Entonces Dios salió de Su alto trono y aunque en Él esto no era habitual, dirigió una furiosa mirada al Gallo.
- Eres desobediente y obstinado - gritó. - Debería castigarte rudamente. Pero, en Mi bondad, satisfaré tus deseos y ya veremos si ahora estarás conforme. Te colocaré en las agujas de los campanarios y en lo alto de las casas, para que siempre puedas vivir en las alturas. Te quitaré tu blanda y suave carne y te haré de una materia más dura, que llamaré plancha de hierro; así podrás desafiar a las más furiosas tormentas y a la lluvia, como deseas. Y cuando sople el viento girarás siempre en su dirección, así sólo lo notarás por un lado. Pero como hoy no has querido cantar a pesar de Mis repetidas órdenes, en lo futuro permanecerás mudo hasta el fin de los siglos.
Y así creó Dios el Gallo Veleta. Y cuando de noche le oigáis gemir y chirriar en lo alto de un campanario, a influjo del viento, recordad como en un tiempo fueron castigadas su obstinación y desobediencia.
Fue una hermosa y soleada mañana en que el cielo no se veía manchado por una sola nube. Los animales habíanse reunido alrededor del trono de Dios y a una señal dada con la batuta, empezaron a gritar, mugir, balar, maullar y cantar a coro.
Sólo un animal no tomó porte en el concierto y guardó un enfurruñado silencio. Era el gallo. No estaba satisfecho con su voz; le hubiera gustado poder cantar como el ruiseñor o el canario. Pero no se atrevía a decirlo.
- ¿Por qué no cantas, Gallo? - preguntó Dios.
- El estúpido sol me ciega - replicó el Gallo. Y además no hace nada de aire y mis ki-ki-ri-kís no se propagan debidamente. Dejad, Señor, que sople el viento a fin de que mi voz se oiga en la lejanía.
- Muy bien - dijo el Padre Celestial, de cuyo rostro desapareció la bondadosa sonrisa. - Se hará tal como tú deseas.
Extendió la mano y en seguido se levantó un ligero vientecillo.
Luego Dios levantó la mano por segunda vez y dio la señal para que el concierto prosiguiera. Pero nuevamente permaneció callado el Gallo.
- Gallo, sigues sin cantar - dijo Dios.
- Es que aquí en la tierra apenas noto el vientecillo - replicó desafiador el gallo. - Sólo puedo cantar en lo alto, donde sopla la brisa y flotan las nubes.
- Entonces sube - replicó Dios frunciendo el ceño. - Pero no rehuyas tu obligación por tercera vez.
Después de esto el Señor cogió al ave y la colocó en lo alto de una montaña. Hacía frío, mucho frío, y el Gallo temblaba bajo su ropaje de plumas.
Luego, Dios levantó por tercera vez su batuta y todos los animales comenzaron la música. Pero tampoco ahora emitió su voz el Gallo.
- ¿Sigues negándote a cantar, Gallo? - preguntó, muy serio, Dios. - ¿Qué queja tienes ahora?
- Estoy helado, Señor, porque el viento sopla sobre mí de todas direcciones y yo sólo quería que soplase de una. Dadme una mejor protección para el viento y el frío. Entonces tal vez esté en condiciones de levantar la voz.
Entonces Dios salió de Su alto trono y aunque en Él esto no era habitual, dirigió una furiosa mirada al Gallo.
- Eres desobediente y obstinado - gritó. - Debería castigarte rudamente. Pero, en Mi bondad, satisfaré tus deseos y ya veremos si ahora estarás conforme. Te colocaré en las agujas de los campanarios y en lo alto de las casas, para que siempre puedas vivir en las alturas. Te quitaré tu blanda y suave carne y te haré de una materia más dura, que llamaré plancha de hierro; así podrás desafiar a las más furiosas tormentas y a la lluvia, como deseas. Y cuando sople el viento girarás siempre en su dirección, así sólo lo notarás por un lado. Pero como hoy no has querido cantar a pesar de Mis repetidas órdenes, en lo futuro permanecerás mudo hasta el fin de los siglos.
Y así creó Dios el Gallo Veleta. Y cuando de noche le oigáis gemir y chirriar en lo alto de un campanario, a influjo del viento, recordad como en un tiempo fueron castigadas su obstinación y desobediencia.
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