Cuatro estudiantes amigos se reunieron para marchar juntos a
Salamanca, en cuya célebre Universidad debían cursar sus
estudios. Partieron de sus casas el día de San Andrés, y
despidiéndose gozosos de sus familiares, emprendieron el viaje a
la famosa ciudad, llegando a ella el día de Navidad. Por el
camino iban pensando dónde se hospedarían, ya que los cuatro
amigos no querían separarse, y como todos los mesones estaban
llenos de estudiantes, posiblemente no encontrarían sitio para
estar juntos los cuatro.
A la entrada de la ciudad encontraron a una mujer, que les preguntó:
- ¿Adónde van los cristianos?
Respondieron ellos que en busca de un mesón donde pudieran hospedarse los cuatro a la vez. La mujer les brindó su casa, que era espaciosa, donde podían estar bien atendidos por ella, que sabía preparar muy buenas comidas.
Los estudiantes aceptaron y dejáronse guiar por la mujer, que les enseñó su casa, que era, en verdad, amplia y bien ventilada, rodeada de una huerta. Pareciéndoles bien a los muchachos, se quedaron allí de huéspedes. La mujer se creyó en la obligación de advertirles que en aquella casa se oían de noche ruidos extraños, que decían ser de almas en pena. Ellos pidieron un candil, y con él en la mano registraron toda la casa, mirando por todos los rincones; mas nada encontraron, y así, dijeron a la mujer que les preparara enseguida la cena y la cama para acostarse, pues estaban muy cansados del viaje.
Pronto estuvieron acostados y profundamente dormidos los cuatro amigos en la misma habitación. Pero a medianoche despertáronse sobresaltados por unos ruidos misteriosos como de cadenas y correr cerrojos, mientras se abrían todas las puertas. Atónitos se quedaron viendo que la de su aposento también estaba abierta. Asustados, comentaban qué podría ser aquello, mas sin atreverse a asomar mucho la cabeza fuera de las sábanas. Pero el más atrevido dijo que debía de ser el diablo, y tirándose de la cama, buscó unas pajas e hizo con ellas una cruz, y todos empezaron a rezar para ahuyentar al maligno.
De pronto oyeron una voz que les decía: «Yo no soy el diablo;
soy el amo de esta casa, que ando penando por ella porque forcé
a una niña de dieciocho años y después de matarla la tiré al
pozo de la huerta. Os pido por Dios, cristianos, que saquéis de
allí los huesos y los enterréis en lugar sagrado. Debajo de
vuestra cama encontraréis un tesoro escondido por mí; sacadlo,
y con él mandaréis decir dos mil misas por mi alma. Lo que os
quede lo repartís entre vosotros como buenos hermanos».
Quedaron confusos los cuatro estudiantes, y levantándose al amanecer, bajaron a la huerta y descendieron al fondo del pozo y encontraron el esqueleto de la niña, que sacaron para darle sepultura. Después levantaron el suelo de debajo de la cama, y hallaron un inmenso tesoro, que consistía en varias ollas llenas de onzas de oro. Con él mandaron decir las dos mil misas que el alma en pena les había encargado, y el resto se lo repartieron en cuatro partes iguales, y como había una gran fortuna, los hizo ricos para siempre.
A la noche siguiente volvieron a oír al alma en pena, que les decía: «Por vuestra buena obra, os doy gracias, cristianos; por ella podré entrar ya en la bienaventuranza eterna».
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