Érase la hija de un Rey, que pasaba todo el día sentada en el terrero de palacio mirando a la lejanía. Espiaba de continuo a ver si venía en dirección al palacio algún caballero, jinete sobre un caballo enjaezado de oro y con casco de acero en la cabeza y relumbrante espada en el cinto.
Era que quería tener marido y no como quiera, sino que fuese un gallardo mozo; pero el caballero tal como ella lo anhelaba no venía.
Y como pasaban los días y las noches sin que lograse su deseo, la hija del Rey se entristeció y con la tardanza disminuyeron sus aspiraciones. Ahora ya se contentaría con un caballero menos gallardo, sin casco de acero, sin brillante espada y hasta sin jaeces de oro en el caballo. Por fin, la hija del Rey ya hubiera saludado y aceptado como marido al que llevase un simple gorro de paño en vez de casco de acero, puñal en el cinto en vez de espada y por cabalgadura un jaco descaecido y con telliz de madera en la grupa. Pero ni éste venía tampoco.
Aumentó pues, la tristeza de la hija del Rey a tal extremo, que bajó del terrero y partió al campo. En el camino encontróse con un individuo que andaba tarareando una alegre canción.
- Amigo - díjole ella - ¿querrías ser Rey y marido mío?
- Mil gracias - contestó negándose cortésmente; - me tocaría estar todo el santo día en palacio, con una pesada corona en la cabeza y un agobiante manto de armiño en las espaldas; y a mí lo que me seduce es andar libre y suelto por el ancho mundo.
Dicho esto, reanudó su divertido canto y apretó el paso. Poco después vio la hija del Rey un sastrecillo que estaba sentado a la puerta de su taller y cosía con gran ahínco.
- ¿Quieres ser mi marido y después Rey? - le preguntó.
El sastre contestó con voz temblona recorriendo todos los tonos de la escala y canturreó:
"La, la, la..., que a la guerra el Rey ha de ir sin remisión;
la, la, la..., que prefiero ser
costurero y remendón."
Salió de allí desengañada la hija del Rey, y al poco se tropezó con un viejo y sencillo fraile mendicante.
- ¿Podría conveniros, hermano - le preguntó, - ser mi esposo y luego Rey?
- ¿Yo Rey? - contestó desconcertado el monje. - ¿Qué te has creído de mí? No soy hombre para poner tributos y gabelas a los súbditos y quitar el dinero a la gente. Todos se volverían pobres y no tendrían qué dar a este viejo monje.
No caía el pobre en la cuenta de que si fuese Rey, ya no sería monje mendicante. Tan simple era.
Poco después encontró a un deshollinador.
- Tómame por mujer - rogóle - y pronto serás Rey.
- No debes estar bien de la cabeza - dijo sonriendo el deshollinador; - primero habría de lavarme... y me horroriza el pensarlo.
Y la dejó sin darle lugar a insistir.
Ante tales negativas, la tristeza de la hija del Rey subió de punto, y ella ya no sabía qué hacer para encontrar marido, y a pesar de esto, quería encontrarlo. Fue a la cuadra y vio en ella un novillo que estaba comiendo su pienso de oloroso heno:
- Querido novillo - dijo la hija del Rey - ¿tienes mujer?
Al animalito se le había atragantado casualmente una paja de heno y para sacudírsela movía la cabeza a uno y otro lado.
Creyó la hija del Rey que el novillo contestaba negativamente, y alegre y satisfecha, le echó les brazos al cuello y sonriendo le dijo:
- Tómome pues, por mujer, querido novillo; estarás muy bien conmigo y pronto serás rey.
Entonces el novillo dio un mugido que la hija del rey interpretó como que le tenía miedo, y corriendo se apartó de él. En la próxima cuadra vio un cordero blanco como la misma nieve, que le gustó mucho. Pero apenas le hubo hecho la consabida pregunta, el animal dio un balido "bee, bee": Ella creyó oír "ve, ve", y horrorizada abandonó la cuadra. Sentóse en el patio y lloró al ver que no podía hallar marido.
Vio entonces en una esquina un borriquillo royendo un cardo con tal afición, que parecía no preocuparle nada de lo que sucedía en el mundo, si no era aquel espinoso cardo.
A pesar de esto quiso la princesa probar fortuna por última vez. Acercósele cariñosa y halagadora y le dijo:
- Encantador asnillo, aunque tú no sabes lo que te conviene, tómame por esposa. A buen seguro que no te arrepentirás de ello. Te pondré muy guapo y te querré mucho y además no tardarás mucho en ser Rey.
El asno rebuznó bajando y alzando la cabeza (como hacen siempre los asnos cuando rebuznan) y entendiendo la hija del rey que le contestaba afirmativamente aplaudió entusiasmada, tomó al asno por el cabestro y lo introdujo en palacio. Allí lo lavaron los criados y le pusieron ricos vestidos. Llevóle luego la hija del Rey al terrero para que desde allí pudiese recrear su vista contemplando los frondosos bosques, los floridos campos que había alrededor y el gran número de casas y cabañas, y le dijo:
- Mira, querido hombrecito; todo esto es tuyo, puesto que tú eres ahora el Rey de este país. Podrás comer las mejores viandas y beber los mejores vinos; ya no tendrás que estropear tu linda boquita con los espinosos cardos.
Oír el asno la palabra "cardo", levantar las orejas y abrir la boca de puro gozo, fue todo una misma cosa. Pero la hija del Rey no comprendió el significado del gesto del borrico y le dijo:
- Pobrecito hombre mío; debes de estar cansado, porque veo que bostezas. Ven y te acostaré en una camita blanca como la nieve, que te ha hecho preparar.
Diciendo y haciendo cogió al borrico por el cabestro, lo llevó a su cuarto y le acostó en la blanda camita y le tapó cariñosamente con una colcha de seda colorada. Allí durmió el borrico tranquilamente el sueño de los justos. Al despertar ya se encontraron sus ojitos con la hija del Rey, la cual le preguntó dulcemente si estaba aún cansado. Por toda respuesta dio el asno un par de rebuznos, que ello interpretó como si dijese: "sí, sí".
- Muy bien - repuso ella - así pues, descansa un ratito más. Pero debes de tener hambre. ¿Quieres que te mande traer el desayuno y lo tomarás en la camita?
Un par de rebuznos más, y la hija del Rey mandó poner al pie de la cama, donde yacía el asno, una gran mesa llena de exquisitos manjares: pan tierno, oloroso tocino y coloreado jamón, café y mermelada, y mandó al asnillo que comiese de todo. No fue menester insistir, porque ya al ver todo aquello las orejas del cuadrúpedo habían casi tomado la vertical. En un santiamén lo devoró todo.
- ¿Querrás más, ¿no es verdad? - preguntóle la hija del Rey, y el asno dio dos nuevos rebuznos. Dio entonces orden la hija del Rey, que trajesen igual cantidad da comida que antes, pero ahora añadió carne de gallina, huevos fritos y gran cantidad de pasteles. A cielo le sabía todo aquello al asno. Y cada vez que la hija del Rey le preguntaba si deseaba algo más, contestaba el asno con un par de rebuznos, que ella entendía en sentido afirmativo, y fue engullendo y engullendo. La hija del Rey y todo el personal de servicio estaban maravillados del terrible apetito del nuevo soberano. Y el asnillo siguió devorando hasta muy entrada la noche, durante toda ella y las primeras horas de lo mañana, en que se oyó de repente un fuerte estallido que por poco hizo caer de espaldas a la hija del Rey.
El atiborrado asno había reventado.
Acercóse la hija del Rey y vio con asombro al asno en su triste situación, y los ricos manjares que había tragado, esparcidos por el suelo, y lloró muy amargamente el triste fin de su amado esposo.
Y se sentó de nuevo en el terrero, esperando al flamante caballero, con el que había soñado y que no llegó jamás. Y ella hubo de permanecer soltera.
Era que quería tener marido y no como quiera, sino que fuese un gallardo mozo; pero el caballero tal como ella lo anhelaba no venía.
Y como pasaban los días y las noches sin que lograse su deseo, la hija del Rey se entristeció y con la tardanza disminuyeron sus aspiraciones. Ahora ya se contentaría con un caballero menos gallardo, sin casco de acero, sin brillante espada y hasta sin jaeces de oro en el caballo. Por fin, la hija del Rey ya hubiera saludado y aceptado como marido al que llevase un simple gorro de paño en vez de casco de acero, puñal en el cinto en vez de espada y por cabalgadura un jaco descaecido y con telliz de madera en la grupa. Pero ni éste venía tampoco.
Aumentó pues, la tristeza de la hija del Rey a tal extremo, que bajó del terrero y partió al campo. En el camino encontróse con un individuo que andaba tarareando una alegre canción.
- Amigo - díjole ella - ¿querrías ser Rey y marido mío?
- Mil gracias - contestó negándose cortésmente; - me tocaría estar todo el santo día en palacio, con una pesada corona en la cabeza y un agobiante manto de armiño en las espaldas; y a mí lo que me seduce es andar libre y suelto por el ancho mundo.
Dicho esto, reanudó su divertido canto y apretó el paso. Poco después vio la hija del Rey un sastrecillo que estaba sentado a la puerta de su taller y cosía con gran ahínco.
- ¿Quieres ser mi marido y después Rey? - le preguntó.
El sastre contestó con voz temblona recorriendo todos los tonos de la escala y canturreó:
"La, la, la..., que a la guerra el Rey ha de ir sin remisión;
la, la, la..., que prefiero ser
costurero y remendón."
Salió de allí desengañada la hija del Rey, y al poco se tropezó con un viejo y sencillo fraile mendicante.
- ¿Podría conveniros, hermano - le preguntó, - ser mi esposo y luego Rey?
- ¿Yo Rey? - contestó desconcertado el monje. - ¿Qué te has creído de mí? No soy hombre para poner tributos y gabelas a los súbditos y quitar el dinero a la gente. Todos se volverían pobres y no tendrían qué dar a este viejo monje.
No caía el pobre en la cuenta de que si fuese Rey, ya no sería monje mendicante. Tan simple era.
Poco después encontró a un deshollinador.
- Tómame por mujer - rogóle - y pronto serás Rey.
- No debes estar bien de la cabeza - dijo sonriendo el deshollinador; - primero habría de lavarme... y me horroriza el pensarlo.
Y la dejó sin darle lugar a insistir.
Ante tales negativas, la tristeza de la hija del Rey subió de punto, y ella ya no sabía qué hacer para encontrar marido, y a pesar de esto, quería encontrarlo. Fue a la cuadra y vio en ella un novillo que estaba comiendo su pienso de oloroso heno:
- Querido novillo - dijo la hija del Rey - ¿tienes mujer?
Al animalito se le había atragantado casualmente una paja de heno y para sacudírsela movía la cabeza a uno y otro lado.
Creyó la hija del Rey que el novillo contestaba negativamente, y alegre y satisfecha, le echó les brazos al cuello y sonriendo le dijo:
- Tómome pues, por mujer, querido novillo; estarás muy bien conmigo y pronto serás rey.
Entonces el novillo dio un mugido que la hija del rey interpretó como que le tenía miedo, y corriendo se apartó de él. En la próxima cuadra vio un cordero blanco como la misma nieve, que le gustó mucho. Pero apenas le hubo hecho la consabida pregunta, el animal dio un balido "bee, bee": Ella creyó oír "ve, ve", y horrorizada abandonó la cuadra. Sentóse en el patio y lloró al ver que no podía hallar marido.
Vio entonces en una esquina un borriquillo royendo un cardo con tal afición, que parecía no preocuparle nada de lo que sucedía en el mundo, si no era aquel espinoso cardo.
A pesar de esto quiso la princesa probar fortuna por última vez. Acercósele cariñosa y halagadora y le dijo:
- Encantador asnillo, aunque tú no sabes lo que te conviene, tómame por esposa. A buen seguro que no te arrepentirás de ello. Te pondré muy guapo y te querré mucho y además no tardarás mucho en ser Rey.
El asno rebuznó bajando y alzando la cabeza (como hacen siempre los asnos cuando rebuznan) y entendiendo la hija del rey que le contestaba afirmativamente aplaudió entusiasmada, tomó al asno por el cabestro y lo introdujo en palacio. Allí lo lavaron los criados y le pusieron ricos vestidos. Llevóle luego la hija del Rey al terrero para que desde allí pudiese recrear su vista contemplando los frondosos bosques, los floridos campos que había alrededor y el gran número de casas y cabañas, y le dijo:
- Mira, querido hombrecito; todo esto es tuyo, puesto que tú eres ahora el Rey de este país. Podrás comer las mejores viandas y beber los mejores vinos; ya no tendrás que estropear tu linda boquita con los espinosos cardos.
Oír el asno la palabra "cardo", levantar las orejas y abrir la boca de puro gozo, fue todo una misma cosa. Pero la hija del Rey no comprendió el significado del gesto del borrico y le dijo:
- Pobrecito hombre mío; debes de estar cansado, porque veo que bostezas. Ven y te acostaré en una camita blanca como la nieve, que te ha hecho preparar.
Diciendo y haciendo cogió al borrico por el cabestro, lo llevó a su cuarto y le acostó en la blanda camita y le tapó cariñosamente con una colcha de seda colorada. Allí durmió el borrico tranquilamente el sueño de los justos. Al despertar ya se encontraron sus ojitos con la hija del Rey, la cual le preguntó dulcemente si estaba aún cansado. Por toda respuesta dio el asno un par de rebuznos, que ello interpretó como si dijese: "sí, sí".
- Muy bien - repuso ella - así pues, descansa un ratito más. Pero debes de tener hambre. ¿Quieres que te mande traer el desayuno y lo tomarás en la camita?
Un par de rebuznos más, y la hija del Rey mandó poner al pie de la cama, donde yacía el asno, una gran mesa llena de exquisitos manjares: pan tierno, oloroso tocino y coloreado jamón, café y mermelada, y mandó al asnillo que comiese de todo. No fue menester insistir, porque ya al ver todo aquello las orejas del cuadrúpedo habían casi tomado la vertical. En un santiamén lo devoró todo.
- ¿Querrás más, ¿no es verdad? - preguntóle la hija del Rey, y el asno dio dos nuevos rebuznos. Dio entonces orden la hija del Rey, que trajesen igual cantidad da comida que antes, pero ahora añadió carne de gallina, huevos fritos y gran cantidad de pasteles. A cielo le sabía todo aquello al asno. Y cada vez que la hija del Rey le preguntaba si deseaba algo más, contestaba el asno con un par de rebuznos, que ella entendía en sentido afirmativo, y fue engullendo y engullendo. La hija del Rey y todo el personal de servicio estaban maravillados del terrible apetito del nuevo soberano. Y el asnillo siguió devorando hasta muy entrada la noche, durante toda ella y las primeras horas de lo mañana, en que se oyó de repente un fuerte estallido que por poco hizo caer de espaldas a la hija del Rey.
El atiborrado asno había reventado.
Acercóse la hija del Rey y vio con asombro al asno en su triste situación, y los ricos manjares que había tragado, esparcidos por el suelo, y lloró muy amargamente el triste fin de su amado esposo.
Y se sentó de nuevo en el terrero, esperando al flamante caballero, con el que había soñado y que no llegó jamás. Y ella hubo de permanecer soltera.
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