sábado, 22 de septiembre de 2012

Doña María Coronel "leyenda"

Doña María Fernández Coronel nació en Sevilla en 1334. Cuando contaba quince años de edad, contrajo matrimonio con el infante don Juan de la Cerda, señor de Gibraleón, quien se había prendado de su hermosura y discreción.
Poco después, el rey de Castilla, Don Pedro I el Cruel, conocido tanto por su valentía como por su falta de escrúpulos y su carácter antojadizo, comenzó a asediarla tenazmente. Con el deseo de evitar en lo posible los encuentros con el monarca, doña María se apartó de la vida social de la corte.
Un año después, cuando ya había comenzado la guerra civil entre el rey y su hermano, don Enrique de Trastamara, el esposo de doña María se puso al servicio del último, con pendón y soldados. La fortuna le fue adversa y don Juan de la Cerda cayó preso, siendo conducido a un castillo, en espera de su ajusticiamiento, según preveían las leyes para los casos de rebelión. Sólo se esperaba la confirmación de la sentencia por el rey, que es ese momento se encontraba en Tarragona.
Al conocer la desgraciada situación en que se encontraba su esposo, doña María resolvió solicitar el indulto, para lo cual se trasladó a Tarragona, adonde llegó transcurridas algunas semanas. Don Pedro, con el afán de conseguir sus favores, le prometió el perdón, cuando en realidad ya lo había hecho ejecutar en la Torre del Oro. El engaño se descubrió y la joven retornó a Sevilla. Todos los bienes de su esposo y los suyos propios fueron confiscados. Así se encontró, a los veintitrés años, viuda y pobre.
De regreso en Sevilla, don Pedro no cejó en sus asedios e insinuaciones, por lo que doña María se refugió en el convento de Santa Clara, profesando en 1360.
Pero el rey, que continuaba empeñado en satisfacer su capricho, ordenó que la sacaran de la clausura. Ante ello, doña María se hizo enterrar viva en el jardín. Inútilmente la buscaron por todas partes. La tierra de la sepultura, recién removida, se cubrió milagrosamente de hierba, adquiriendo el mismo aspecto externo que el resto, en el momento en que los enviados reales se aproximaron.
Según otra versión, el monarca se presentó en persona, inesperadamente, en el convento, dispuesto a llevársela por la fuerza. Al ver que no tenía escapatoria, doña María tomó un recipiente de aceite de cocina y le dijo:
- Pues que mi rostro os parece hermoso y por ello no cesáis en vuestro acoso, será fuerza quitar la causa para que desaparezca el efecto.
Y diciendo esto, se derramó el aceite hirviendo sobre el rostro, produciéndose horribles quemaduras.
Admirado ante tanta entereza, don Pedro se comprometió a concederle las mercedes que le pidiera, reclamando ella la restitución de sus bienes, cosa que no consiguió. Devolvióselos don Enrique, el hermano de don Pedro, y en el sitio donde antes se levantara el palacio de sus padres, que su perseguidor había demolido, hizo edificar el convento de Santa Inés, adonde en 1376 se trasladó desde el de Santa Clara con cuarenta monjas.
Murió el 2 de diciembre de 1411 a los setenta y siete años.
En 1626, al ser trasladadas sus reliquias del enterramiento en que habían permanecido durante 215 años al lugar que hoy ocupa en el Coro, su cuerpo fue hallado incorrupto, marcados el rostro y el cuello por las cicatrices de la quemadura. Asimismo, se verificó otro maravilloso prodigio: obedeciendo una orden de la Abadesa, el cuerpo se encogió para tener cabida en el cajón preparado al efecto.

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